LECTURA

El encuentro de Gala y Dalí

A principios de agosto [1929] llegan a Cadaqués, para pasar el mes cerca de Dalí, René Magritte y su mujer, Georgette, acompañados de Camille Goemans y su novia, Yvonne Bernard. Ocupan un apartamento previamente alquilado. Unos días después se suman al grupo Paul Éluard, su esposa Gala y la hija de ambos, Cécile, que se alojan en el hotel Miramar (hoy, hotel La Residencia). También se presenta Luis Buñuel, para trabajar con Dalí en su nueva película. Paul Éluard solía llevar fotografías de Gala, desnuda, en su cartera. Es posible que enseñara algunas de ellas a Dalí en París. Además, durante l...

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A principios de agosto [1929] llegan a Cadaqués, para pasar el mes cerca de Dalí, René Magritte y su mujer, Georgette, acompañados de Camille Goemans y su novia, Yvonne Bernard. Ocupan un apartamento previamente alquilado. Unos días después se suman al grupo Paul Éluard, su esposa Gala y la hija de ambos, Cécile, que se alojan en el hotel Miramar (hoy, hotel La Residencia). También se presenta Luis Buñuel, para trabajar con Dalí en su nueva película. Paul Éluard solía llevar fotografías de Gala, desnuda, en su cartera. Es posible que enseñara algunas de ellas a Dalí en París. Además, durante los dos meses que Salvador había pasado en la capital francesa, otras personas le debieron de hablar de la llamativa mujer del poeta. Y cabe pensar que, ya antes de volver a España, sentía una viva curiosidad por conocerla.

Cuando Luis Buñuel llega al pueblo se encuentra con una sorpresa. ¡Salvador está enloquecido con Gala Éluard! "Dalí ya no era el mismo. Toda concordancia de ideas desapareció entre nosotros", cuenta el cineasta en sus memorias
Dalí nunca dejó de proclamar que a él lo que le gusta del cuerpo femenino es el culo. Y Gala tiene uno estupendo. Había pintado una escena de bañistas destacando sus nalgas
Gala se parecía más que nada a una gata. Su mirada, sobre todo cuando se posaba en otras mujeres, tenía una intensidad feroz, capaz -escribió Éluard- de atravesar murallas
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La pareja de un amante tan experimentado como Paul Éluard tenía que ser excepcional, desde luego. Pero cuando Dalí ve a Gala en traje de baño en la playa de Es Llané, la realidad sobrepasa a su imaginación: la pequeña rusa convertida en elegante parisiense es la viva encarnación de la mujer de sus sueños, la mujer que, aunque decapitada, había pintado de espaldas en Cenicitas dos años antes, con los muslos perfectamente contorneados y las delicadas nalgas realzadas por una cintura de avispa. A Dalí le repugnan los senos grandes. Los de la mujer sin cabeza, ocultos a la vista, son -así se deduce- de dimensiones armoniosas, de acuerdo con el resto de su cuerpo. También los de Gala. Dalí nunca dejará de proclamar que a él lo que de verdad le gusta del cuerpo femenino es el culo.

Y Gala tiene uno estupendo. Seis años antes, Salvador había pintado una escena puntillista de bañistas desnudas, destacando sus nalgas. Ahora, después de tanta espera y de tanta angustia, una Venus Calipigia de verdad se materializaba ante sus ojos en el lugar que más amaba en el mundo, escenario de tantos cuadros suyos. El marco no podría ser más apropiado para la epifanía de la mujer anhelada. Es el deseo arrollador y contundente a primera vista. Dalí evocó aquel momento de la siguiente manera:

Descripción

"Su cuerpo tenía todavía el cutis de una niña. Sus clavículas y los músculos infrarrenales tenían esa algo súbita tensión atlética de los de un adolescente. Pero la parte inferior de su espalda, en cambio, era sumamente femenina y pronunciada y servía de guión, infinitamente esbelto, entre la decidida, enérgica y orgullosa delgadez de su torso y sus nalgas finísimas, que la exagerada esbeltez de su talle realzaba y hacía mucho más deseables".

