Crítica:

Oda al páter

El húngaro Péter Esterházy, quien junto a Sándor Márai y Gyorgy Konrad representa lo más destacado de la literatura magiar contemporánea -como ya demostró en Pequeña pornografía húngara o La mirada de la condesa Hahn -Hahn- se vuelca en el abrumador esfuerzo de no sólo narrar la historia de la dinastía Esterházy, que debido a su lealtad a los Habsburgos, fueron desde 1620 hasta el final de la I Guerra Mundial, una de las familias más ricas e influyentes de Europa, sino que también recoge la de la tornadiza Hungría. Ni género histórico a la usanza ni reivindicación de un tiempo pa...

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El húngaro Péter Esterházy, quien junto a Sándor Márai y Gyorgy Konrad representa lo más destacado de la literatura magiar contemporánea -como ya demostró en Pequeña pornografía húngara o La mirada de la condesa Hahn -Hahn- se vuelca en el abrumador esfuerzo de no sólo narrar la historia de la dinastía Esterházy, que debido a su lealtad a los Habsburgos, fueron desde 1620 hasta el final de la I Guerra Mundial, una de las familias más ricas e influyentes de Europa, sino que también recoge la de la tornadiza Hungría. Ni género histórico a la usanza ni reivindicación de un tiempo pasado mejor o exaltación genealógica, antes inventario de la sagacidad, esta abultada obra se divide en dos partes, donde la primera propone una inmersión desprejuiciada en la prosapia familiar, desde los orígenes del noble apellido, la sucesión aleatoria de príncipes, músicos, amantes y personajes secundarios; la segunda se aproxima a los antepasados más inmediatos, además de constatar curiosidades como el apunte de que la Harmonia caelestis a la cual hace referencia el título, fue una selección de temas musicales realizada en el siglo XVIII por uno de los antecesores, el príncipe Pál Antal. Cuanta razón lleva Péter al escribir que "cuanto más grande sea una familia, mejor se conocerá", porque si nos remontamos al siglo XVII, su pariente Nicholas Esterházy, fundador de la rama de los Frakno, al verse presionado por la necesidad de hacerse con un linaje de abolengo, llegó a incluir en él, por cierto algo común durante la época, al mismísimo Atila, rey de los hunos, o al popularmente infausto conde Vlad Drácula, cuyo retrato se encuentra por arte del misterio en la galería del castillo familiar de Forchtenstein. Mediante una representación iconoclasta que da circunloquios a la cronología y teje lo verosímil con lo imposible, el autor infiltra algunas de sus mejores herramientas prosísticas, como la repetición, la alteración o la soltura epigramática, y como un travieso geniecillo, perverso en sus fines aunque menos obsceno que en otras oportunidades si bien fiel amante de los retruécanos, sirve un gaudeamus de alegoría, subterfugio y mordacidad, casi a punto de caramelo de la historieta, dado que su desenfocada narrativa florece, plagada de viñetas, hasta el paroxismo de lo eventual. No obstante, por otra parte puede leerse como una bufona oda al padre arquetípico, a ese progenitor multívoco, siempre presente en la vida de los hijos, pero cuyas sombras a la larga acaban por proyectar formas monstruosas.

ARMONÍA CELESTIAL

Péter Esterházy

Traducción Judit Xantus

Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2003

831 páginas. 27,50 euros

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