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La memoria recuperada

Compañeros en el núcleo socialista sevillano que contribuyó decisivamente en el congreso de refundación del PSOE en Suresnes, Francia, (1974), Felipe González y Alfonso Guerra encarnaron la victoria electoral socialista de 1982 que devolvió a la izquierda al poder. Su progresivo alejamiento en la larga década (1982-1996) de los Gobiernos de Felipe González marcó al socialismo español. María Antonia Iglesias recoge su testimonio en este libro coral sobre los Gobiernos socialistas. En los extractos que se recogen aquí, ambos dan testimonio de su relación política y personal.

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Compañeros en el núcleo socialista sevillano que contribuyó decisivamente en el congreso de refundación del PSOE en Suresnes, Francia, (1974), Felipe González y Alfonso Guerra encarnaron la victoria electoral socialista de 1982 que devolvió a la izquierda al poder. Su progresivo alejamiento en la larga década (1982-1996) de los Gobiernos de Felipe González marcó al socialismo español. María Antonia Iglesias recoge su testimonio en este libro coral sobre los Gobiernos socialistas. En los extractos que se recogen aquí, ambos dan testimonio de su relación política y personal.

FELIPE GONZÁLEZ

Hablar de Alfonso...

Hablar de esto me pone en una situación... Yo, en aquel momento, creía realmente que Alfonso tenía una cierta prevención a entrar en el Gobierno, y, probablemente, en aquel momento, la tenía. Él decía que no tenía muchos deseos de estar en el Gobierno, que quería hacer otras cosas, y que no sé qué... Siempre lo dijo, siempre mantuvo ese discurso, desde el principio hasta el final. Incluso, a veces, lo expresaba con aquella fórmula: "Yo estoy aquí de oyente". Ese tipo de cosas... Dependía de cada momento. Visto en la perspectiva histórica, yo creo que Alfonso quería estar en el Gobierno. Y creo que, cuando salió, quería seguir en el Gobierno... Esto es lo que yo creo. Otra cosa es que él tenga ese mismo grado de conciencia. Lo creo, pero no lo puedo afirmar rotundamente; es difícil meterse en la piel de otra persona. Es difícil, aunque yo haya tenido con él mucha relación, mucha, y haya creído conocerlo bien. Pero no estoy seguro. A mí me interesa... realmente me apasiona, la condición humana. Alfonso, por ejemplo, llegó a creer, y lo llegó a creer con plena convicción, que mi disponibilidad para abandonar las responsabilidades o la dirección era, en cierto modo, una disponibilidad táctica. (Esa disponibilidad la expresé ya cuando empezábamos a preparar la Constitución, en 1977, en Sigüenza). Y he de recordar que él siempre me acompañó en esas responsabilidades, incluso antes de llegar al Gobierno. En fin, Alfonso pensaba que yo mostraba esta disposición para conseguir más poder, por lo que había pasado en el congreso del partido, lo del marxismo... Es decir, yo, con las resoluciones que se plantearon, no iba a ser capaz, desde la minoría en que me había quedado, de representar a la mayoría... Y eso, para mí, era simplemente lineal: una relación de causa-efecto; pero Alfonso, por supuesto, no lo veía así. En el mismo congreso me dijo: "Pero ¿no estarás pensando en serio no presentarte?". "¡Pues claro que lo estoy pensando en serio! No me presento. ¡Ni en broma soy secretario general en esas condiciones, me parece un disparate!". Y cuando planteé, en Sigüenza, que deberíamos hacer un congreso, él me dijo que era una locura. Y tenía toda la razón. Si nosotros hubiéramos organizado un congreso, en 1977, y hubiéramos afirmado que ya habíamos cumplido con lo que nos comprometimos en Suresnes... Políticamente, Alfonso tenía toda la razón; pero, humanamente, aquello era lo que yo quería hacer. Porque yo había cumplido con lo que me había planteado hacer: "Ahora, vamos a intentar renovar el partido, darle aire y que haya alguien que se encargue...". Alfonso tenía toda la razón. No habría salido, en el caso de que hubiéramos convocado un congreso, y se hubiera producido un cambio en la dirección. Tenía razón.

