Editorial:

Ingobernable Irak

El asesinato en Bagdad del presidente de turno del Consejo de Gobierno, Ezzedín Salim, prueba una vez más, por si todavía quedaban dudas, que Irak sigue siendo ingobernable a seis semanas del teórico traspaso de poder a los iraquíes. La rápida designación de un sustituto significa bien poco, puesto que este falso Ejecutivo no tiene poderes reales. Con el asesinato de Salim desaparece, además, un referente de la comunidad chií, dirigente de uno de los partidos más antiguos de Irak, el Dawa, y sobreviviente de la represión de Sadam Husein.

Crecen las voces, como la del Gobierno francés, q...

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El asesinato en Bagdad del presidente de turno del Consejo de Gobierno, Ezzedín Salim, prueba una vez más, por si todavía quedaban dudas, que Irak sigue siendo ingobernable a seis semanas del teórico traspaso de poder a los iraquíes. La rápida designación de un sustituto significa bien poco, puesto que este falso Ejecutivo no tiene poderes reales. Con el asesinato de Salim desaparece, además, un referente de la comunidad chií, dirigente de uno de los partidos más antiguos de Irak, el Dawa, y sobreviviente de la represión de Sadam Husein.

Crecen las voces, como la del Gobierno francés, que piden una ruptura en la estrategia actual para que el poder vuelva realmente a manos iraquíes. El atentado suicida de ayer, más otros combates que se libran, hacen imposible un verdadero traspaso de poder. Y, sin embargo, mientras no se produza, poniendo en manos iraquíes instrumentos reales y efectivos como la justicia, el control del petróleo o la posibilidad de que las nuevas fuerzas iraquíes puedan negarse a acatar las órdenes de EE UU si las consideran erróneas, no se vislumbrará siquiera una luz, por tenue que sea, al final del túnel.

Que no va a ser así lo demuestra el hecho de que cuando el 30 de junio la soberanía sea devuelta formalmente a un Gobierno provisional iraquí, el palacio que alberga la actual sede de la autoridad de la coalición simplemente cambiará su rótulo por el de Embajada de Estados Unidos, con varios millares de funcionarios y empleados a su cargo. Ésa no parece ser la vía para encontrar una solución, algo a lo que no contribuyen precisamente las tensiones en Washington entre el Departamento de Estado y el Pentágono para hacerse con las riendas del proceso político en Irak tras el 30 de junio. La cacofonía crece incluso sobre la permanencia de las fuerzas de EE UU, que se van a ver reforzadas este verano con tropas desplazadas desde Corea del Sur. El hecho de que la resistencia haya lanzado un aviso con un viejo obús con restos de gas sarín habrá provocado escalofríos entre los mandos militares.

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Es necesario involucrar más a los propios iraquíes, a la ONU y a los países árabes en la gestión de la crisis. Sancionar económicamente a Siria, como ha hecho Bush, es contraproducente. La estrategia o las estrategias seguidas por Washington han fracasado. Lo único claro, a estas alturas, es que EE UU entró de un modo ligero en esta guerra, pero no saldrá de ella a la ligera.

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