Crítica:

El 'cuelgue' de Peter y Sally

Año 1967, en plan época del hippysmo y la psicodelia. Peter, su novia Sally y su amigo Mr. Cosmic entran en una secta satánica. Al primero le va bien: asciende en el organigrama de la secta y desciende en su apreciación de la realidad ya que no para de meterse todo lo que puede. Sally tratará de sacarlo de la secta sin resultado. Después de unos rocambolescos incidentes, Sally acabará sometida como un perro, Mr. Cosmic hecho fosfatina y Peter enganchado a una muchacha llamada Maud que resulta ser hija del jefe de la secta.

El autor apela al uso de la escritura en forma de diario ...

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Año 1967, en plan época del hippysmo y la psicodelia. Peter, su novia Sally y su amigo Mr. Cosmic entran en una secta satánica. Al primero le va bien: asciende en el organigrama de la secta y desciende en su apreciación de la realidad ya que no para de meterse todo lo que puede. Sally tratará de sacarlo de la secta sin resultado. Después de unos rocambolescos incidentes, Sally acabará sometida como un perro, Mr. Cosmic hecho fosfatina y Peter enganchado a una muchacha llamada Maud que resulta ser hija del jefe de la secta.

El autor apela al uso de la escritura en forma de diario para mover el relato. En principio, es un diario que le encarga a Peter su tutor en la secta, un tipo razonablemente repugnante llamado Felton, el cual lo lee cada día para ver cómo va la iniciación del neófito. Esta exposición de la intimidad más los efectos de las diversas drogas van creando en Peter una dependencia de la secta y una dejación de sí mismo que dará lugar a la ruptura con Sally, al encuentro con Maud y a diversas ceremonias a cual más degradante. Cuando decide huir, Peter apela a Sally, pero será ésta la que se enrede en una feroz degradación en torno a Maud y Peter. Finalmente, Peter escapa con Maud y, de pronto, en las cinco últimas páginas, Peter nos dice que estamos en 1997, que han estado felizmente casados durante treinta años, que él y Mr. Cosmic han medrado a base de bien y que Maud acaba de morir y la echa de menos.

SATÁN ME QUIERE

Robert Irwin

Traducción de Javier Calvo

Mondadori. Barcelona, 2004

336 páginas. 17 euros

Música de los Stones, los Beatles, Jeff Beck, Procol Harum, Grateful Dead, Jefferson Airplane -mucho Jefferson, por cuestión de psicodelia-, Cream, Donovan. En el plano libresco, Wilhelm Reich y La función del orgasmo, Marcuse, pero también Aleister Crowley. El modo de pensamiento se ciñe a planteamientos como el que sigue: "Según Cosmic, el cáncer es un juicio sobre una vida que ha fracasado. Es una especie de castigo por no haber vivido de acuerdo con la armonía natural".

No cabe otra posibilidad

que pensar que Robert Irwin ha querido hacer un retrato vitriólico o al menos irónico del lado más penoso de la juventud idealista, desenfrenada y libertaria de los años sesenta; en caso contrario, estaríamos ante una triste gamberrada. Sin embargo hay algo en esta novela que se resiste a quedar en sátira y creo que es su falta de narratividad. Todo cuanto sucede se queda en una serie de anécdotas ordenadas tan sólo por la cada vez más abundante y variada ingestión de estimulantes. Irwin pretende, sin duda, jugar sobre la línea de encuentro, cada vez más nebulosa, entre delirio y realidad, internarse en ese estado de la conciencia, pero hay demasiado espacio dedicado a ideas y teorías que son producto de la ignorancia verborreica de los personajes y se hacen bastante difíciles de soportar, por machaconas. Cuando Peter se refiere de vez en cuando a sucesos, textos o ideas suyas que le parecen chorradas hay que reconocerle su lucidez porque chorradas hay, y abundantes, a lo largo de la novela; como si Irwin se hubiese quedado en el espectáculo, en la exhibición, no en el conocimiento.

La relación entre delirio y realidad, o ensoñación y realidad, modifica una conciencia, en efecto; si nos limitamos a dar muestras de esa relación tendremos una lista de muestras de relación; si operamos sobre la conciencia, tendremos el relato dramático (o cómico-dramático si lo prefiere el autor) de la modificación de esa conciencia. Lo primero es propio de un coleccionista; lo segundo, de un narrador. Irwin procede de modo acumulativo y la novela cansa lo indecible a partir de la mitad más o menos, cuando todo está dicho y sólo se nos van a ofrecer variantes cada vez más acusadas del mismo proceso. La suma de colocones no produce narratividad alguna. Para peor, Peter se dirige al lector desde treinta años después en unas pocas páginas al final, como ya he señalado, y en esos treinta años no ha debido pasar nada digno de mención, es decir: no se ha debido fumar un canuto, porque lo que es en el resto de la novela, lo único digno de mención es el monótono tira y afloja del protagonista entre alucinaciones y realidades complementadas por algunas sesiones de sexo. Treinta años que no merecen más que cinco páginas, contra trescientas de mera exhibición -no indagación- de delirios psicodélicos repetitivos.

En la novela hay humor, más en casos concretos que como clima, con acertadas apreciaciones de corte coloquial y muy expresivas, como cuando Peter, tras conocer a la pelmaza de Maud, dice: "Salir con Maud es como arrastrar una vaca hasta el mercado". La novela posee un fondo reconocible de novela inglesa, pero el gran peligro de las historias de colgados es que suelen tener todos los defectos de las historias colgadas. Y así como un colgado sí tiene sitio en la realidad y en la vida, una novela colgada no tiene sitio en el arte de la ficción.

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