Columna

Árboles

No hay nada como plantar un árbol para mostrar a la ciudadanía tu compromiso con el medio ambiente. Hace casi 25 años, recién estrenado el primer gobierno democrático del Ayuntamiento de Madrid, el entonces primer teniende de alcalde Ramón Tamames montaba un show populista para conmemorar el Día del Árbol. Reunió 16.000 ejemplares de los viveros municipales, la Diputación Provincial y el Icona, compró unos miles de azadones y convocó a los madrileños para que forestaran las raquetas de la M-30. Aquello fue un festival arbóreo. Los papás acudieron en masa con sus niños para hacerles part...

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No hay nada como plantar un árbol para mostrar a la ciudadanía tu compromiso con el medio ambiente. Hace casi 25 años, recién estrenado el primer gobierno democrático del Ayuntamiento de Madrid, el entonces primer teniende de alcalde Ramón Tamames montaba un show populista para conmemorar el Día del Árbol. Reunió 16.000 ejemplares de los viveros municipales, la Diputación Provincial y el Icona, compró unos miles de azadones y convocó a los madrileños para que forestaran las raquetas de la M-30. Aquello fue un festival arbóreo. Los papás acudieron en masa con sus niños para hacerles partícipes de tan pedagógica actividad y lo que pretendían plantar en dos días fue despachado en tres horas.

El éxito clamoroso de Tamames contrastó, sin embargo, con la insatisfacción de los jardineros de la M-30. Más de la mitad de los árboles hubo que replantarlos y los medios dispuestos para el riego fueron ridículos. Lo cierto es que una buena parte de los ejemplares no superaron el invierno y otros muchos fueron cayendo en estaciones posteriores. Años después, el Ayuntamiento de la capital ofreció la posibilidad de dedicarle un árbol a cada niño nacido en Madrid. Fue una idea de Agustín Rodríguez Sahagún, que en su ingenuidad imaginaba que poniendo nombre a cada nuevo ejemplar que se plantara los padres velarían por sus cuidados y fomentarían el respeto al patrimonio arbóreo de la capital. La realidad le habría desencantado si ahora viviera. La mayoría de esos árboles perdieron la placa conmemorativa a causa del barbarismo imperante y son pocos los que recibieron atenciones especiales.

Luego fue Esperanza Aguirre la que hizo de los árboles una bandera de su gestión como concejala de Medio Ambiente. A su empeño se debe la proliferación por todo Madrid de aligustres de bola, su especie favorita, y sobre todo la plantación de árboles en las medianas, una acción entonces muy discutida internamente. Ella optó por comprometer a distintas entidades bancarias para que financiaran el mantenimiento a cambio de unas pequeñas placas reconociendo la labor. La fórmula le funcionó porque, además de los ciudadanos comprometidos, la situación de los árboles en medio del tráfico les hacía menos vulnerables al gamberrismo. Doña Esperanza, que hoy es la reina del metro, se partió la cara con el entonces consejero de Transportes, el socialista Julián Revenga, para defender cuarenta plátanos de sombra en la Casa de Campo cuya tala exigía una polémica obra del suburbano. Más tarde veríamos cómo cualquier obra podía llevarse por delante ejemplares centenarios siempre y cuando se hiciera el consiguiente paripé de simular que eran dispuestos para su posterior trasplante, cuando en realidad casi todos iban directamente al vertedero. A pesar que de la profusión de obras ha minado un grueso tronco plantarían retoños del calibre de un palo, Madrid es una ciudad que puede presumir de su arbolado. Tanto que, ahora mismo, según cuentan, sólo Tokio nos supera en foresta urbana. Lo que pretende el actual gobierno municipal es arrebatar a los nipones ese puesto y presumir de fotosíntesis. Hay en marcha un plan de gestión de arbolado que de momento va a añadir más de cinco mil nuevos inquilinos al censo botánico de la ciudad. Serán sobre todo sóforas, plátanos de sombra y acacias, que son las especies que más abundan en Madrid. Pero una cosa es plantar y otra cuidar, y esa asignatura es más difícil de aprobar. Los trabajos de poda o reequilibrio de las copas resultan a veces un tanto inmisericordes y, en cambio, en otros casos son inexistentes. Un ejemplo notable es la avenida de la Ilustración, donde en su día fueron plantados más de 600 árboles en alineación. La idea del entonces alcalde Juan Barranco era que, según fueran tomando porte formaran un túnel vegetal bajo el que poder pasear. Esos árboles nunca fueron podados, por lo que su ramaje creció en altura de forma desordenada y renunciando al grosor y las espesuras que proporciona un pinzado adecuado. El árbol es un magnífico aliado de los urbanitas, embellece la ciudad, nos limpia el aire y proporciona oxígeno. Pero conviene no olvidar que es un ser vivo. Hay que protegerle de los vándalos y prestarle ciertos cuidados. Los árboles son algo más que mobiliario urbano.

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