Los brazos de Gala eran bellísimos; sus piernas, hermosas. Caminaba rítmicamente con ademán resuelto y llamaba tanto la atención por su singularidad que a menudo la gente daba media vuelta para seguir mirándola. Poco después de su encuentro, Dalí leyó Gradiva, la breve novela de Jensen, así como el brillante análisis que de la misma hiciera Freud. Resolvió enseguida que Gala era la reencarnación de la muchacha que devuelve a la normalidad al despistado arqueólogo Norbert Hanold y cuyo nombre significa en latín "la muchacha de espléndidos andares". La rusa será la "Gradivia rediviva" de Dalí o "Gala, celle qui avance".

La pequeña cara de Gala tenía forma ovalada, por lo cual Dalí le pondría el apodo de Oliva u Oliveta. Su boca era magnífica, pero la larga y recta nariz resultaba un tanto excesiva, y este rasgo, junto a sus ojos oscuros y no muy separados, le daba el aspecto de un ave de presa cuando estaba de mal humor, algo bastante frecuente. Dalí confesó en una ocasión que le gustaba su "rostro agresivo y desagradable". En realidad, Gala -sensual, elegante y, cuando quería, una fiera- se parecía más que nada a una gata. Su mirada, sobre todo cuando se posaba en otras mujeres, tenía una intensidad feroz, capaz -escribió una vez Éluard- de atravesar murallas. Para María Luisa González, la amiga de Dalí, Lorca y Buñuel en Madrid -y luego librera en París-, eran ojitos de rata que podían ver dentro del alma.

Gala no era tan joven como aparentaba. Había nacido en Kazán o Moscú el 26 de agosto de 1894, con lo cual, cuando conoce a Dalí, tiene 35 años y a él le lleva 10. Su nombre completo es Helena Ivanovna Diakonova (Gala es un sobrenombre que le dio su familia rusa). (...)

Milagro en la playa

Cuando Luis Buñuel llega al pueblo, se encuentra con una sorpresa. ¡Salvador está enloquecido con Gala Éluard! "De la noche a la mañana, Dalí ya no era el mismo", cuenta el cineasta en sus memorias. " Toda concordancia de ideas desapareció entre nosotros, hasta el extremo de que yo renuncié a trabajar con él en el guión de La edad de oro. No hablaba más que de Gala, repitiendo todo lo que decía ella. Una transformación total".

Más tarde, Buñuel utilizaría las palabras "transfigurado" y "trastornado" para describir el estado de Dalí en aquellos momentos. Por una vez, la versión del pintor coincide con la del aragonés. Según Dalí, éste se llevó "una decepción terrible, pues había venido a Cadaqués con la idea de colaborar conmigo en el guión de un nuevo filme, mientras yo estaba más y más absorto en alimentar mi locura personal y sólo podía pensar en esto y en Gala".

Dalí se encontraba en un penoso dilema, él tan tímido y tan poco experimentado en el amor. ¿Cómo podía llegar a interesar a la mujer de sus sueños? No hay modo de corroborar las payasadas a las que recurrió, según La vida secreta de Salvador Dalí, para seducir a la misteriosa rusa: perfume de estiércol de cabra, atuendo inverosímil, axilas manchadas de sangre, collar de perlas, geranio rojo en la oreja, histéricos ataques de risa... En cuanto a Gala, tan cerrada como una ostra en lo que se refería a su vida privada, nunca daría su versión del cortejo. Y tampoco Anna Maria Dalí.

Es posible, de todos modos, que, antes de llegar a Cadaqués, Gala ya sintiera curiosidad por el pintor y que hubiera una predisposición erótica por su parte. "Éluard no hacía más que hablarme de este guapo Dalí. Era casi como si me estuviera empujando a sus brazos antes de que lo viera", parece ser que comentó años después.

Fuera así o no, el hecho es que pronto empezó a flirtear con el artista.

En la Fundació Gala-Salvador Dalí de Figueras hay una fotografía de Dalí, Gala y Buñuel correspondiente a ese mes de agosto en Cadaqués. No sabemos quién la sacó. Los tres están sentados sobre unas rocas, tal vez del cabo de Creus. Dalí tiene los brazos alrededor de una Gala radiante, con su cabeza inclinada hacia la de ésta. Ambos miran la cámara como si tuviesen la intención de que la imagen quedara para siempre como testimonio de su encuentro. A Buñuel, en cambio, se le ve distraído, como si la cosa no fuera con él. Claro, no iba. No contribuyó a mejorar su actitud, al parecer, el descubrimiento de que Gala tenía un "defecto" físico para él especialmente repugnante. Buñuel, como más tarde explicaría a Max Aub, "odiaba a las mujeres cuyo sexo quedaba en un horcajo entre dos piernas separadas". Y Gala era una de ésas.

