Columna

Multiusos

No conviene confundir el terrorismo con una navaja multiusos. Un león puede ser tan peligroso como un tiburón, los dos causan desgracias cuando el género humano se acerca a sus territorios, pero resulta excesivo afirmar que no hay diferencias entre las melenas y las aletas, entre la sangre caliente y la sangre fría. Tampoco tiene justificación alguna vestirse de buzo para cazar leones o comprarse una sahariana y una gorra cinegética para enfrentarse en los fondos marinos con la sonrisa helada del tiburón. Por ahí no van los tiros, porque la cinegética no es la ciencia encargada de estudiar los...

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No conviene confundir el terrorismo con una navaja multiusos. Un león puede ser tan peligroso como un tiburón, los dos causan desgracias cuando el género humano se acerca a sus territorios, pero resulta excesivo afirmar que no hay diferencias entre las melenas y las aletas, entre la sangre caliente y la sangre fría. Tampoco tiene justificación alguna vestirse de buzo para cazar leones o comprarse una sahariana y una gorra cinegética para enfrentarse en los fondos marinos con la sonrisa helada del tiburón. Por ahí no van los tiros, porque la cinegética no es la ciencia encargada de estudiar los efectos especiales de Hollywood y porque no se debe pegar la gorra o hablar de gorra en un bar frecuentado por alimañas. Amparándose en la amenaza multiuso del terrorismo, Aznar se siente justificado a la hora de mezclar leones y tiburones, y lo peor es que se viste de buzo para intervenir en los desiertos de Irak y de safari militar para moverse por las aguas difíciles de la política interna. Siempre con la misma cara, eso sí, impasible el ademán, con un bigote inasequible al pensamiento, cejijunto de espíritu, constitucionalista de garrote. Poco partidario en su juventud del constitucionalismo, el presidente Aznar no se ha molestado en aprender el sentido de la Constitución, que se redactó para defender la libertad de los ciudadanos, y no para ser esgrimida como porra al viento o como navaja multiusos al servicio de sus intereses políticos coyunturales.

La coherencia política no consiste en mantener siempre la misma cara, aunque para eso tengamos que mezclar las manzanas y los caquis, que son del tamaño de las manzanas, pero saben de otra forma y se identifican con el color de los uniformes militares. Los lectores de esta columna quizá me noten hoy ofendido. Es verdad, me ha ofendido que el presidente de Gobierno, en su desnutrida intervención parlamentaria, comparase la muerte de los soldados españoles en Irak con las víctimas del terrorismo de ETA. Un concejal que pasea por las calles de Málaga, de Sevilla o de San Sebastián, un jurista que abre la puerta de su casa en Granada, un periodista que toma una cerveza en el bar de la esquina, un guardia civil que patrulla por una carretera democrática de su país, no pueden compararse con los soldados de una potencia invasora, muertos en un país extranjero, víctimas de unas órdenes erróneas y del fuego emboscado de la resistencia. En su afán por justificar lo injustificable, de comparar a ETA con la resistencia iraquí, Aznar ha convertido al País Vasco en una nación invadida de forma ilegal por una potencia extranjera, y ha identificado a la gente que está en su casa, en su trabajo, en sus calles, en sus ciudades, con soldados de un ejército invasor. En eso coincide con los tiburones de ETA, que siempre han considerado a sus víctimas como espías de una nación agresora. Pero un asesino de ETA se parece muy poco a los leones de la resistencia, y la mejor manera de honrar a los muertos es asumir las responsabilidades y llamar a las cosas por su nombre. Ofende ver a un Presidente vestido de buzo para matar leones en Irak y con la sahariana de los safaris para pescar tiburones en el País Vasco. Y siempre con la misma cara, eso sí. Es tan pequeño que no le cabe la más mínima duda.

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