LA CRÓNICA

Malas artes en la Consejería de Cultura

Este año cumplía celebrar el 250 aniversario del nacimiento de Vicente Martín y Soler (Valencia 1754-San Petesburgo 1806), nuestro músico más universal como bien saben los melómanos del lugar. Al parecer, se había previsto conmemorar la efeméride con un generoso programa de actos divulgativos de su personalidad y obra. Que nos conste, todo se ha reducido a unos pocos comentarios periodísticos y la edición de su ópera Una cosa rara en versión para cuarteto de cuerda -un gozo por su calidad y ejecución, ciertamente- patrocinada por el Institut Valencià de la Música de la Generalitat. Ahí ...

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Este año cumplía celebrar el 250 aniversario del nacimiento de Vicente Martín y Soler (Valencia 1754-San Petesburgo 1806), nuestro músico más universal como bien saben los melómanos del lugar. Al parecer, se había previsto conmemorar la efeméride con un generoso programa de actos divulgativos de su personalidad y obra. Que nos conste, todo se ha reducido a unos pocos comentarios periodísticos y la edición de su ópera Una cosa rara en versión para cuarteto de cuerda -un gozo por su calidad y ejecución, ciertamente- patrocinada por el Institut Valencià de la Música de la Generalitat. Ahí queda todo. Y no por ignorancia e imprevisión de los responsables, como decíamos, sino por la ruina de las finanzas públicas. Ahora, lo que se evocará en 2006, si el erario lo permite, será el segundo centenario de la muerte del artista.

El episodio en sí mismo es irrelevante, pues todo se reduce aparentemente a un cambio de fechas que podría incluso permitir mejorar la pujanza de la rememoración. Pero nos tememos que el aplazamiento no responda únicamente al motivo declarado, sino a otros de más calado, como puede ser el cambio de política cultural que propende el titular del departamento, Esteban González Pons. Un cambio de política, decimos, y de quien ha venido dirigiéndola durante estos últimos ocho años. Nos referimos a Consuelo Ciscar, la personalidad más brillante y determinante -a la par con su hermano, Ciprià en la etapa socialista- de cuantas se han sucedido en esa área desde la transición democrática. Ha gestionado a las órdenes de cuatro consejeros distintos que, con las inevitables asintonías, se han rendido a la creatividad y proyección de esta colaboradora leal, emprendedora y libertaria a su modo.

Como ningún cargo público es vitalicio y en lo tocante a la cultura, además, sus agonistas raramente resisten tanto tiempo sin achicharrarse, nadie puede objetarle al consejero que quiera acomodarse su propio equipo e impulsar sus proyectos, si los tiene. Sabe, porque es evidente y no está ciego, que su secretaria de Promoción Cultural le ha puesto el listón muy alto y que será difícil suplir ese despliegue de nombres estelares -Irene Papas, Rostropóvich, Bigas Lunas y etcétera- que han situado a Valencia en los círculos internacionales más selectivos, por no hablar de la labor sin precedentes realizada en las artes plásticas y escénicas. Pero no es un balance de gestión lo que procede aquí y ahora, entre otras cosas porque habría que aludir a las insoslayables facetas críticas, que no han faltado en tan densa y dilatada labor.

Sí procede, en cambio, reclamar el debido respeto a esa hoja de servicios. No se puede estar intoxicando casi a diario a determinados medios de comunicación para desacreditar un trabajo -el de la citada secretaria de Cultura- o promover interferencias en el mismo, cuando lo correcto y honorable es plantear sin ambages el problema del relevo, en el supuesto de que sea un problema. De no hacerlo, el desgaste es mutuo y, acaso, superior para el consejero que se delata con su lengua de doble filo y el recurso a ardides administrativos expresivos de una presunta personalidad endeble. Él, precisamente, que vino de la Corte cual político de alto coturno, capaz de plantar cara al lucero del alba y resistir todos los embates del zaplanismo militante.

Quisiera estar equivocado y que las cosas fuesen de otra manera, aunque los indicios no dejan mucha opción a las dudas. En todo caso, con los mimbres personales actuales en el ámbito administrativo de la cultura, o con los que el consejero va alistando al tiempo que hincha las nóminas, algún criterio político tendrá que prevalecer para que la cultura oficial en el País Valenciano recobre su velocidad de crucero o se acomode al nuevo. Está claro que ya no pueden prolongarse las larguezas financieras de épocas recientes y que hay que adecuarse a las nuevas austeridades. Pues hágase y que González Pons coja el toro por los cuernos sin minar prestigios ni programas que le son ajenos. Será digno de ver cuántos genios y creativos indígenas congrega a su llamada el consejero o su vicario. ¡Buenos son ellos, los artistas, para acudir donde no hay avío!

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