¿Cómo reaccionó el resto del grupo ante lo que estaba ocurriendo? Desconocemos los comentarios de Goemans, pero años más tarde, Georgette Magritte decía recordar que Éluard no parecía celoso, y que sólo le preocupaba que la pareja pudiera tener un accidente en algún momento de sus largas caminatas juntos. Tal vez el poeta temía que, de tan ensimismados, se desplomasen inadvertidamente por un acantilado.

Cadaqués

Entretanto, los otros se dedicaban a explorar Cadaqués y sus alrededores. Hablaron, sin duda, de la visita de Picasso y Fernande Olivier, en 1910, y es difícil imaginar que Dalí no les llevara a conocer a los Pichot y su maravilloso escondite bohemio de Es Sortell. Magritte pintó algunos cuadros durante su estancia, entre los cuales destaca El tiempo amenazador, en el que un torso femenino desnudo, un bombardón y una rústica silla de enea cuelgan blancos y fantasmales encima de la bahía de Cadaqués y la accidentada costa que se extiende por el sur hacia el cabo Norfeu. En los colores "brillantes y metálicos" del cuadro encuentra David Sylvester una influencia de El juego lúgubre. Es posible. Para Rafael Santos Torroella, el cuadro de Magritte intenta plasmar el momento en que la tramontana se desata sobre la bahía, y el gran bombardón simboliza "la ruda voz de ancho y hondo recorrido del viento". Las olas de Magritte, por otro lado, pueden verse como un tributo a las pintadas por Dalí en su ya por entonces célebre retrato de Anna Maria apoyada en la ventana de Es Llané -hoy, como sabe el lector, en el MNCARS- que el belga seguramente contempló en casa del pintor. Magritte se quedó prendado de Anna Maria, dicho sea de paso, y le regaló El nacimiento de las flores, cuadro en el que Sylvester aprecia también la influencia de la "consumada técnica" del Dalí de El juego lúgubre.

En La vida secreta de Salvador

Dalí, el pintor nos quiere hacer creer que el contenido anal y escatológico de dicho cuadro preocupó al grupo, que encargaría a Gala la misión de averiguar si era "coprófago". Es muy poco probable que la cuestión se planteara en tales términos. Tal vez el vocablo utilizado era el mucho menos ofensivo: "coprófilo". "Le juro a usted que no soy coprófago", contestaría Dalí. "Aborrezco conscientemente ese tipo de aberración tanto como pueda aborrecerla usted. Pero considero la escatología como un elemento de terror, igual que la sangre o mi fobia por las langostas".

Según Dalí, fue Éluard quien le sugirió para el cuadro, aún sin título, el de Le jeu lugubre. Dalí empezó pronto un retrato del poeta. Repite varios de los motivos de El juego lúgubre: la cabeza del masturbador, la temible langosta (con un dedo onanista que penetra en un agujero de su estómago), un montón de hormigas infestando lo que parece ser una hostia colocada en el sitio donde debería estar la boca del masturbador, conchitas y rocas afiladas que, como la micacita que forma la base del busto, remiten a Cadaqués, Creus y Port Lligat.

Es difícil resistir la tentación de buscar alusiones a Gala en el cuadro, y a la reacción que está produciendo en Dalí. Quizá sea relevante que la langosta haya perdido sus patas y brazos, y que éstos aparezcan entre los dedos de una delicada mano femenina posada sobre la frente de Éluard que parecen querer triturar el temido insecto al mismo tiempo que una mariposa. ¿Sería demasiado aventurada la hipótesis de que la suerte corrida aquí por la langosta indica la intuición por parte de Dalí de que Gala le podrá ayudar a superar sus temores sexuales? También son de notar las dos manos que se estrechan, creemos que con afecto, en la parte inferior del retrato, unidas por una larga cabellera a las rocas del cabo de Creus. Al lado de las manos, el mechón de pelo hace pensar en un himen. Estos detalles aluden, cabe sospecharlo, a las caminatas de Dalí y Gala y a la creciente intimidad de la pareja mientras deambulan, hablando incesantemente, por el paisaje de mar y rocas tan caro a Salvador.

