Editorial:

El viraje de los precios

La tasa anual de inflación registró una caída espectacular en el mes de enero; pasó del 2,6% de diciembre al 2,3%, gracias a un descenso mensual del 0,7%. Como la tasa anual de inflación subyacente también descendió, en este caso dos décimas, puede decirse que el IPC del mes de enero ha reanimado las esperanzas de que la inflación española pueda aproximarse durante este año a ese 2% mítico de aumento anual que el Gobierno menciona en cada presupuesto sin demasiado convencimiento y con el pretexto de que es la inflación que el Banco Central Europeo (BCE) admite como media para el conjunto de lo...

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La tasa anual de inflación registró una caída espectacular en el mes de enero; pasó del 2,6% de diciembre al 2,3%, gracias a un descenso mensual del 0,7%. Como la tasa anual de inflación subyacente también descendió, en este caso dos décimas, puede decirse que el IPC del mes de enero ha reanimado las esperanzas de que la inflación española pueda aproximarse durante este año a ese 2% mítico de aumento anual que el Gobierno menciona en cada presupuesto sin demasiado convencimiento y con el pretexto de que es la inflación que el Banco Central Europeo (BCE) admite como media para el conjunto de los países de la Unión Económica y Monetaria. Una elemental prudencia exige esperar a que una tendencia tan acusada a la baja se confirme durante los próximos meses.

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El descenso de siete décimas del IPC en enero se explica por dos causas principales. La primera es la influencia de las rebajas, cuyo cómputo se ha introducido en el indicador de precios y ha contribuido a conferir una gran volatilidad al índice mensual. Hasta el punto de que hoy la tasa de inflación sólo es inteligible en términos anuales. El segundo factor es la espectacular escalada del tipo de cambio del euro, por encima de 1,27 dólares, que ha actuado como eficaz terapia antiinflacionista en toda Europa. Por efecto de la fortaleza del euro, el coste del petróleo y sus derivados está descendiendo y lo mismo cabe decir de casi todos los precios de importación de productos fabricados en dólares. Aún cabría mencionar otro factor que por el momento sólo se apunta, que es la pérdida de pulso de la demanda de algunos productos de bienes de consumo, como el vestido o el calzado.

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Los buenos auspicios momentáneos de la inflación contrastan con la pésima evolución de la balanza comercial española con el exterior, lastrada durante mucho tiempo por un diferencial excesivo de precios que condenaba a nuestros productos a una competencia desigual. En los once primeros meses de 2003, el déficit comercial ha aumentado casi el 14%, y confirma que la economía española está acumulando un grave problema estructural: la ausencia de capital tecnológico y humano para competir en productos de gran valor añadido.

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