'La memoria recuperada'

María Antonia Iglesias

Editorial Aguilar

González: "En el congreso en que se debatió el marxismo, Alfonso se identificaba más con las resoluciones que forzaron mi negativa, aunque se opuso a ellas, que con mis posiciones"
González: "Alfonso y yo teníamos un vínculo afectivo fuerte, pero nuestra manera de hacer política, de enfocar los problemas, era muy distinta, siempre fue muy distinta"
Guerra: "Yo era perfectamente consciente de que el 'caso Juan Guerra' era una operación en la que participaron desde partidos y medios de comunicación hasta sectores bancarios"
Guerra: "De 1993 a 1996, todo fue una catástrofe, todo se hizo al revés. ¿Eso quita que Felipe haya sido el mejor presidente del Gobierno de España? No. No me cabe ninguna duda"

No me refiero, por tanto, a cuántas veces acertaba o erraba Alfonso, eso importa poco; se puede errar muchas veces, y será una percepción muy subjetiva, me refiero, sobre todo, a cómo percibía él los acontecimientos. En el congreso en el que dejé la Secretaría General él creía que, en realidad, yo estaba llevando a cabo una operación de distanciamiento, una estrategia que consistía en decir "no quiero seguir" para, en realidad, poder así dejar fuera a los que quisiera y quedarme con los que quisiera. Esta supuesta intención era lo más lejano, lo más distante, a mi propósito. Y eso yo creo que Alfonso no lo entendía. Todavía hoy creo que no lo entiende... Recuerdo a Corcuera, en mi despacho, una semana antes y días antes del congreso, dándome una lata horrorosa: yo tenía mi decisión tomada. Corcuera, ni la imaginaba, y ponía sobre la mesa quién tenía que estar, quién no debía salir de la Ejecutiva.

Lo que nos separaba

Entre Alfonso y yo había, y creo que, en parte, permanece, una corriente de afecto humano que ha sobrevivido a momentos muy fuertes. Existía eso, más que una corriente de posiciones comunes, que nunca las hubo. Pero la falta de sintonía en ese aspecto no me turbaba. Y me turbaba tanto menos en cuanto que la lealtad de Alfonso permitía que, siempre que llegaba el momento de tomar una decisión, su posición cedía ante la mía. En ese punto había pocas dudas, pero las posiciones no eran convergentes, sin duda, sin duda. Algunas veces, incluso, fueron opuestas. Pero, digamos que esto se debía mucho más a un problema de fondo que, como algunos dicen, a un motivo ideológico. Tiene que ver con el temperamento, el carácter, el estilo... elementos que condicionan finalmente todo el proceso de toma de decisiones, el modo de aproximarse a la vida y a los problemas. En todos esos aspectos, Alfonso y yo éramos muy diferentes. Entre los dos había un vínculo afectivo fuerte, pero nuestra manera de aproximarnos a la relación con los demás, a la conformación de un equipo, a la manera de hacer política, al enfoque de los problemas, era muy distinta, siempre fue muy distinta.

Otro tema que nos enfrentó, aunque en etapas posteriores a la formación del primer Gobierno, fue nuestro diferente concepto del partido y de su función en la sociedad. Yo creo que, incluso antes de arrancar nuestra experiencia de Gobierno, incluso en el congreso en el que surgió el debate en torno al marxismo, Alfonso estaba más identificado con las resoluciones que forzaron mi negativa -aunque, obviamente, se opuso a ellas- que con mis propias posiciones. Yo creo que su estilo, su manera de ser... era más próxima a eso, sin duda alguna. Lo veo retrospectivamente con claridad, independientemente de que le pareciera inoportuno y disparatado que por aquella razón nos fuéramos a jugar una crisis de dirección. Por tanto, ya había esa diferencia, una diferencia muy de fondo. Después, y alguna vez lo hablamos entre nosotros, digamos que él llegó a creer -también lo llegó a creer Txiki Benegas, y así se recoge en una de aquellas conversaciones telefónicas grabadas desde un coche- que no quería al partido, que no me sentía vinculado a él; una apariencia que se podía afianzar entre alguna gente nuestra. La verdad, la realidad: yo no era partidario de formar tribus en el partido, aunque esa actitud no gustara a algunos. Digamos que yo no cultivaba el "felipismo" en el partido, en absoluto. Yo me llevaba exactamente igual con alguien que pudiera aparecer como, digamos, "guerrista", como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que con alguien que, en el imaginario, pudiera aparecer como "felipista"; por ejemplo, con Javier Solana. El trato humano, de compañero a compañero, no variaba. Yo no premiaba ni castigaba en función de que sintiera proximidad en esos términos, "felipismo" o "no felipismo". El partido era el partido.

