Reportaje:ESCAPADAS

Ravello, antesala del infinito

Villas y jardines en el retiro italiano de Gore Vidal

Pocos lugares del litoral italiano al sur de Nápoles pueden compararse con el fulgor marítimo de Amalfi y el reclamo fílmico, dolce vita, de Antri, y, sin embargo, el corazón del viajero quedará prendado por una población alejada de la costa, encaramada a una montaña, un lugar de retiro y contemplación y a la vez plagado de concentrado hedonismo. La carretera que lleva a Ravello se ciñe a los vaivenes del valle del Dragone, entre olivares y vides. Aquí se refugiaron un puñado de nobles rebeldes de la República de Amalfi en los primeros años del segundo milenio. Favorecida por el ...

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Pocos lugares del litoral italiano al sur de Nápoles pueden compararse con el fulgor marítimo de Amalfi y el reclamo fílmico, dolce vita, de Antri, y, sin embargo, el corazón del viajero quedará prendado por una población alejada de la costa, encaramada a una montaña, un lugar de retiro y contemplación y a la vez plagado de concentrado hedonismo. La carretera que lleva a Ravello se ciñe a los vaivenes del valle del Dragone, entre olivares y vides. Aquí se refugiaron un puñado de nobles rebeldes de la República de Amalfi en los primeros años del segundo milenio. Favorecida por el comercio con Sicilia y el Oriente, la ciudad se convirtió en una de las más prósperas de la costa amalfitana. Se dotó de una catedral con hermosa puerta de bronce y columnas en espiral revestidas de mosaico, además de unas cuantas iglesias repartidas por la ladera: Santa María Gradillo, San Giovani al Toro, San Michele Arcangelo. Tras el periodo normando, Ravello empezó a decaer, una decadencia sutil y preciosa que me atrae quizá no al instante, al poner los pies en la plaza del Duomo, sino más bien pasado un rato, a medida que vago por calles estrechas y silenciosas, y sobre todo cuando entro en Villa Rufolo y me asomo al jardín.

Desde la cercana costa amalfitana llega el eco de la voz de Homero y del canto de las sirenas. Un valle de olivos y vides conduce a esta población cuya belleza inspiró a Wagner y a Grieg.

Es otoño, y más allá de la estridencia de rosas, hortensias y camelias, sobrepasados los setos de boj, los cipreses y los pinos, brilla el mar Tirreno con miles de escamas. En ningún otro lugar el Mediterráneo parece tan inagotable, un pecho sin límites que abraza la tierra y rodea en calma perfecta cornisas altísimas, playas y cabos que se alejan en verde y ocre en dirección a Salerno. El escritor Gore Vidal, que posee aquí una villa desde hace cuatro décadas, considera que el paisaje que se divisa desde Villa Rufolo o, mejor aún, desde el llamado Belvedere del Infinito de Villa Cimbrone, es el más bello del mundo. Quizá sea cierto, es una cuestión de gustos. El gusto de Vidal lo comparten gentes tan diversas como Rafael Alberti, André Gide y D. H. Lawrence, entre los escritores, así como Grieg, Toscanini y Wagner entre los músicos; no en vano Ravello es llamada la ciudad de la música. ¿Qué hubiera sido del jardín encantado de Klingsor si Wagner no lo hubiera encontrado aquí, en Ravello, una noche de mayo de 1880? La atmósfera del lugar cautivó a todos ellos. El inmoralista de Gide tiene episodios que transcurren en Ravello, Alberti le dedicó más de un poema y Grieg le debe parte de Peer Gynt.

Villa Rondinaia

En las callejuelas escalonadas, sorprendentemente vedadas a las temibles motocicletas que infestan la costa, me topo con mulas acarreando material de construcción en alforjas metálicas y también con numerosos turistas americanos, la mayoría de los cuales desconoce que la cancela verde de Villa Rondinaia cierra el paso al mundo lúcido y satírico de su heterodoxo compatriota. Gore Vidal se encuentra aquí en su elemento: mito e historia, clasicismo y carpe diem se dan cita en estos parajes. Nadie responde al timbre. El escritor está ausente, todavía no ha llegado de California. Sin duda espera que los primeros vendavales del invierno barran a los últimos turistas y entonces Ravello se repliegue en sí misma para escuchar ya sin interferencias la voz de Homero y el canto de las sirenas.

La villa de Gore Vidal se levanta no lejos del convento de San Francesco y a los pies de Santa Chiara. Siguiendo la via que pasa por el monasterio de las clarisas, llego a la villa Cimbrone. Aquí hallamos un poco de todo: voluptuosos jardines plagados de fuentes y esculturas; un claustro que debió de impresionar a Escher, dibujante de las arquitecturas imposibles y ravelliano de adopción; una cripta y hasta una cueva de Eva y un templo de Baco. Pero lo más espectacular es la terraza colgante. Los bustos de la baranda están de espaldas al grandioso paisaje, como si no pudieran soportar tanta ingravidez, tanta perspectiva. Hacia dentro, Ravello se desparrama en una lenta cascada de casas blancas y capillas cilíndricas como las de la iglesia Anunziatta. El estilo siciliano con toques árabes predomina tanto en los edificios eclesiásticos como en los civiles, lo que da a Ravello un aire mestizo, hasta el punto de que cualquiera que haya nacido a orillas del Mediterráneo se siente en casa.

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'Limoncello'

De vuelta a la plaza de Vescovado tomo asiento en uno de los bares que miran hacia la fachada del Duomo. Los americanos discuten precios de la colorida cerámica, en la que predomina un amarillo chillón, o compran postales y botellas de limoncello, el licor local, o se disponen a entrar en Villa Rufolo, atraídos por el rumor de música (¿Parsifal?) que se filtra entre el frescor de los muros de piedra. En un rincón, a los pies de la escalinata del templo, dos hombres juegan a las cartas frente a los posos de sus cafés. Aquí y allá, algunos ravellianos entretienen la mañana conversando. Y en la esquina de la Via San Francesco, un albañil, móvil en mano, da explicaciones en una lengua irreconocible mientras sus dos borricos aguardan, pacientes. Estampas de Ravello, un mundo aparte, antesala del infinito. Me entran ganas de recorrer a pie los alrededores. Scala, pueblo asentado al otro lado del valle, casi a tiro de piedra, tiene la ventaja de permitir contemplar el perfil de su famoso vecino desde un punto más bajo. Hacia el sur están las poblaciones costeras de Maoiri y Minori, en la ruta de Paestum. Y todo lo demás es un alejarse de Ravello por caminos que llevan al mar.

José Luis de Juan (Palma de Mallorca, 1956) es autor de Kaleidoscopio (Ediciones Destino).

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar

- Ravello se encuentra a unos 70 kilómetros en coche desde Nápoles. La distancia desde Roma es de unos 280 kilómetros.

- Alitalia (902 100 323) vuela a Nápoles. Desde España hay que hacer escala en Milán o Roma. Por ejemplo, desde Madrid, a partir del 6 de enero, ida y vuelta desde 219 euros más tasas (con compra anticipada de 21 días).

Información

- Oficina de turismo de Ravello (0039 089 857 096).

- www.comune.ravello.sa.it.

- www.ravellotime.it.

- www.ravello.it.

- www.enit.it.

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