Crítica:ESTRENO | 'Casa de arena y niebla'

Un lugar propio

Es una de esas películas que cada año se cuelan, un poco de rondón y contra pronóstico, en las nominaciones a los Oscar, no se sabe bien si porque la mayor parte de las elegidas debe perder o porque, definitivamente, atesora virtudes propias. Es la ópera prima de un director que viene, y adornado con todos los parabienes, del terreno de la publicidad, pero que demuestra un sorprendente control de un tempo narrativo que nada tiene que ver con el electrizante ritmo del spot publicitario y sí mucho de un aire entre contemplativo y cuidadoso en el tratamiento del paisaje, casi siempre retra...

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Es una de esas películas que cada año se cuelan, un poco de rondón y contra pronóstico, en las nominaciones a los Oscar, no se sabe bien si porque la mayor parte de las elegidas debe perder o porque, definitivamente, atesora virtudes propias. Es la ópera prima de un director que viene, y adornado con todos los parabienes, del terreno de la publicidad, pero que demuestra un sorprendente control de un tempo narrativo que nada tiene que ver con el electrizante ritmo del spot publicitario y sí mucho de un aire entre contemplativo y cuidadoso en el tratamiento del paisaje, casi siempre retratado en un sentido fuertemente simbólico.

Porque, a la postre, también simbólico es el enfrentamiento que la película propone, el que se establece entre una joven (Connelly) cuya vida ha conocido un giro brutal, a peor, y un antiguo oficial de las fuerzas aéreas iraníes (Kingsley), que añora pasados tiempos de esplendor. Emigrante a Estados Unidos, sacrificado en la realización de trabajos degradantes, pero que le dan fuerzas para adaptarse a su nuevo país, encontrará en una bella y modesta residencia frente al Pacífico la meta y el sentido de su nueva vida.

CASA DE ARENA Y NIEBLA

Dirección: Vadim Perelman. Intérpretes: Jennifer Connelly, Ben Kingsley, Ron Eldard, Frances Fisher, Shohreh Aghdashloo. Género: drama, EE UU, 2003. Duración: 110 minutos.

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La casa del título es, pues, la materialización de dos deseos enfrentados. Para la joven, se trata de no perder lo único de valor que le legó su padre; para el irano-americano, de restituir a su familia algo de su perdido tren de vida. Del lado de la joven sólo está la determinación y un providencial nuevo amigo, un policía; del iraní, la propiedad legal de la casa, aunque la chica encontrará también la inocente complicidad de la esposa del ex militar (Aghdashloo). Y todos terminarán pagando un altísimo precio por el enfrentamiento.

Perelman conduce todo este difícil conflicto con mano segura. En ocasiones se recrea de más en la captación del paisaje, un recreo que bordea el manierismo. Pero en general, sale bien parado de la apuesta, apuntalado por el trío protagonista, dos de cuyos miembros, Kingsley y Aghdashloo, han sido nominados por sus trabajos. Y justamente, por lo demás.

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