Y la sensación de distanciamiento... Incluso decían que no me ocupaba de dirigir el partido. Esta sensación se producía por algo que siempre se administra mal. Es muy complicado. En la actualidad, sigue siendo muy complicado para todos los ciudadanos. La explicación es que, cuando tú te diriges, en función de tu carácter y de tu responsabilidad, al conjunto de la sociedad, con frecuencia es la sociedad la que impacta sobre el partido, para modelar la posición del propio partido. Cuando tienes una concepción de partido, digamos, más instrumental para entendernos, el modelo más acabado podría ser el modelo comunista, es el partido el que traslada a la sociedad lo que el líder decide que hay que trasladar a la sociedad; es el centralismo democrático. Frente a esa concepción, yo he tenido una relación infinitamente más fluida. Incluso conversaba con los compañeros como con los ciudadanos; no tenía un "lenguaje de tribu" y un "lenguaje social". Y eso despistaba a mucha gente dentro del partido. Porque los partidos siempre tienen un "lenguaje de tribu", unas claves de comunicación interna, convenciones comunicativas... Y se entendía muy mal el hecho de que, para mí, fuera exactamente igual un compañero que otro. Y, naturalmente, aquellos que mantenían ese concepto de "tribu" estaban enojadísimos: ni me entendían ni compartían mi actitud. Sí, se entendió mal que, para mí, un compañero fuera exactamente igual que otro; sobre todo cuando algunos que se consideraban el núcleo de la "lealtad sin fisuras", en el momento que fuera, creían que ese núcleo tenía que tener, en función de ese tipo de lealtad, premios en la representación o en la función... Pero yo no lo percibía ni lo sentía así.

ALFONSO GUERRA

La decepción del final

Ahora bien, aunque repito que Felipe González ha sido el mejor presidente de Gobierno en la historia de España, es verdad que la etapa final no está en consonancia, para nada, con aquel primer presidente... Porque de 1993 a 1996 todo fue una catástrofe, se hizo todo al revés. ¿Eso quita que, de 1982 a 1993, Felipe haya sido el mejor presidente del Gobierno que ha tenido España? No. No me cabe ninguna duda. Es un hombre con una capacidad de fascinación popular extraordinaria.

En esa última etapa yo ya no estaba en el Gobierno. Me fui después de que estallara el llamado caso Juan Guerra. Yo viví todo aquello como lo que era: una operación montada en la que participó mucha gente, desde partidos políticos, medios de comunicación, sectores bancarios y algún sector diplomático también. Yo era perfectamente consciente de que era una operación montada. No dejé de estar seguro de lo que representaba: todo era una gran mentira fabricada. Del caso no quedó nada absolutamente, pero, por supuesto, me permitió sacar a relucir lo peor de la derecha española, financiera, política y mediática. Dentro del partido también, lógicamente, se empezaron a mover algunas aguas contra mí... Hubo gente... Nunca se da una batalla fuerte si dentro de la colectividad no hay gente que hace el espectáculo de circo... Eso está claro.

Afortunadamente, tuve una gran fuerza psicológica, porque sabía que todo era una operación montada. Incluso he tenido que resistir y aguantar las acusaciones: "Usted se atrincheró, usted negó la evidencia". ¿Qué evidencia? ¿Dónde está la evidencia? ¡No ha habido ninguna acusación a nadie, no se ha condenado a nadie por nada! Ha habido dieciocho procesos, ¡dieciocho!, la Causa General de la Inquisición, y ni una sola condena.

Mi actitud era la que me correspondía: uno debe sentir responsabilidad por los familiares y amigos, incluso aunque se hable de actos verídicos, que aquí no lo eran. No me sentí abrumado en ningún momento; era perfectamente consciente de la técnica sucia que se estaba empleando. Yo, de pequeño, cuando tenía seis o siete años, tenía una cartilla de ahorro en la que se pegaban unos sellos que se compraban por 25 céntimos. Me parece que logré reunir, en total, doce con cincuenta pesetas. ¡Esa cartilla fue investigada por el juez! ¡Vamos, hombre! ¿De qué estamos hablando? Estamos hablando de una panda de gente sin moral. ¡Hombre! ¡No me van a engañar! Y ese sector del partido, los llamados "renovadores", aprovechó este montaje para combatirme, porque vieron que, políticamente, no tenían manera de hacerlo. Y dijeron: "Vamos a utilizar esta canallada que viene de fuera...", aunque hubo alguna colaboración del partido. Pensaron: "Bueno, esta canallada, que sabemos que es una canallada, nos viene bien para el combate político...".

