Análisis:

Capitales remisos

Estados Unidos necesitará ahorro exterior por más de 590.000 millones de dólares de promedio al año, al menos durante los dos próximos, según la OCDE. Aunque esa economía no ha dejado de presentar un déficit por cuenta corriente desde principios de los ochenta, ha sido a partir de 2001 cuando se ha ido ampliando de forma notable, hasta alcanzar en el primer trimestre de este año un ritmo anual récord equivalente al 5,2% del PIB.

Como consecuencia de esas crecientes necesidades de financiación externa, la posición de inversión internacional neta (la diferencia entre activos y pasivos fin...

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Estados Unidos necesitará ahorro exterior por más de 590.000 millones de dólares de promedio al año, al menos durante los dos próximos, según la OCDE. Aunque esa economía no ha dejado de presentar un déficit por cuenta corriente desde principios de los ochenta, ha sido a partir de 2001 cuando se ha ido ampliando de forma notable, hasta alcanzar en el primer trimestre de este año un ritmo anual récord equivalente al 5,2% del PIB.

Como consecuencia de esas crecientes necesidades de financiación externa, la posición de inversión internacional neta (la diferencia entre activos y pasivos financieros frente al resto del mundo) ha pasado de estar prácticamente equilibrada a finales de la década pasada a tener hoy un saldo deudor equivalente al 25% del PIB sin que, como hemos visto, pueda esperarse una reducción del mismo en un futuro próximo.

A diferencia de lo ocurrido en la segunda mitad de los noventa, los inversores extranjeros no muestran avidez por los activos en dólares

El ritmo al que acudan esos flujos de capital a EE UU, las modalidades que los canalicen y el precio al que lo hagan no sólo serán relevantes para una más o menos cómoda financiación de ese desequilibrio, sino también para la estabilidad financiera del resto del mundo. A diferencia de lo ocurrido en la segunda mitad de la década pasada, ahora los inversores extranjeros no muestran una excesiva avidez por los activos financieros denominados en la moneda americana. Y eso no es tranquilizador, en especial para las economías que ya empiezan a percibir los efectos del muy depreciado tipo de cambio del dólar. La eurozona, sin ir más lejos.

En septiembre, los inversores internacionales ya pusieron de manifiesto sus reticencias tanto a mantener la misma intensidad financiadora del pasado, como a hacerlo con los mismos vehículos. Frente a los 64.000 millones de dólares de media mensual durante los ocho primeros meses del año, en septiembre cayeron a 4.200 millones en términos netos, el menor de los registrados desde la crisis del hedge fund estadounidense Long Term Capital Managements, en el otoño de 1998. Necesitando más capitales exteriores, en el trimestre pasado los extranjeros compraron menos activos americanos que hace un año. También se redujeron esas entradas en relación al segundo trimestre de este año, en unos 134.000 millones de dólares.

La composición de esas entradas tampoco ha mejorado desde la fase expansiva de finales de los noventa. Con datos de la OCDE, en 1999 y 2000 casi el 90% del déficit por cuenta corriente fue cubierto por flujos de inversión extranjera directa a los que se les considera el colesterol bueno de los movimientos de capital: son inversiones a largo plazo, a las que va asociado un mayor compromiso con la estabilidad de la inversión. En la primera mitad de 2003, el 50% de ese desequilibrio ha sido financiado por los bancos centrales (asiáticos mayoritariamente) y por compras privadas de títulos emitidos por el Tesoro estadounidense y sólo una pequeña cuantía con inversión directa extranjera. Que esa tendencia no es sana lo vienen diciendo los mercados de divisas: desde enero de 2002 el valor del dólar frente al euro ha caído un 30% y no menos del 19% frente al resto de las monedas más importantes del mundo, de las que están en flotación más o menos libre.

Particularmente significativa es la depreciación frente al yen, del 20%, en la medida en que ha tenido lugar a pesar de intensas intervenciones del Banco de Japón, que le han llevado a acumular tan sólo en este año más de 165.000 millones de dólares. Un caso suficientemente ilustrativo, por un lado, de la limitada capacidad de los bancos centrales para neutralizar las tendencias subyacentes en los mercados de divisas, y, por otro, de la excesiva volatilidad de los flujos de capital con que se está financiando el exceso de demanda de ese país.

Ante un cuadro tal, sólo la perspectiva de remuneraciones superiores de los activos denominados en dólares (mayor crecimiento de los beneficios empresariales o más elevados tipos de interés en los títulos de renta fija) pueden vencer las reticencias de los inversores internacionales y contribuir a la necesaria estabilización del tipo de cambio. El problema es que la segunda de esas alternativas de remuneración no es precisamente la mejor para el resto del mundo.

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