Crónica:LA CRÓNICA

El viaje

El voto es de quien lo trabaja. Llego a los bloques Olímpicos de Sant Adrià de Besòs. Una de sus fachadas da a la calle Olímpica. Tal vez recibe este nombre, la calle, porque tiene en una acera un club de tenis y una piscina. Antes también había un frontón. Ahora, parte de las instalaciones la ocupa una peña rociera. Donde está la peña, vivió hace un par de décadas una abultada familia gitana. Yo la traté a menudo y allí Justo Fernández, de nombre artístico el Gran Justo, me enseñó a templar la guitarra y a hacer las posturas, los acordes. Me regaló además un juego de cuerdas Savarez y una cej...

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El voto es de quien lo trabaja. Llego a los bloques Olímpicos de Sant Adrià de Besòs. Una de sus fachadas da a la calle Olímpica. Tal vez recibe este nombre, la calle, porque tiene en una acera un club de tenis y una piscina. Antes también había un frontón. Ahora, parte de las instalaciones la ocupa una peña rociera. Donde está la peña, vivió hace un par de décadas una abultada familia gitana. Yo la traté a menudo y allí Justo Fernández, de nombre artístico el Gran Justo, me enseñó a templar la guitarra y a hacer las posturas, los acordes. Me regaló además un juego de cuerdas Savarez y una cejilla. La cejilla la conservo entre las Obras selectas de O. Henry y El dolor universal, de Fauré. Transcurrida una burrada de años, soñé una noche con Justo y al día siguiente me lo encontré en un bar del Poblenou, adonde yo iba a comer a diario cuando trabajaba en una editorial de tebeos. Me invitó a sentarme con su familia y almorzamos juntos. Sigue con la guitarra. El primer ayuntamiento democrático de Sant Adrià, gobernado en coalición de socialistas y comunistas, había reubicado a varias familias gitanas del barrio de La Catalana a raíz de unas inundaciones. A la familia de Justo la llevaron al club de tenis, a otras las instalaron en la última planta del Ayuntamiento, entonces vacía, y allí hubo quien protestó. El Ayuntamiento es más del que lo trabaja que del que lo habita. Desde que fueron construidos, en 1970, los tres bloques Olímpicos albergan a cerca de mil personas. En su mayoría son de origen emigrante. El mes pasado, los buzones de estas gentes estaban abarrotados de octavillas del Partido Andalucista en las que se pedía el voto para Convergència i Unió: "Los catalanes de origen andaluz tenéis que comprometeros con el desarrollo de Cataluña. Yo os pido el voto para Artur Mas...".

Las nuevas inmigraciones empujan a las anteriores a los museos, el asidero al que se agarran las cosas que se van o a las que les llega la hora de irse

En dicha calle también se encuentran las oficinas del futuro Museu d'Història de la Inmigració a Catalunya. Ocupan una parte del edificio Besòs, levantado por los chicos de las escuelas taller locales. Hoy el museo es un proyecto municipal, comarcal y de la Generalitat. Si todo va bien, se inaugurará en el año 2005 sobre lo que queda de la vieja masía de Can Serra, junto al río Besòs. Quién iba a decirle a la gente que vino a Barcelona en el sevillano y en tantos trenes que sus maletas, cartas, fotografías..., acabarían en un museo.

Los museos son el último asidero al que se agarran las cosas que se van o aquellas a las que les llega la hora de irse, y allí permanecen mientras pueden. Hoy las nuevas inmigraciones están empujando a las anteriores a los museos. Y por eso son necesarios. Resulta tan imperioso preservar un conocimiento, una noticia que puede quedar sepultada, como conservar un sentimiento, porque la gente está hecha de sentimientos. Todos sentimos por un estilo, más o menos. Apenas existe diferencia entre una persona y otra, y menos si lo único que tienen en la mano es una maleta. Conocer el viaje de unos ayuda a comprender el viaje de los que llegan a continuación. La emigración es una manifestación de la vida, y mientras haya vida habrá emigrantes. De alguna manera, la emigración es la esperanza, y el ser humano nunca va a renunciar a ella. La emigración viaja en trenes, pateras, balsas, buques con nombres que a veces se hacen legendarios. Tiene un dolor y una épica la emigración. Si sobre ella se han escrito novelas (Las uvas de la ira, de Steinbeck) y se han realizado películas (Surcos, de Nieves Conde), bien es posible abrir un museo donde la gente pueda dejar constancia de que ha vivido. Las personas tienen derecho a dejar unos retazos de su vida colocados en las vitrinas de los museos. A la gente le gusta lo que es de la gente. Yo me imagino a un asiático, o a un africano, visitando este museo. Diciéndose: un día vamos a traer aquí una patera, o los bajos de un camión...

El Museu d'Història de la Immigració a Catalunya, de Sant Adrià de Besòs -así me lo explica Inma Boj, la directora del proyecto-, quiere ser, sobre lo dicho, un centro de interpretación, que sirva para extraer el patrón universal del emigrante. Y que valga, ante todo, para que unos y otros se conozcan, y se comprendan: "Por ejemplo, el duelo migratorio es el mismo para todos". El duelo migratorio es una especie de depresión producida por el desarraigo. Hay un momento en la vida del emigrante en que éste considera que ya no pertenece a ninguna parte. A lo mejor es que uno no es ni de donde yace, ni de donde pace, sino de donde no le echan. Inma Boj tiene 40 años y es licenciada en Antropología Cultural e Historia del Arte. "Yo he hecho el viaje", me dice. Muy pequeña, llegó a Barcelona procedente de Valencia, y es de raíz murciana. Se recuerda como uno esos "niños charnegos que llenaron las escuelas e hicieron la normalización lingüística en los años ochenta a la carrera". Considera la emigración de los años sesenta un auténtico éxito: "Nuestros padres nos han dado carreras, algunos tienen segundas residencias... A ellos y a nosotros, el progreso nos ha llevado a alcanzar un buen estatus de vida". La miro a los ojos y me veo ahí dentro con los chavales de la calle Olímpica. Hoy en esos bloques una mujer suramericana se ocupa de limpiar las escaleras.

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