Columna

Una y grande

El parador de Gredos no es el monte Sinaí, ni la Constitución de 1978 una versión española de las tablas sagradas entregadas a Moisés en dicha fragosidad por Jehová, y cuyo contenido se diseñara, hay que suponerlo, para durar, inalterado, in sécula seculórum. Las testimonios de primera mano acerca de la redacción de nuestra Carta Magna prodigados últimamente en los medios de comunicación son saludables en este sentido, máxime al coincidir con momentos preelectorales en que, pese al rechazo demostrado por una gran mayoría de españoles a la política del Gobierno en Irak, parece posible qu...

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El parador de Gredos no es el monte Sinaí, ni la Constitución de 1978 una versión española de las tablas sagradas entregadas a Moisés en dicha fragosidad por Jehová, y cuyo contenido se diseñara, hay que suponerlo, para durar, inalterado, in sécula seculórum. Las testimonios de primera mano acerca de la redacción de nuestra Carta Magna prodigados últimamente en los medios de comunicación son saludables en este sentido, máxime al coincidir con momentos preelectorales en que, pese al rechazo demostrado por una gran mayoría de españoles a la política del Gobierno en Irak, parece posible que la derecha vuelva a triunfar en los próximos comicios.

El Partido Popular, todavía encarnado en la persona de José María Aznar, tiende a hablar de la Constitución como si, en efecto, naciera como texto inamovible cuando, en realidad, fue fruto de transacciones, a veces de última hora, de concesiones, de toma y daca, de grandes dosis de generosidad y, también, de gravísimos aunque tal vez inevitables tropiezos, como en el caso, a mi juicio, de la preferencia acordada a la Iglesia católica, así como de la misión de las fuerzas armadas, consistente no sólo en defender la patria contra agresiones exteriores sino contra el peligro secesionista interior. Claro que se puede modificar.

Es llamativo cómo la derecha sigue obsesionada con el espectro de la "desunificación" de España, por un lado, y con la "grandeza" de la nación por otra. Tanto insistir sobre la unidad, sobre la "pluralidad dentro de la unidad" que supone el Estado de las Autonomías, tanto afirmar que casi estamos al nivel de los países más poderosos del mundo (de ahí las Azores) revela que el esencialismo de siempre sigue funcionando. España una y grande... y fuerte. Pero, ¿por qué no ser más modestos, por qué no admitir que España todavía no es la nación culta, justa y diversa que podría ser, aunque ha avanzado mucho, que hay otras maneras de entender la "fuerza" de un país, que ni el "problema" catalán ni el vasco se van a ir y que incluso, en el futuro, tal vez la mejor manera de armonizar las diferencias culturales y lingüísticas de un territorio tan complejo sería la articulación republicana federal, todavía sin ensayar, ya que la Primera República nació, pese a sus buenas intenciones, sin la menor posibilidad de prosperar?

Cuenta el hispanista británico John B. Trend, autor de un hermoso libro demasiado olvidado, Los orígenes de la España moderna (1934), cómo, en las postrimerías de su mandato, a la supersticiosa Isabel II no la aguantaban ya ni sus más fieles allegados, para quienes había degenerado en "esa señora". Yo no sé si dentro del grupo parlamentario del PP hay personas para quienes Aznar es ya "ese señor". El PP no es el Partido Laborista de Tony Blair, y apenas llegan a los mentideros públicos rumores de discrepancias. Pero cabe suponer que entre bambalinas éstas no han faltado y que, dentro de algunos meses, algo más sabremos al respecto. Creo sinceramente, entretanto, que Aznar, arrogante desde su mayoría absoluta, ha infligido un considerable daño a la convivencia y a la España plural preconizadas por la Constitución.

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