Columna

'Copyright' divino

Soy, por utilizar una expresión común y sobre todo desdramatizada, una mujer de poca fe. Mantengo así con el Cristianismo una relación de familiaridad, de pertenencia cultural, pero no espiritual. Pero como el mundo de las pertenencias es ancho y el de la identidad igual que un puzzle difícil, de esos con muchas piezas de cielo, también tengo en cuenta otras familiaridades. No puedo olvidar, por ejemplo, que escribo y pienso, es decir, que me represento el mundo en una lengua que incluye miles de vocablos del árabe. Pienso a menudo en eso, que los partes de Irak, las crónicas del 11M, los rela...

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Soy, por utilizar una expresión común y sobre todo desdramatizada, una mujer de poca fe. Mantengo así con el Cristianismo una relación de familiaridad, de pertenencia cultural, pero no espiritual. Pero como el mundo de las pertenencias es ancho y el de la identidad igual que un puzzle difícil, de esos con muchas piezas de cielo, también tengo en cuenta otras familiaridades. No puedo olvidar, por ejemplo, que escribo y pienso, es decir, que me represento el mundo en una lengua que incluye miles de vocablos del árabe. Pienso a menudo en eso, que los partes de Irak, las crónicas del 11M, los relatos de pateras y refugios negados, o el debate del velo, se expresan aquí en una lengua hecha sustancialmente de latín y de árabe. Lo pienso a menudo y con tristeza, constatando que la sabiduría que encierran las lenguas: geografías e historias superadas; visión mestiza; voz adaptándose sin cesar al tiempo; se queda mayormente sin uso; que es una sabiduría que ignoramos o despreciamos o combatimos.

Acabo de ver la "pasión según Mel Gibson" y lo pongo en minúscula porque para mí sólo se trata de un fragmento. Y ahora le añadiría al título el signo del copyright si supiera cómo se hace con este teclado, porque también está claro para mí que se sitúa en el terreno de las apropiaciones con ánimo de lucro. La historia de Jesús es de dominio público, Cristo no paga derechos en el sentido jurídico del término, ni tiene herederos de esos que te llevan a juicio por atentado al pudor o la intimidad o explotación comercial indebida. Su historia es abierta, es de todos y Mel Gibson pretende acaparársela, llevársela literalmente a su huerto, con la ayuda de la maquinaria, de la lógica maquinal, de Hollywood y Cia.

No voy a insistir en lo que todo el mundo sabe ya de esa película: que hay sangre en cantidades industriales; morosidad en la representación agresiva, confusión de Pasión con tortura; y un tratamiento del cuerpo mortificado de Cristo que se sitúa en los límites de lo sádico y lo obsceno. Pero con todo, lo más terrible para mí -el horror por debajo de lo horrible- es la perspectiva; la visión cerrada, fija en el primer plano. La pasión de Gibson es casi sólo una sucesión de planos cortos, asertivos, obstinados. Imágenes sin dudas ni contexto alrededor, sin espacio, por lo tanto, para la recepción crítica del espectador. Imágenes que no pretenden representar una versión, una lectura de la Pasión; sino constituirse en revelación literal de las horas finales de Cristo; y de ahí -porque esa literalidad es la realidad claro y ésta mismamente la verdad- erigirse en interpretación última, definitiva, del Evangelio. Es decir, que pretenden ponerle de una vez por todas el sello del copyright a la palabra de Dios. Como quieren hacer con otro Dios y otra palabra los lectores unívocos del Corán.

No voy a comparar lo incomparable, pero todas las visiones fanáticas coinciden en confundir la versión propia con la verdad; y en reducir esa verdad a un único argumento; para luego -que es hoy- encerrar ese argumento en una causalidad violenta, perversa y peligrosa: de la sangre a la culpa, circularmente, de la culpa a más sangre y así. No voy a comparar lo incomparable. Sólo a esperar que sobre los fanáticos del copyright divino se alcen las voces de los humanismos religiosos (ya que en esas estamos). Ya he dicho que no soy creyente pero recuerdo un mensaje cristiano mucho más solidario y luminoso; en esta semana de Pascua además en que los trabajadores marroquíes (el 90% de los musulmanes residentes en España vienen de ese país) han anunciado que pedirán al nuevo gobierno la constitución de un Consejo Islámico, que permita oponerle a la manipulación fanática de unos pocos, la visión de un Islam sereno y plural.

Yo no sé confiar más que en la razón laica, en la puntual verdad de lo civil que no se revela sino que se pacta; pero entiendo que el debate sobre el espacio de lo religioso en este país ya no puede esperar; y que hay que aplicarle un enfoque realista y global y desprejuiciado, alejado de la improvisación y del mimetismo de las respuestas parciales.

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