Crónica:VIAJE DE CERCANÍAS

Morir después de cruzar

Detrás de uno de esos providenciales árboles de la Gran Vía de Valencia, mas resistente que una vulgar farola, pido a Dios que el semáforo se ponga verde cuanto antes, bien sea para asomar el hocico sin que me lo rebane el tráfico, o para no asfixiarme a causa del monóxido de carbono parapetado aquí.

A mi lado, otros peatones cierran los ojos y se tapan la nariz encomendándose al Altísimo, pues todos hemos perdido la fe en Rita Barberá, en el señor Cotino y en los restantes poderes públicos.

Los peatones somos unos condenados a muerte en el fragor del exterminio. ¿Se nos pondrá e...

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Detrás de uno de esos providenciales árboles de la Gran Vía de Valencia, mas resistente que una vulgar farola, pido a Dios que el semáforo se ponga verde cuanto antes, bien sea para asomar el hocico sin que me lo rebane el tráfico, o para no asfixiarme a causa del monóxido de carbono parapetado aquí.

A mi lado, otros peatones cierran los ojos y se tapan la nariz encomendándose al Altísimo, pues todos hemos perdido la fe en Rita Barberá, en el señor Cotino y en los restantes poderes públicos.

Los peatones somos unos condenados a muerte en el fragor del exterminio. ¿Se nos pondrá en manos del conductor-verdugo de un Focus o en las garras de la conductora-asesina de un Megane? ¿Será aplazada la ejecución hasta la siguiente calle?

Detesto pasear por una calle cuyo nombre desconozco. Y la verdad es que no sé qué significa la palabra Trench

Porque todo indica que si no perecemos aplastados en la triple fila de vehículos mal estacionados sobre cualquier cebra, abandonaremos el mundo bajo el rodamiento de un contenedor de basura, pues tal como van las cosas los contenedores serán equipados en breve con potentes motores, y tendrán licencia especial para matar fuera del circuito de Cheste.

Este es el precio a pagar desde que existen calles peatonales. Se abre una de estas calles solo para bípedos y, como represalia, los cuadrúpedos se ensañan vengativos en su propio territorio. Desean recordarnos que vivimos gracias a su benevolencia y que si no reconocemos su generosidad, se nos llevarán por delante al menor descuido.

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Así que de un tiempo a esta parte solo frecuento las áreas peatonales, que considero la única protección eficaz contra las fieras por domesticar.

Ahora, por ejemplo, paseo por la calle del Trench, entre la Lonja y la plaza Redonda, y no dejo de repetirme: ¡Qué paz! ¡Qué seguridad! Aquí sólo puedo ser embestido por un turista embelesado por los encantos del centro histórico, o agredido accidentalmente por un obrero magrebí de la construcción que, confundiendo el andamio con un minarete, ofrenda paletadas de cemento a Alá, y de paso deja caer algún cascote sobre los cristianos. Pero lo hace para rehabilitar a bajo coste pisos que antes no quería nadie y que ahora se venden a precios astronómicos. Por eso me pregunto: ¿Dónde está la burbuja inmobiliaria? ¿No será que la confunden con la gota fría, que dicen que viene cuando no viene?

Detesto pasear por una calle cuyo nombre desconozco. Y la verdad es que no sé el significado de la palabra trench. Así que entro en un horno y pregunto a la dependiente. "¿Trench? Sí claro; en valenciano significa tren. Porque por aquí pasaba antes un tren. ¿Le apetece probar una empanadilla?"

Entonces aparece el panadero moviendo su cabeza como una pataqueta de un euro, y le dice a la chica que ya no cuente mas burradas, que trench significa boquete y que en el pasado la muralla de la ciudad estaba ahí (señala mi empanadilla) y tuvieron que romperla para poder llegar al Miguelete sin dar demasiadas vueltas.

Doy las gracias. Me como la empanadilla. Salgo por el boquete pero antes de llegar al final de la calle advierto que se me ha hecho la hora de ir al Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad, donde te explican la historia del pensamiento humano. Y no puedo retrasarme. Este museo funciona como un Centro de Salud: con cita previa y gratis.

Ya he llegado. Me ponen con grupo de 17 personas, en su mayoría de la tercera edad, pero prefiero correr aventura del pensamiento con señoras que no quieren romperse la cadera en las oscuras rampas del museo, en vez de aguantar a jovencitos folloneros que no te dejan ver ni oír nada. Porque aquí hay mucho que ver y que oír.

Por ejemplo, enseguida aparece la Dama de Elche con Newton. Luego sacan a Voltaire con Gregori Maians. Y también a los enciclopedistas con Ciscar. Todos son igual de importantes y de ilustrados. También veo a la Maja Desnuda que podría tocarla si no se interpusiera Napoleón. Y debo decir que cuando suena la Marsellesa noto lo mismo que cuando suena un pasodoble fallero. Mas adelante aparece una chica muy escotada que no es virtual, sino de carne y hueso, y va disfrazada de Maria Antonieta. Ya estamos en un salón versallesco y Maria Antonieta reparte bombones de la marca Valor, que también son gratis. Un chute de cacao es lo mejor antes de ver la guillotina.

Después viene lo del jacuzzi giratorio. No tiene agua pero casi. Da vueltas y así te enteras del pensamiento de Copérnico. La Tierra se mueve. Y la señora de delante dice que a ver si la fiesta la acabamos todos en el servicio Traumatología.

El final es de verdad muy horrible. Encienden cantidad de televisores tirados por el suelo, y por allí salen todas las animaladas cometidas por la humanidad: el holocausto, Vietnam, Bosnia, el hambre y las matanzas en Africa, aunque se han comido la aventura del descerebrado pensamiento de Bush, y también la de su ayudante José María Aznar.

Al final sales con mejor sabor de boca ya que en el último tramo del recorrido aparece bailando y cantando toda la humanidad, que ya es buena y razonable. Y en ese momento una voz grave y tranquilizadora proclama a los cuatro vientos que todavía existe esperanza en el futuro.

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