Columna

En el trapecio

El público, su mirada, sus manifestaciones de aprobación o de repulsa, crean un campo magnético que transforma a quienes comparecen en el escenario. Por ejemplo, a mi buen amigo Manuel Vidal le desaparecía la tartamudez tan pronto pisaba las tablas. Pero en el teatro de la política parecería que el influjo de los espectadores participantes tiende a crear efectos perniciosos y saca de los actores lo peor de sí mismos. Esa conclusión parece confirmada con el seguimiento de los mítines ofrecidos por los líderes en campañas electorales como la que en estos días se celebra para la Comunidad de Madr...

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El público, su mirada, sus manifestaciones de aprobación o de repulsa, crean un campo magnético que transforma a quienes comparecen en el escenario. Por ejemplo, a mi buen amigo Manuel Vidal le desaparecía la tartamudez tan pronto pisaba las tablas. Pero en el teatro de la política parecería que el influjo de los espectadores participantes tiende a crear efectos perniciosos y saca de los actores lo peor de sí mismos. Esa conclusión parece confirmada con el seguimiento de los mítines ofrecidos por los líderes en campañas electorales como la que en estos días se celebra para la Comunidad de Madrid.

Es sabido de siempre que la oposición es el lugar geométrico que equidista de la insolvencia, de la desinformación y de la irresponsabilidad pero a quienes se encuentran en el ejercicio del Gobierno se les ha de exigir más y entre las exigencias irrenunciables figura la del tono empleado porque es el que acaba definiendo el ambiente dialéctico. Nadie discute que el poder tiene capacidades decisivas para inducir el comportamiento de la oposición. Por eso siempre se reconocerá a Adolfo Suárez que en los momentos de grave tribulación por el abandono de la definición marxista del PSOE apostara por la opción de Felipe González, pese a ser la única capaz de disputarle de manera verosímil el poder como enseguida se vio.

Nuestro José María Aznar se emplea a fondo en la dirección contraria. Todo son intentos aniquiladores, de continuas faltas de respeto a los líderes de la oposición, en particular al socialista José Luis Rodríguez Zapatero. El domingo en Alcalá de Henares dio pruebas irrefutables de ese proceder. Embravecido por la resolución 1511 del Consejo de Seguridad de las ene, ene, u, u, como pronunciaría Alfredo Urdaci en caso de necesidad, Aznar exigía a su antagonista una rectificación como la ofrecida por Siria desde su puesto en el citado Consejo. ¿Reclamará también al papa Juan Pablo II que aproveche la celebración de sus primeros 25 años de pontificado para abjurar de su postura contra la guerra de Irak y abrazar la verdad revelada en las Azores?

Lo del otro día en Alcalá fue, por lo que ha podido leerse, un verdadero torneo de jactancias y desprecios, lanzados con delectación y acogidos con entusiasmo por la militancia que siempre reclama más caña al contrincante hasta su completo linchamiento dialéctico. Fue una cosecha de aplausos y aclamaciones de esas que marean al recipiendario, aturdido bajo los efectos estupefacientes del halago y propenso a seguir toreando de oído como decía Pepe Dominguín, es decir, a reiterar la misma suerte cuando los tendidos ovacionan o a cambiarla si se cunde la protesta. Pero, en todo caso, qué triste figura la de un triunfo erigido sobre la eliminación de los demás. Cuántos fervores contraproducentes, como el desatado en el PP aznarista sobre la bandera o la Constitución, que sólo promueven actitudes refractarias. Pero el Gobierno trabaja. Véase para comprobarlo el Boletín Oficial del Estado del pasado 20 de septiembre donde se publica el Real Decreto 1205/2003 del Ministerio de Administraciones Públicas "por el que se aprueba el modelo genérico de provisión de plazas para cuadros de mando en las Fuerzas Armadas". El primer artículo ofrece las definiciones, a tenor de las cuales se entiende por "efectivos máximos (N)" el total de efectivos militares de carrera o de complemento integrados en los cuadros de mando de las Fuerzas Armadas, sin que computen los establecidos para el generalato. Al tiempo medio de servicio lo llama H, a la cuota teórica de ingreso, C, al decrecimiento, D y a partir de ahí afirma que "la figura geométrica que materializa el modelo utilizado para el cálculo de la cuota teórica de ingreso C, como militar de carrera o complemento es un trapecio rectangular dibujado en el anexo". Donde la base inferior es C, la base superior resulta de aplicar a la cuota de ingreso el decrecimiento D, y la altura es el tiempo medio de servicio H. De ahí que el área del trapecio corresponda a los efectivos máximos N. Recordemos que el área del trapecio es el resultado de multiplicar la semisuma de las bases inferior y superior por la altura, lo que en este caso el BOE refleja así:

O sea, que estamos en el trapecio aunque no sepamos bien por qué la carpa la pone el Ministerio de Administraciones Públicas. Continuará.

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