Crítica:

El profeta en la discoteca

Confesaba Francisco Umbral a Eduardo Martínez Rico (Las verdades de un mentiroso ilustre, Llibros del Peixe, 2003) que últimamente sólo podía experimentar emociones estéticas. Agrega a esas palabras que ya no le interesan ni la novela ni el cine, tampoco "los temas humanos, los conflictos humanos, el amor, la angustia, la soledad, la muerte". Curiosa declaración, sobre todo si uno la compara con los temas y las preocupaciones éticas y sociológicas que inundan su nueva novela, Los metales nocturnos. Justamente todo lo que enumera en esa respuesta como objeto de su despreocupación ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Confesaba Francisco Umbral a Eduardo Martínez Rico (Las verdades de un mentiroso ilustre, Llibros del Peixe, 2003) que últimamente sólo podía experimentar emociones estéticas. Agrega a esas palabras que ya no le interesan ni la novela ni el cine, tampoco "los temas humanos, los conflictos humanos, el amor, la angustia, la soledad, la muerte". Curiosa declaración, sobre todo si uno la compara con los temas y las preocupaciones éticas y sociológicas que inundan su nueva novela, Los metales nocturnos. Justamente todo lo que enumera en esa respuesta como objeto de su despreocupación es lo que sostiene su relato. Mención aparte merece lo de las emociones estéticas. No hay ninguna novela de Francisco Umbral donde la escritura no sea trabajada para producir exactamente aquello. El paroxismo de la frase. De alguna manera su lengua literaria opera como gustaba que operara la lengua a los surrealistas: generar el encuentro de las palabras con la realidad. Encuentro, no subordinación. En todo caso, si hubiera algún desfase, mejor es que se diera la impresión de que la realidad nace de las palabras. En Los metales nocturnos, la escritura reproduce el mecanismo habitual de Umbral. La frase se enuncia dando siempre la sensación de que sin ella ese momento que registra no existiría. Esto, si no me equivoco, tiene que ver absolutamente con la emoción estética. La prosa de Umbral (tanto en la narrativa como en sus columnas periodísticas) tiene en la puntería de su adjetivación bastante de su devastadora belleza. (El lector tiene en Valoración de Francisco Umbral. Ensayos críticos en torno a su obra, Carlos X. Ardavín, Llibros del Peixe, 2003, un buen manual introductorio a la obra del autor).

LOS METALES NOCTURNOS

Francisco Umbral

Planeta. Barcelona, 2003

200 páginas. 18 euros

Los metales nocturnos es el relato de una odisea infernal. Narrada en primera persona por su protagonista, Jonás -el bíblico desobediente de Dios-, lo dibuja Umbral como si hubiera sido arrojado a la noche madrileña, no se sabe bien si a una condena o a la salvación, aunque algo de las dos circunstancias se adueñen de él. En su periplo por el mundo de la sordidez, el crimen, el neonazismo, la droga, la xenofobia, la corrupción, Jonás traba negocio simbólico y carnal con lo más difícil de la belleza y lo sublime. En su viaje, incluido su paso por la cárcel, el tiempo está concebido con esa imprecisión necesaria de las parábolas. Y sin embargo esta historia bebe en las fuentes de la crónica y el realismo más descarnado. Esto es también Umbral. A medio camino entre lo absurdo de una historia ideada por Chesterton y el empeño metafórico de raíz rigurosamente surrealista, incluida la inspiración verbal de un Ramón Gómez de la Serna, sin olvidar tampoco la ambigua invocación a Genet, Los metales nocturnos es una novela a la medida de la autoexigencia estilística umbraliana: en medio del desasosiego y las felicidades instantáneas todo el dolor y la luz de las palabras justas.

Archivado En