Columna

Emilio Varela

Mientras España conmemora a lo largo y a lo ancho los 100 años de Salvador Dalí, la Universidad de Alicante dedica estos días a Emilio Varela (1887-1951), un pintor tan intenso como olvidado. Juan Manuel Bonet, director del Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, dijo el lunes que la obra del artista alicantino contiene una poética que respira felicidad. Y al decirlo, apelaba sin duda a un lenguaje que muy pocos supieron oír en el tiempo en que Varela pintó con toda la intensidad de un tímido, de un ser retraído que poseía, sin él mismo creerlo, las armas con que desentrañar la naturaleza, el pa...

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Mientras España conmemora a lo largo y a lo ancho los 100 años de Salvador Dalí, la Universidad de Alicante dedica estos días a Emilio Varela (1887-1951), un pintor tan intenso como olvidado. Juan Manuel Bonet, director del Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, dijo el lunes que la obra del artista alicantino contiene una poética que respira felicidad. Y al decirlo, apelaba sin duda a un lenguaje que muy pocos supieron oír en el tiempo en que Varela pintó con toda la intensidad de un tímido, de un ser retraído que poseía, sin él mismo creerlo, las armas con que desentrañar la naturaleza, el paisaje, el rincón más insólito, el objeto dormido sobre el hondo territorio de una mesa o un mueble desvencijado.

Aceptar que Emilio Varela no fue un autor reconocido en su tiempo equivale a afirmar que el arte español de los años veinte y treinta exige todavía una revisión rigurosa que sitúe en su preciso lugar a bastantes olvidados. Y si Varela lo fue, lo ha sido, se debe a ese localismo suyo tan mal interpretado por la crítica, entre otras cosas porque, detrás de cualquiera de sus parajes, fragmento urbano, retrato o bodegón, se advierte la trascendencia, el vuelo, ese salto a lo universal que sólo soporta el verdadero arte. Y es que el bueno de don Emilio, sin salir de su tierra, estaba al tanto de toda manifestación estética que se gestara en Europa, en Roma, en París, conocía esa aventura y creaba desde el convencimiento de que los recursos de la pintura figurativa eran poco más que infinitos, inagotables, siempre generosos.

Un artista que reinventa constantemente la naturaleza, que penetra en la esencia, que simplifica, que poda lo superfluo, que coquetea con el silencio de las cosas y lo define en una superficie, en un lienzo, está condenado a ser un precursor. Y eso es, ni más ni menos, lo que fue sin querer Emilio Varela, "uno de los pintores", según constató el crítico Manuel Sánchez Camargo, "más importantes de Europa, un artista que supo ver un mundo diferente y, sobre todo", he aquí lo importante, "supo hacerlo ver a los demás".

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