Crítica:

Viaja un irónico

Almeida Garrett (1799-1854) publicó este libro en 1846, así que échese la cuenta de cuánto ha tardado la versión castellana. Demora sólo achacable a los abismos de ignorancia que siguen vigentes entre España y Portugal.

Pasa Almeida Garrett por introductor del romanticismo en Portugal. A juzgar por Viajes

... él no suscribiría sin más el calificativo, aunque desde luego se muestra imbuido de esa tendencia, en la que ve pros y contras. Pero ojo, también conoce el paño clasicista: "Con tal de que no sea la lira, que es clásica, cualquier instrumento, hasta la bandurri...

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Almeida Garrett (1799-1854) publicó este libro en 1846, así que échese la cuenta de cuánto ha tardado la versión castellana. Demora sólo achacable a los abismos de ignorancia que siguen vigentes entre España y Portugal.

Pasa Almeida Garrett por introductor del romanticismo en Portugal. A juzgar por Viajes

... él no suscribiría sin más el calificativo, aunque desde luego se muestra imbuido de esa tendencia, en la que ve pros y contras. Pero ojo, también conoce el paño clasicista: "Con tal de que no sea la lira, que es clásica, cualquier instrumento, hasta la bandurria, es igual ante la ley romántica". A Almeida le cabe sin duda el honor de recopilador del romancero. Por no hablar de su vocación teatral.

VIAJES POR MI TIERRA

Almeida Garrett

Traducción de Martín López-Vega

Pre-Textos. Valencia, 2004

322 páginas. 24 euros

En lo literario y en lo personal, caminó por el filo de la navaja. Su época es de gran fricción estética y política. La guerra civil entre conservadores y constitucionalistas resulta inseparable de su postura cívica y literaria. Vivió el exilio (lo supo aprovechar para ampliar su óptica), y también la decepción de ver cómo el liberalismo derivaba, ya en el poder, a manejos sucios para cerrar el paso a las aspiraciones populares. En lo personal, nuestro hombre fue fértil en amoríos y llevó vida poco conformista y muy partidaria de trato intenso y extenso con las mujeres: en ese sentido, el lector encontrará gracioso que en Almeida se dé el mismo contraste entre rubias de ojos claros (sensatas) y morenas de ojos negros (apasionadas) que también está en las obras de un preclaro sucesor, Eça de Queiroz.

Mentar al océano llamado Eça es inesquivable siempre que hablemos de literatura portuguesa, pero uno de los grandes encantos de Viajes

... consiste en una ironía que dejará indudables ecos en Eça. No en vano el lector que hoy se asome a Viajes... aceptará una guasona regla del juego: un libro de viajes que lo es y no lo es, porque simultáneamente a la narración y descripciones itinerantes (de Lisboa a Santarém) hallará un relato romántico (una auténtica novela adherida, La niña de los ruiseñores, sin duda lo que más ha envejecido) y sobre todo sinfín de meandros sobre cuestiones políticas, literarias o amorosas que, aparte de su pertinencia, le engatusarán por con sus vuelos y garbo.

Pertenece a esa estirpe de autores que incita al lector a la complicidad, a averiguar si cada frase va con segundas (suele ir). Un tono de conversación íntima sobre temas sociales, y a la par una manera de, refiriéndose a sucesos colectivos, suscitar de quien lee que se interrogue sobre las repercusiones en su vida individual. Almeida no finge populismos: trae a colación ejemplos y citas cultas, incluso mitológicas, que no dejan duda de que quien habla es un refinado. Pero la clave está en que no es un estirado, sino alguien que tienta al lector a elevarse para mejor platicar inter pares

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En lo estrictamente histórico-literario, Viajes... nace, empezando desde el título, como réplica a Viaje alrededor de mi cuarto, de Joseph de Maistre, aunque en el primer párrafo Almeida ya indica que si el autor francés hubiese gozado de un clima como el portugués sin duda habría salido de la habitación y llegado al menos al jardín. De Maistre es pues más bien un pretexto, porque Almeida salpica su libro de muy variadas pistas literarias, y una de las más feraces lleva a Cervantes (o de él nace).

También Viajes... tiene mucho de panfleto sobre los avatares políticos. Brilla la capacidad punzante de Almeida. Un ejemplito: "El sentido común no llegará hasta andado un milenio: ¡reinado de los hijos de Dios! Está prometido en las divinas promesas, del mismo modo que el rey de Prusia prometió una constitución y no faltó a su palabra; el contrato no tiene fecha y él la prometió, pero no dijo para cuándo". Almeida sabe que hay que luchar por el cambio social, pero ha aprendido a no creer en milagros. "Cada hombre rico, acomodado, cuesta cientos de infelices, de miserables".

Lisboa es el punto de partida de los viajes de Almeida Garrett.RAÚL CANCIO

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