Editorial:

Mucho mejor que nada

La nueva resolución sobre Irak representa un avance ante la crítica situación que padece el país árabe. Pero el texto impulsado por EE UU y el Reino Unido y aprobado unánimemente por el Consejo -también por España, que no ha participado en su negociación- es sobre todo una ventana de esperanza y dista mucho de ser, en la actual coyuntura de imparable violencia, la panacea que algunos quieren ver. No recoge, en todo caso, las condiciones que planteó Rodríguez Zapatero para mantener las tropas en Irak, lo cual no contradice el voto favorable de España una vez repatriados sus soldados.

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La nueva resolución sobre Irak representa un avance ante la crítica situación que padece el país árabe. Pero el texto impulsado por EE UU y el Reino Unido y aprobado unánimemente por el Consejo -también por España, que no ha participado en su negociación- es sobre todo una ventana de esperanza y dista mucho de ser, en la actual coyuntura de imparable violencia, la panacea que algunos quieren ver. No recoge, en todo caso, las condiciones que planteó Rodríguez Zapatero para mantener las tropas en Irak, lo cual no contradice el voto favorable de España una vez repatriados sus soldados.

El acuerdo es una expresión de la flexibilidad con que han actuado los patrocinadores para acomodar en el texto las propuestas de Francia, Rusia, China o Alemania. La mayor exigencia se ha plasmado en el compromiso asumido por Washington de consultar al nuevo Gobierno provisional iraquí antes de iniciar operaciones militares importantes o que pudieran considerarse delicadas. Si se cumple, situaciones críticas como las de Faluya no deberían repetirse.

El calendario fijado por la ONU confirma unas primeras elecciones democráticas a más tardar el 31 de enero próximo. Saldrán de ellas una Asamblea Nacional encargada de redactar una Constitución y un nuevo Gobierno provisional. Sobre las bases de esa Constitución se elegirá a los gobernantes definitivos en diciembre de 2005. Entonces expirará el mandato de la fuerza multinacional. El papel asignado a la ONU en esta compleja ruta es el de aconsejar sobre los procesos electorales y ayudar en la redacción de la ley fundamental.

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El final de 2005 es, pues, la hora de la verdad para Irak, y en el camino se pondrán a prueba las posibilidades de esta resolución. De momento, los asediados Bush y Blair pueden respirar aliviados tras la unánime aprobación del traspaso de poderes. Ambos pueden alegar a partir del 30 de junio que la ocupación de Irak ha acabado formalmente y que sus ejércitos permanecen en el país árabe a petición de su Gobierno y bajo la autoridad de Naciones Unidas. El presidente estadounidense obtiene un rédito suplementario. Después de la reconciliación transatlántica escenificada en Normandía, Bush puede exhibir ante el G 8 un frente unido de Occidente y Rusia después de la más grave crisis internacional en mucho tiempo.

En suelo iraquí está la prueba de fuego inmediata para el acuerdo de la ONU. El Gobierno que va a tomar el relevo a Washington es soberano técnicamente, pero está tan lastrado como sus antecesores y tendrá parecidas dificultades para combatir la disparada violencia y ofrecer unos servicios mínimos a los iraquíes. Sus manos están suplementariamente atadas por el hecho de que la mayoría chií no está dispuesta a refrendar decisiones que puedan hipotecar a un futuro Gobierno representativo.

Para restablecer unas condiciones mínimas de orden y seguridad que permitan la celebración de elecciones creíbles, el Gabinete interino va a depender por completo de las tropas estadounidenses. El Pentágono tendrá, con o sin coordinación con Bagdad, la última palabra en los acontecimientos militares, al menos mientras se llega a esos comicios intermedios de enero próximo. La carrera de obstáculos no ha hecho más que comenzar.

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