Columna

Cuando sean mayores

Dirán ustedes que soy un exagerado y puede que tengan razón, pero me pone nervioso este asunto de que hoy terminen los cien días de gracia del nuevo gobierno valenciano. Es algo así como si abandonaran el limbo en el que estaban y entraran de cabeza en el mundo de las tentaciones y el pecado. Reconozcan que el hecho es preocupante. A partir de ahora, se acabaron los buenos deseos y el aspecto de niños buenos, porque les llegó el momento de gobernar entre los mortales, que por un casual somos todos nosotros. Sin duda alguna, nos toca ponernos a rezar.

Su salida del limbo terminó en estos...

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Dirán ustedes que soy un exagerado y puede que tengan razón, pero me pone nervioso este asunto de que hoy terminen los cien días de gracia del nuevo gobierno valenciano. Es algo así como si abandonaran el limbo en el que estaban y entraran de cabeza en el mundo de las tentaciones y el pecado. Reconozcan que el hecho es preocupante. A partir de ahora, se acabaron los buenos deseos y el aspecto de niños buenos, porque les llegó el momento de gobernar entre los mortales, que por un casual somos todos nosotros. Sin duda alguna, nos toca ponernos a rezar.

Su salida del limbo terminó en estos días con una especie de confesión general en las Cortes Valencianas, como debe ser, por la que pasaron todos o casi todos los representantes de áreas y departamentos, incluido el mismísimo Presidente, y allí declararon voluntariamente sus ideas, proyectos y sentimientos verdaderos. Hay que reconocer que la oposición fue benévola, quizá poco escrupulosa, y la penitencia que les impuso se limitó a la simple exigencia de arrepentimiento. Poco más. Y es que tenemos una oposición con una conciencia muy laxa, poco estricta.

A partir de ahora disponemos de un gobierno adulto que tiene que gestionar racionalmente nuestros problemas. Propongo que les apliquemos las dos grandes modas que ellos mismos practican hasta el exceso en la nueva política social, a saber, el observatorio y la evaluación. Siempre imaginé un observatorio como algo relacionado con el clima, ya saben, para medir el viento, la lluvia, la humedad y cosas así. Pues no, ahora abundan los observatorios de la violencia, de la salud de la mujer, de las salidas profesionales, de la seguridad vial. Me imagino al funcionario de turno en la claraboya de la torre, asomando prudentemente la cabeza hasta los ojitos, mientras le preguntan desde abajo, ¿qué, cómo va eso hoy? Fatal, mejor no salir porque caen chuzos de punta y me acaban de poner un ojo morado. Luego aparecen unos señores con maletín, vestidos de negro, y evalúan a todos los observadores.

Por ejemplo, el observatorio político nos dice que la sanidad será de estructura pública, gestión privada y pagará a los hospitales según la cantidad de pacientes atendidos. Algo así como el índice de audiencia de un programa privado producido en una televisión pública. Los hospitales que atiendan gripes se van a forrar, pero los que hagan delicadas operaciones cerebrales o tengan programas especiales de tratamiento oncológico van a tener que trabajar con linterna. En cuanto a las evaluaciones políticas, es pronto todavía para aplicarlas a los que acaban de perder la gracia, pero será fácil encargarlas porque hoy en día se hacen más evaluaciones que encuestas de opinión, que ya es decir. Es más, en educación, en lugar de saludarnos por las mañanas como se hacía antes, los profesores nos evaluamos unos a otros como si tal cosa. O sea, que pondremos a punto un programa de evaluación de políticos.

La culminación de los cien días de gracia es como el uso de razón en los adolescentes, que antes era a los siete años y ahora es a los treinta, siente uno cierta ternura al mirarlos y pensar, ¿qué será de ellos cuando sean mayores? Y, sobre todo, ¿qué harán con nosotros cuando llegue ese momento?

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