OPINION DEL LECTOR

Sucedió una vez

Pasaba por nuestras calles y tocaba la gaita, y no hablaba en euskara, y le propinaron una buena paliza. Y el poeta, que lo supo, lo contó. Fueron las suyas palabras escogidas para duras reflexiones: "Es mejor que nos duela la verdad que alegrarse con la mentira". Él no se hubiera colocado entre las filas de los agresores, hubiera defendido al agredido. Y no gustó.

Le llamaron "falangista" y "neofascista", "social-colonialista" y "quintacolumnista". Se lo llamaron los mismos de ahora que por aquel entonces no gobernaban (sólo gobernaba uno), pero ya se barruntaba por dónde iban. Y lo co...

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Pasaba por nuestras calles y tocaba la gaita, y no hablaba en euskara, y le propinaron una buena paliza. Y el poeta, que lo supo, lo contó. Fueron las suyas palabras escogidas para duras reflexiones: "Es mejor que nos duela la verdad que alegrarse con la mentira". Él no se hubiera colocado entre las filas de los agresores, hubiera defendido al agredido. Y no gustó.

Le llamaron "falangista" y "neofascista", "social-colonialista" y "quintacolumnista". Se lo llamaron los mismos de ahora que por aquel entonces no gobernaban (sólo gobernaba uno), pero ya se barruntaba por dónde iban. Y lo confesó a una compañera, hoy escritora reconocida: "El día que ganen estos, tú y yo, exiliados a Madrid".

El poeta prefería "el hombre erdaldun a la salvaje bestia euskaldun" y, quizás por ello, persistió en euskara, en su escritura comprometida, que le creaba dificultades con el que mandaba entondes , y entre gritos de "fuera, fuera" de los que mandarían después. "Quiero mucho al euskara, quiero a mi patria, pero más aún la dignidad humana", escribió.

No. No lo tuvo fácil aquel que el pasado lunes habría cumplido setenta años: Gabriel Aresti Segurola.

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