Editorial:

Después de la matanza

La respuesta a la barbarie terrorista estuvo a la altura de la magnitud del daño causado: dos centenares de muertos de 11 nacionalidades, casi 1.500 heridos, de los que más de medio centenar continuaban ayer en estado crítico o muy grave. La solidaridad de las primeras horas, reflejada en las imágenes emocionantes de bomberos, policías, sanitarios, vecinos, movilizados para ayudar y para compartir el dolor, dio ya la medida del nervio moral de la sociedad. Ayer, las concentraciones de la mañana en todas las ciudades y pueblos de España, y las masivas movilizaciones de la tarde (más de once mil...

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La respuesta a la barbarie terrorista estuvo a la altura de la magnitud del daño causado: dos centenares de muertos de 11 nacionalidades, casi 1.500 heridos, de los que más de medio centenar continuaban ayer en estado crítico o muy grave. La solidaridad de las primeras horas, reflejada en las imágenes emocionantes de bomberos, policías, sanitarios, vecinos, movilizados para ayudar y para compartir el dolor, dio ya la medida del nervio moral de la sociedad. Ayer, las concentraciones de la mañana en todas las ciudades y pueblos de España, y las masivas movilizaciones de la tarde (más de once millones de españoles salieron a las calles), confirmaron esa capacidad de compasión, y el convencimiento de la necesidad de mantener la unidad y la firmeza: la unidad ciudadana en respaldo a la firmeza de las autoridades legítimas en su actuación antiterrorista; para identificar, detener y poner a disposición de la justicia a los autores de la masacre.

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El Gobierno sigue manteniendo como primera opción la autoría de ETA, aunque esa banda negó ayer responsabilidad en los atentados en llamada telefónica al diario Gara, y a que los indicios de que pudiera tratarse de un grupo islamista radical se vieron reforzados por los nuevos datos que facilitó el ministro del Interior. La posibilidad de que se trate de ETA se desprende de antecedentes contrastados: sobre todo, del hecho de que en dos ocasiones recientes había intentado provocar un atentado de grandes proporciones en Madrid, uno de ellos haciendo estallar varias bombas en un tren a su llegada a la capital. También existía la convicción de que intentarían matar en vísperas de las elecciones, tratando de condicionarlas, como ha hecho otras veces. Esos antecedentes dieron verosimilitud a la hipótesis no sólo a los ojos del Gobierno español, sino también, entre otros agentes interesados, del Gobierno vasco y de la policía francesa.

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Pero es una hipótesis, una deducción racional; no el resultado de indicios directos. En cambio, la aparición en Alcalá de Henares, punto de partida de los trenes que llevaban las bombas, de una furgoneta que contenía una grabación de versículos del Corán y varios detonadores, es un indicio, todavía no una prueba, pero algo más que una hipótesis. La explicación alternativa, que ETA hubiera preparado esa furgoneta con versículos del Corán incluidos para despistar, no tiene sentido: los terroristas actúan para poder reivindicar lo que hacen; si no quieren que se les anote en su haber, se limitarían a no colocar las bombas.

Este indicio pone en entredicho el énfasis con que Acebes rechazó cualquier otra hipótesis, calificando de "miserables" a quienes pusieran en duda la autoría de ETA. Horas después de la aparición de la furgoneta -robada- en Alcalá tuvo que reconocer que no podía descartarse la hipótesis islamista. Ayer añadió que los detonadores eran iguales a los empleados en los atentados y que el explosivo utilizado era Goma-2 de fabricación española, material que ETA no emplea desde hace años. Aun así, el ministro reiteró que la principal línea de investigación, aunque no la única, sigue señalando a ETA.

Sin necesidad de sacar las cosas de quicio, ese comportamiento plantea algunos problemas. La forma en que se materializa la unidad de los partidos democráticos contra el terrorismo es el apoyo a las iniciativas del Gobierno; la oposición, y los ciudadanos en general, confían en quienes dirigen la lucha antiterrorista por decisión democrática. Pero ello requiere a su vez que el Gobierno informe con fidelidad a los partidos, y también, en la medida en que no dificulte las investigaciones, a la opinión pública.

Que el atentado haya sido de ETA o de Al Qaeda no afecta al rechazo compartido al terrorismo, pero puede tener efectos políticos y aun electorales diferentes. La duda es si la resistencia del Gobierno a admitir otras hipótesis, y en todo caso a mantener como más verosímil la de ETA, es o no interesada. La nota de Exteriores dando instrucciones a los embajadores para que sostuvieran la autoría de ETA desde primera hora y más allá de toda duda contribuye a aumentar la desconfianza. El Gobierno, empezando por su presidente, está obligado a extremar la prudencia y a no convertir en certeza lo que es una hipótesis de trabajo.

A ETA no hay por qué creerla bajo palabra, pero es cierto que suele reivindicar sus fechorías. Y también que a veces ha criticado algunos atentados, como el asesinato del senador Enrique Casas, porque sus autores eran de los Comandos Autónomos, organización que a comienzos de los ochenta competía con ETA. Más interesante que las explicaciones que puedan dar los encapuchados es la reacción del brazo político. Es insólito ver a Otegi y a los suyos en las concentraciones contra el atentado, y leer en Gara que se trata de "una barbaridad inadmisible". A fin de cuentas, las razones para oponerse a esa violencia "indiscriminada" e "inhumana" que buscaba "causar el mayor número de muertes" son las mismas que cabe esgrimir contra los crímenes de ETA, tantos de ellos en vísperas electorales. No hay que tener muchas esperanzas, pero tal vez la imagen del horror de este 11-M sirva de espejo del horror que ellos han apoyado, disculpado o no querido ver durante tantos años.

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