Columna

Cuatro pasajes de emoción

La sala Kuboespacio del Arte del Kursaal donostiarra ha reunido, bajo el título Compañeros de viaje, obras de cuatro artistas guipuzcoanos: Remigio Mendiburu (Hondarribia, 1931-1990), Rafael Ruiz Balerdi (San Sebastián, 1934-1992), José Luis Zumeta (Usurbil, 1939) y Juan Luis Goenaga (San Sebastián, 1950).

La introducción de Juan Luis Goenaga es un poco forzada, ya que su generación es posterior a la de los otros tres. Lo que se dice compañeros de viaje, en cuanto a pintores se refiere, son dos los que encajarían a la perfección en esa historia:...

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La sala Kuboespacio del Arte del Kursaal donostiarra ha reunido, bajo el título Compañeros de viaje, obras de cuatro artistas guipuzcoanos: Remigio Mendiburu (Hondarribia, 1931-1990), Rafael Ruiz Balerdi (San Sebastián, 1934-1992), José Luis Zumeta (Usurbil, 1939) y Juan Luis Goenaga (San Sebastián, 1950).

La introducción de Juan Luis Goenaga es un poco forzada, ya que su generación es posterior a la de los otros tres. Lo que se dice compañeros de viaje, en cuanto a pintores se refiere, son dos los que encajarían a la perfección en esa historia: Amable Arias y José Antonio Sistiaga.

A un lado esta puntualización, la muestra contiene pasajes sumamente emocionantes, uno de los cuales explica que las obras de Balerdi ejecutadas durante los seis años últimos de su vida son de un valor superior, comparativamente hablando con las de épocas anteriores. Respecto a las obras fechadas hacia 1975, con títulos como Jardín claro (en la exposición figuran los números 2 y 3), Los gigantes, Venecia o Paisaje imaginario, entre otras, sabemos que cada pieza llevaba una elaboración de varios años. Introducía en su ejecución un tiempo congelado, guardado, convertiéndolo en puro artificio. Sin embargo, las obras realizadas en los seis últimos años las acababa en una o, lo sumo, dos sesiones. Quiere decirse que el tiempo lo gastaba a manos llenas, lo derrochaba, lo convertía en la cosa más natural del mundo. Vale la pena analizar in situ esta gran lección de Balerdi.

Como vale contemplar los murales de Zumeta, fechados en este año 2003. No sólo sigue siendo asombrosa la permanenente vitalidad que irradian. En este momento añade a su peripecia vitalista un estado de conocimientos plásticos expresivos -equivale a sabiduría formal- fuera de lo común.

Respecto al escultor Remigio Mendiburu comprobamos cómo su obra se imbrica entre los postulados enunciados por Brancusi ("lo real no es la forma externa, sino la esencia de las cosas") y Henry Moore ("una obra debe tener una vitalidad propia, una energía encerrada, independiente del objeto que pueda representar"). La escultura Argi III zubi (1977) se alza con un poder esplendoroso. Atisbamos las formas orgánicas que el artista ensambla con pernos de madera en un enhebrado abstracto, por demás prolijo y de gran potencia.

Juan Luis Goenaga aporta misterio en sus obras en torno a las raíces. Los murales gestados este año resultan, en cambio, un tanto decepcionantes, por la supercialidad epidérmica que comportan. Le falta el componente ahondado de densidad de su marca.

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