Crítica:

Una fiesta verbal desde México

Dante Medina (México, 1954) adquirió no poco prestigio entre los letraheridos a raíz de la publicación en Tusquets de su novela Tola, en 1987, una fiesta verbal heredera a la vez de la oralidad y el folclore y del creacionismo lingüístico surgido de las vanguardias. El estilo de Medina, irreverente, musical, transforma la página en un campo de batalla en el que librar sus ingeniosas logomaquias, y es la retórica de la palabra, la forma expresiva, como sucedió en Joyce, la que sustenta su prosa. Semejante elección estilística precisa de una sólida base técnica, seguramente adquirida por ...

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Dante Medina (México, 1954) adquirió no poco prestigio entre los letraheridos a raíz de la publicación en Tusquets de su novela Tola, en 1987, una fiesta verbal heredera a la vez de la oralidad y el folclore y del creacionismo lingüístico surgido de las vanguardias. El estilo de Medina, irreverente, musical, transforma la página en un campo de batalla en el que librar sus ingeniosas logomaquias, y es la retórica de la palabra, la forma expresiva, como sucedió en Joyce, la que sustenta su prosa. Semejante elección estilística precisa de una sólida base técnica, seguramente adquirida por el autor de Jalisco por medio de sus traducciones de la magia verbal de Alain Robbe-Grillet o de sus experiencias en el terreno del teatro y en el estudio de las lenguas romances y las técnicas narrativas, a las que dedicó, por cierto, un ensayo publicado en la Universidad de Guadalajara en 1991, interés por la teoría del relato que avala, desde luego, su propia obra narrativa.

IR, VOLVER Y... QUÉDARSE

Dante Medina

Alianza. Madrid, 2003

140 páginas. 10 euros

Ir, volver y... qué darse no

es sino otra vuelta de tuerca al estilo jocoso del autor, esta vez en forma de relato satírico acerca de las relaciones amorosas -léase eróticas- más disolutas. Trufado de juegos de palabras y de pastiches de culebrones, boleros y rancheras, la novela parece construirse sobre la base de fragmentos de diálogos callejeros, parodias de radionovelas, facecias populares, letras de canciones y un tono burlesco en el que muchos lectores reconocerán el esperpento valleinclanesco, tal vez por los apodos deformantes de los personajes (Loco, Gallita, El Frioleras, El Locomotora), la insólita sintaxis oral, el empleo de diminutivos y ese talante carnavalesco que colorea el relato de principio a fin. Casi todo tiene aquí algo de guiñolesco, a juzgar por el descaro de unos diálogos desgarrados -"que?, le dije, tá difícil encontrarme un marido, güey?, seré puto pero no soy maricón, el sábado tienes a tu güey pa casarte, faltaba más! Que me dice El Frioleras con voz de Emiliano Zapata", página 91- y un método de escritura que logra que la palabra se vuelva mueca, "y me carcajeo/ja/ja/ja/Puro tartamudo me toca!", página 126. De los líos de este puñado de personajillos apurados y rijosos sabemos de antemano por el modo en que se verbalizan, no en vano Medina pertenece a esa estirpe de narradores capaces de hacer que su mera forma de escribir revele la historia que cuenta.

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