Columna

Génova en su esplendor

Gracias al decidido y bien ponderado intercambio cultural entre Génova y Bilbao, se pueden ver en el Museo de Bellas Artes bilbaíno casi medio centenar de obras de pintores genoveses de los siglos XVI al XVIII pertenecientes a la colección del Palazzo Bianco, de la propia ciudad portuaria. La exposición permanece abierta hasta el día 18.

En un primer recorrido por la exposición, no pocos de aquellos cuadros recuerdan a obras de pintores ilustres del arte plástico universal, tales como Veronés, Caravaggio, Rubens, Poussin, Claudio de Lorena, Guido Reni o Van Dyck, po...

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Gracias al decidido y bien ponderado intercambio cultural entre Génova y Bilbao, se pueden ver en el Museo de Bellas Artes bilbaíno casi medio centenar de obras de pintores genoveses de los siglos XVI al XVIII pertenecientes a la colección del Palazzo Bianco, de la propia ciudad portuaria. La exposición permanece abierta hasta el día 18.

En un primer recorrido por la exposición, no pocos de aquellos cuadros recuerdan a obras de pintores ilustres del arte plástico universal, tales como Veronés, Caravaggio, Rubens, Poussin, Claudio de Lorena, Guido Reni o Van Dyck, por ejemplo. En cuanto a tendencias que influyeron a la pléyade de artistas genoveses presentes en la muestra, se perciben las que van desde los vénetos hasta Correggio, o del manierismo toscano tardío hasta el luminismo caravaggiano.

Para dar pábulo al recuerdo y a las influencias aludidas, basta verificar la existencia de datos fehacientes respecto de las estadías en Génova tanto de Caravaggio como de Rubens y Van Dyck. Para mayor abundancia, éste último pintó, en el primer cuarto del siglo XVII, una gran serie de retratos de la aristocracia genovesa.

Mientras que las influencias -parte consustancial en el devenir del arte en todo tiempo y lugar- en la exposición que nos ocupa se hallan en ciertas luces y sombras, o en tal o cual coloración e incluso en ciertos trazos, cuando no en determinados modos de empastar, hay una obra descaradamente imitativa. Se trata de la firmada por Giovanni Battista Gaulli titulada El sacrificio de Noe, fechada hacia 1685-1690. Esta obra sigue la estela de la que pintara treinta años antes Nicolás Poussin, bajo el título Et in Arcadia ego; algo aceptable en cuanto al color, el dibujo de las manos de tres de sus personajes convierten a su autor en un vulgar zamborondón.

A este respecto se hacen visibles algunos defectos dibujísticos en cuanto a la representación anatómica de manos y algún pie desnudo en algunas de las obras expuestas, por fortuna sólo en un reducido número de ellas.

Puestos a elegir preferencias, nos quedamos con tres turbulentos óleos de Alessandro Magnasco. En el capítulo de paisajes, valoramos el de Antonio Travi, además de otros dos paisajes, uno de ellos pintado por Carlo Antonio Tavella, y el otro en colaboración con Paolo Gerolamo Piola. De los cuatro cuadros de Valerio Castello preferimos los relativos a San Luix IX y al Moisés niño. Nos gustó el aura dramática del cuadro de Orazio de Ferrari. Asimismo, los dos de Assereto y los otros dos de Carlone, y, en especial, la Salomé de Andrea Ansaldo, junto al de Luca Cambiaso, entre otros.

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