Columna

De unos a otros

Modestos políticos tenemos, en general, si los comparamos con quienes un cuarto de siglo atrás hicieron vibrante y hermosa la transición, con sus pactos de la Moncloa y el nuevo texto constitucional. Los de hoy son gente de medio pelo, aunque algunas excepciones quedan, muy pocas. Por ejemplo Rodrigo Rato, al que Aznar sabrá por qué postergó en beneficio de Rajoy. ¿Tal vez por las condiciones de algún préstamo bancario? Pero ya que estamos con Rajoy, continuemos con él. Parece un buen hombre y tiene sentido del humor. Eso, que es poco, ya es mucho si se tiene en cuenta que su antecesor en el p...

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Modestos políticos tenemos, en general, si los comparamos con quienes un cuarto de siglo atrás hicieron vibrante y hermosa la transición, con sus pactos de la Moncloa y el nuevo texto constitucional. Los de hoy son gente de medio pelo, aunque algunas excepciones quedan, muy pocas. Por ejemplo Rodrigo Rato, al que Aznar sabrá por qué postergó en beneficio de Rajoy. ¿Tal vez por las condiciones de algún préstamo bancario? Pero ya que estamos con Rajoy, continuemos con él. Parece un buen hombre y tiene sentido del humor. Eso, que es poco, ya es mucho si se tiene en cuenta que su antecesor en el partido ha sido el jefe de gobierno más adusto de España desde los tiempos de Arias Navarro, y todo ello al margen de los logros económicos y antiterroristas del señor Aznar. Y de su funesto error iraquí.

Rajoy es un jurista gallego de buena familia, pero tiene un toque blanduzco, a medias escondido bajo la barba, y ello le da cariz de hombre subsidiario si lo comparamos con el gran líder del centro derecha español de hace un cuarto de siglo, Adolfo Suárez. Suárez era castellano y fibroso, como un ciclista de Gredos, y sabía jugársela y se la jugó. Suárez dialogó más que nadie, fue valiente como él solo, un prodigioso bailarín de la más alta política. Comparar a Rajoy con Suárez es incitar a la sonrisa.

A la misma sonrisa que brota si contraponemos a Zapatero con Felipe González. Por lo demás, y ya continuando con el juego líderes abajo, dan ganas de llorar: Pepiño Blanco versus Alfonso Guerra; Acebes con Abril Martorell; Rafael Caldera con Tierno Galván; Arenas con Oliart; Álvaro Cuesta con Fernández Ordóñez; Álvarez Cascos con Joaquín Garrigues... De pena. Y de los comunistas, todavía peor, porque medir al irónico, histórico y lúcido Carrillo con el tosco y plano Llamazares conduce directamente a la desazón. También las cosas han ido a peor en la periferia, donde la grandeza de Ajuriaguerra enaniza al obstinado Ibarretxe. El único que parece estar a la altura es Carod-Rovira, un secesionista culto y cordial. Y José Bono, claro, cada día más cerca.

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