Reportaje:

Un humanista en el metro

Cuatro murales de cerámica recuerdan a Gregorio Marañón en la estación que lleva su nombre

"Por la ciencia, como por el arte, se va al mismo sitio: a la verdad". Esta cita es de un hombre que lo fue todo: médico, historiador, científico, escritor... En definitiva, Gregorio Marañón (1887-1960) fue un humanista, miembro numerario de la Real Academia Española, Nacional de Medicina y de la Historia, entre otras. Desde el pasado lunes, cuatro murales de cerámica le rinden homenaje en la estación de metro que lleva su nombre, en la misma plaza donde vivió.

Los murales, inaugurados por el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ...

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"Por la ciencia, como por el arte, se va al mismo sitio: a la verdad". Esta cita es de un hombre que lo fue todo: médico, historiador, científico, escritor... En definitiva, Gregorio Marañón (1887-1960) fue un humanista, miembro numerario de la Real Academia Española, Nacional de Medicina y de la Historia, entre otras. Desde el pasado lunes, cuatro murales de cerámica le rinden homenaje en la estación de metro que lleva su nombre, en la misma plaza donde vivió.

Los murales, inaugurados por el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, quieren ser una "llamada a la curiosidad" para que los ciudadanos se interesen por la obra multifacética de este intelectual, que vivió y sufrió una de las épocas más convulsas de la historia de España: los últimos años de la Restauración borbónica, la República, la Guerra Civil y la dictadura de Franco. Quizás el haber visto con sus propios ojos tanta miseria e ilusiones frustradas le llevara a expresar: "Amo tanto a España porque la conozco".

"El secreto de la justicia es ponerse en el lugar de los demás", dice una cita

Miles de personas pasan cada día por la estación de metro de Gregorio Marañón, donde se cruzan las líneas 7 y 10. Para colocar los murales, que han costado 123.000 euros, se han elegido lugares concurridos por los viajeros: dos en el vestíbulo y uno en los andenes de las dos líneas.

Sin embargo, la rutina y las prisas impiden a la mayoría de los viajeros fijarse en los nuevos elementos que decoran este escenario tan cotidiano, aunque sus azulejos de cerámica llaman la atención en contraste con las paredes blancas de la estación. Sólo una minoría gira su mirada para inspeccionarlos.

Los más curiosos, los que esperan el convoy leyendo las citas entre el ruido y el gentío, ponen un gesto de extrañeza tras poner cara y voz a uno de los nombres más repetidos en los callejeros de la capital -un hospital, una plaza y una parada de metro-, pero no resisten más tiempo que el que les concede la llegada del próximo metro, dos minutos en hora punta.

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Y es que en este caso merece la pena perder el suburbano madrileño para leer citas como "el secreto de la justicia es ponerse en el lugar de los demás", o por ejemplo, "la universidad no serviría de nada si no dejara huella profunda de ética intelectual y social en los que pasan por sus claustros".

Frases que no sólo sirven para reconocer el talante liberal e intelectual de Gregorio Marañón, sino que, además, son un valioso punto de arranque para la reflexión. Y da resultado.

Una imagen del doctor, apoyado en las estanterías de su biblioteca mientras lee un libro, preside el vestíbulo. "Amar y sufrir es, a la larga, la única forma de vivir con plenitud y dignidad". "Qué razón tiene. ¿Quién no ha amado y ha sufrido?", se pregunta Emilia, mientras va descubriendo a un personaje del que reconoce que no sabía nada antes de ver el mural. "Ser liberal es estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y a no admitir jamás que el fin justifica los medios". "Ése está muy bien; cuántas injusticias se podrían evitar si le hicieran caso, como la guerra", piensa en voz alta. Para Emilia ha sido muy buena idea instalar los murales; es más, "¿cómo han tardado tanto en poner esto?", se pregunta. "Cuando termine de trabajar, iré a la biblioteca a buscar una biografía para enterarme de quién era este hombre", asegura antes de perderse en el laberinto de pasillos.

Marañón nació en Madrid el 19 de mayo de 1887. Su madre murió cuando tenía tres años y muy pronto se aficionó a la lectura gracias a la extensa biblioteca de su padre. Estudió medicina en Madrid y en Alemania. A su regreso trabajó en el hospital Provincial de Beneficencia, que hoy lleva su nombre. En esa época se publicaron sus primeros escritos, que alcanzaron resonancia internacional.

La curiosidad es contagiosa. Eso al menos se percibe por el efecto que suscita sobre otros el interés de una sola persona que encuentra el tiempo necesario para detenerse y leer algunas citas del doctor. El interés de Emilia ha provocado que otras personas se queden a contemplar los azulejos del vestíbulo.

Los murales son una novedad que consigue romper la rutina impersonal de los pasillos del metro. Pero para los que los ven a todas horas han perdido su encanto. "No tengo tiempo de acercarme", cuenta un guardia de seguridad cuyo gesto delata que, aunque lo tuviera, no lo haría. "Si voy a verlo, la gente se me cuela en las taquillas", se disculpa. Tras un vistazo a estas pinceladas de su vida, el curioso llega a la conclusión de que Gregorio Marañón no sólo decía cosas interesantes. También las sentía, como su oficio: "Si ser médico es entregar la vida a la misión elegida; si es no cansarse nunca de estudiar y tener, todos los días, la humildad de aprender la nueva lección de cada día; [...] entonces, ser médico es la divina ilusión de que el dolor sea goce, la enfermedad salud y la muerte vida".

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