Las figuras que se encuentran en la playa transmiten también un mensaje perturbador. Cerca del horizonte, un hombre se pasea con un niño pequeño de la mano, como en Los primeros días de la primavera. Da la espalda al rostro de Éluard. La lejanía de estas figuras puede indicar que Dalí siente como inminente una ruptura de su dependencia filial. Al otro lado del cuadro, un grupo de tres personas se encuentra cerca de la forma cilíndrica con bastoncillos que apareció primero en el estudio para La miel es más dulce que la sangre, de 1926, y que, como vimos, expresaba para el pintor una angustia inexplicable relacionada con el Angelus de Millet. Aquí, ciertamente, el cilindro ha generado angustia: uno de los hombres se tapa la cara con las manos, y el otro se apoya en el hombro de un personaje de prominentes genitales (recordamos la escena similar de El juego lúgubre). Entretanto, más cerca, una pareja de individuos barbudos se llevan dos

"aparatos". Y, como sabemos, los "aparatos" se pueden relacionar con la sexualidad femenina.

Parece claro que el cuadro tiene mucho que ver con la intensidad de estos momentos en que Dalí se va convenciendo de que por fin, después de tanta espera y tanta soledad, ha surgido en su vida la mujer capaz de salvarle de la desesperación.

Éluard, cada vez más preocupado por su situación económica, abandona Cadaqués antes que los demás. Goemans y su novia y los Magritte vuelven a París a primeros de septiembre. Gala y Cécile siguen en el hotel Miramar. No hay constancia de cuándo se va Buñuel.

Una carta

Los Magritte llevan a París una carta de Gala para Éluard. En su contestación, el poeta dice que se está ocupando afanosamente del arreglo del apartamento que ha alquilado en Montmartre (en el número 7 de la Rue Becquerel, justo debajo del Sacré-Coeur) y que espera tener todo listo para que se instalen allí a principios de octubre. En París hace un calor sofocante. Por ello no hace falta que Gala regrese pronto.

Siguen rápidamente dos cartas más. Éluard ha vuelto a comprar al marchante Charles Ratton el "precioso cuadro" de Dalí (no sabemos a qué obra se refiere) y piensa en Gala todo el día. Quiere verla "magníficamente elegante en París" y le pide que le escriba una carta "realmente bonita" a Goemans, se deshace en elogios de sus atractivos sexuales y le ruega que haga lo imposible por regresar con El juego lúgubre, el retrato suyo y otras dos pinturas de Dalí no especificadas. Con todo ello pone a su mujer casi en el papel de intermediaria comercial. Nos preguntamos, de hecho, si no fue ésta la meta inicial de Gala: seducir a Dalí, como es probable que sedujera antes a De Chirico, con la intención de acceder a su obra.

Buñuel contaba años después que una tarde, Dalí, Gala y él fueron en barca con la Lidia al cabo de Creus. Allí, el cineasta, que entendía muy poco de pintura, comentaría que aquel grandioso espectáculo geológico le recordaba a Sorolla, uno de los artistas más despreciados por Dalí. Dada su apasionada identificación con Creus, el pintor se indignó, pues consideraba, con razón, que el comentario no podía ser más inadecuado. "¿Cómo? ¿Por qué? ¿Estás ciego? Ésta es la naturaleza. ¿Qué tiene que ver...?". Y Gala: "Vosotros siempre como dos perros en celo". Según Buñuel, la rusa, envidiosa de la amistad que les unía, no paró de meterse con ellos mientras comían en la playa, hasta tal punto que él acabó por ponerse de pie de un salto y hacer como si la fuera a estrangular, mientras Dalí, de rodillas, le imploraba que desistiera.

Esta escena, que Dalí no menciona en sus memorias, parece haberse desarrollado más o menos como la evoca Buñuel, que se olvida de que también estuvo con ellos Cécile Éluard, que entonces tenía 10 años. La hija de Gala contaría después que siempre había recordado vagamente a Buñuel como un hombre enorme de ojos saltones que quería estrangular a su madre. Creía que se trataba de algo soñado, de una pesadilla, pero que, al publicarse las memorias del cineasta, se dio cuenta de que el episodio había ocurrido de verdad.

Si Gala estaba celosa de Buñuel, parece acertado suponer que éste, muy sensible pese a su aspecto de hombre duro, se molestó profundamente al descubrir que la rusa, además de interponerse entre él y Salvador, interrumpía la elaboración del guión de su próxima película.

Dalí y Gala, trabajando en el Sueño de Venus (1939).ERIC SCHAAL / CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN DEL CENTENARIO PATROCINADA POR LA CAIXA

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