Crítica:

Engaño en Nueva York

De pronto, una sorpresa. Lumen anuncia una Biblioteca Dawn Powell. ¿Quién conoce a Dawn Powell? Hace un par de años se publicó en España una novela que pasó prácticamente inadvertida: Gira, mágica rueda, que revelaba a una escritora verdaderamente singular y netamente neoyorquina, una escritora olvidada -no aparecía en ninguna historia de la literatura norteamericana- que recordaba a Dorothy Parker o a Elizabeth Smart. ¿Una escritora menor? ¿Una cronista de los ambientes neoyorquinos?

De Café Julien se puede decir eso de que es "un libro delicioso", incluso "encantador" po...

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De pronto, una sorpresa. Lumen anuncia una Biblioteca Dawn Powell. ¿Quién conoce a Dawn Powell? Hace un par de años se publicó en España una novela que pasó prácticamente inadvertida: Gira, mágica rueda, que revelaba a una escritora verdaderamente singular y netamente neoyorquina, una escritora olvidada -no aparecía en ninguna historia de la literatura norteamericana- que recordaba a Dorothy Parker o a Elizabeth Smart. ¿Una escritora menor? ¿Una cronista de los ambientes neoyorquinos?

De Café Julien se puede decir eso de que es "un libro delicioso", incluso "encantador" porque su planteamiento no puede ser más sugestivo: unas vidas anudadas en torno a un café-restaurante de Nueva York; vidas de artistas, marchantes, modelos, periodistas, gente guapa, arribistas, canaperos, críticos y toda la fauna que uno se puede imaginar en torno al ritmo febril de los años cuarenta de la ciudad. El eje: un café-restaurante de postín y una cronista, la autora, enamorada de la ciudad y del estilo de vida de la época. La prosa de Powell (1896-1965) es, además, viva y refrescante, es seductora, huidiza a veces, descarada otras, irónica, sutil...

CAFÉ JULIEN

Dawn Powell

Traducción de Joan Riambau

Lumen. Barcelona, 2004

382 páginas. 18,90 euros

en fin, encantadora. Pero digámoslo ya: no sólo de encanto vive una buena novela y ésta es una novela excelente, así que dentro de ella hay mucho más de lo que asoma al primer golpe de vista.

La novela se abre y se cierra

con un par de textos de un tipo que se pasa el día en un hotel cercano con la mirada perdida ante una máquina de escribir. Uno está escrito sobre una de las mesas de mármol del Julien, el otro en un cuaderno desde un banco de la calle delante de los restos del famoso restaurante; el primero es corrosivo acerca de la ciudad y del mundo, y el segundo da fe de la decrepitud y el fin de aquella especie de reino local. Hay otra apertura y cierre, la de los encuentros-desencuentros de la simbólica pareja Ricky y Ellenora, hechos el uno para el otro y siempre alejados por el azar y su desajuste. Y por en medio y alrededor del tumultuoso centro de acogida de ciudadanos de todas clases, un trío de pintores a cuyo alrededor se mueve la fauna neoyorquina y una pareja femenina que representa, respectivamente, el estilo bostoniano de una oveja negra y la capacidad de supervivencia de una chica de la calle que se codea con lo mejor de la ciudad.

Los tres pintores y el engaño colectivo que se organiza en torno a ellos parecen el preludio de esas relaciones disparatadas entre vida y arte en un caldo de cultivo seudointelectual que utilizarán algunos escritores posmodernos con fortuna. Pero, en conjunto, las historias entremezcladas de la gente que entra y sale del Julien, va a fiestas o se cuela en ellas y vive como puede, tienen un común denominador: la soledad de unas vidas falsas, de unas vidas sin enjundia y, también, sin drama. Y de todo ello, Dawn Powell saca petróleo porque detrás de lo delicioso y de lo encantador -que lo es, pero de verdad- hay brío, hay pensamiento, hay coraje literario y una mirada de la autora al interior de los personajes que ni ellos mismos sospechan. El humor y la diversión van poco a poco cobrando tintes oscuros, perfiles aristados, destellos inquietantes sin que la autora pierda el tono: hasta que consigue que ese mismo encanto vaya dejando destilar un sutil dolor.

Lo que sucede es que la auto

ra no se apea de su amor por Nueva York y sus tipos y sabe hacerlo compatible con la realidad más dura, y ese trabajo en paralelo es lo que da a la escritura de Dawn Powell un sello inconfundible al que no es ajena una mezcla de gratitud, compasión y falta de piedad. En este libro no se rehúye la realidad y ésa es la fuerza que emerge tras su primera apariencia. El estilo es transparente ("Al atravesar la puerta del café caminaron en un tenso silencio que era más bien un apasionado abrazo" o "para Dalzell, el destino había cobrado forma a través de su vacilación"), el humor también es transparente ("parece ser que City Life me contrató porque no sabía nada sobre arte. Según parece, les gusta el punto de vista del ciudadano medio acerca de cualquier tema, ya sea ciencia, medicina, libros o cualquier otra cosa. Sólo adoptan un punto de vista intelectual en deportes y economía"). El estilo es el estilo y esa visión de Nueva York tiene el look inconfundible de un mundo y un modo de vivir que desapareció, pero leída ahora, uno se da cuenta de que en la obra de Dawn Powell ha quedado prendida la realidad de aquel mundo frívolo y patético que escondió la soledad de tantos fracasados y de tantos pobres ricos. La dura mirada de la autora se tiñe siempre de compasión y de alegría por los buenos ratos pasados a pesar de todo, a pesar de la mentira, a pesar del fingimiento de la felicidad. Enhorabuena a Lumen por esa Biblioteca Dawn Powell que, sin lugar a dudas, creará un club de fans en torno a ella.

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