Cuando Felipe comprometió su futuro con el mío con aquella frase, "dos por el precio de uno", yo le reconocí una actitud personal y política muy decente. Aunque cuando le vi, inmediatamente después, le dije: "Felipe, muchas gracias por lo que has dicho, pero te has equivocado. Porque, políticamente, el presidente del Gobierno es el primer responsable, y todos los demás estamos nombrados por el presidente; por tanto, no tiene sentido, aunque sea generoso, vincular a uno que yo nombro con quien tiene la legitimidad de la soberanía popular. Yo creo que eso es un error". Y acerté, porque fue tal el error, que después, no con las palabras, pero sí con los hechos, se modificó la tesis. No sé si Felipe se arrepintió, pero, desde luego, fue un error... muy generoso. Yo se lo agradecí, pero le dije que no estaba de acuerdo.

Durante el mes anterior a mi comparecencia en el Congreso yo ya le había dicho que estaba viendo venir la cacería que se estaba organizando, y le dije: "Es el momento de dejarlo". Me contestó: "¡Ni hablar, ni hablar!".

Después, él experimentó una evolución, un arrepentimiento, quizá una decepción, respecto a la apuesta que había hecho de ligar su futuro político con el mío. Yo creo que en él pudo influir la gente del entorno, que utilizó el caso Juan Guerra como un asunto político, cuando no lo era: era una cuestión de dignidad. Era una cuestión de dignidad, incluso, aunque hubiera algo de verdad, cuanto más siendo falso como era.

La gente del entorno de Felipe insistió, insistió e insistió, y supongo que, hasta en el más inteligente y el más generoso, hacen efecto esas influencias. Siempre digo que cuando tú tienes un entorno en el que únicamente oyes una voz que asegura que eres "la más bella de todas las mujeres del mundo", si alguien te contradice lo más mínimo, simplemente no te lo crees. No es que lo rechaces, es que no te lo puedes creer. A Felipe le decía su entorno, no voy a citar nombres, que era un "felipista" heterodoxo y que tenía que hacerse un "felipista" ortodoxo. Era heterodoxo porque todavía trataba a su partido como "su partido", y a su partido, según sus consejeros, lo tenía que tratar como al resto de los partidos, como un soberano trata al conjunto de los partidos. Y tenía que ser ortodoxo. Ése fue un argumento que se utilizó machaconamente. Permanentemente.

Filesa: "¿por qué a mí?"

Filesa. ¿Por qué tienen que señalarme a mí? ¿Por qué no señalan a Felipe González, o al otro, o al otro? ¿Por qué a mí? Los "renovadores" machacaban a Felipe siempre con el mismo argumento: "Alfonso no está haciendo nada por la erradicación de la corrupción interna, sobre todo en el tema de Filesa". ¿Por qué se suponía que yo controlaba todo lo que ocurría en el partido? Mi respuesta es clara: en estos temas no se puede suponer. En estos temas hay que tener datos: ¡estamos en terreno penal! ¿Qué clase de Estado de derecho es éste? Usted no tiene que suponer nada: me tiene que demostrar los hechos.

¡No tuve nada que ver con Filesa! ¡Nada absolutamente! No conocía nada.

La amistad política entre Felipe y yo sufre una deriva importante después del acto de Chamartín.

[Acto de homenaje a Joaquín Leguina en una de las crisis de la FSM en 1990]. Aquél fue un momento importante. En aquel acto intervinieron ministros del Gobierno con la clara intencionalidad de atacar al vicepresidente del Gobierno. Y el presidente del Gobierno lo sabía. No sé si Felipe lo avalaba o no, pero no lo combatió. Esta actitud era contraria a la recomendación que yo, una y otra vez, le repetía: "No vayas por una acera ni por la otra, ve por en medio... Si te colocas en una acera, estás perdido".

Felipe hizo, en ese momento, una apuesta por los llamados "renovadores", que son los que defenderían un partido "abierto" frente al que, supuestamente, yo defiendo, que ellos consideran un partido "cerrado". Yo sólo tengo que decir, en este sentido, que la etapa en la que yo fui vicesecretario general y Txiki Benegas secretario de organización ha sido la etapa más democrática del partido, sin lugar a dudas, incluyendo la actual.

"Éste es el candidato a alcalde, y si no lo aceptáis, disuelvo la agrupación...". ¡Esto se ha dicho públicamente! En Galicia, hace poco. Eso era imposible antes. El partido que yo dirigí no tenía nada que ver con el leninismo. No digo que ahora lo tenga, ni en la etapa de Almunia, pero, desde luego, ahora está mucho más próximo al leninismo que en la etapa en que yo tomaba esas decisiones. Pero, en fin, ésas son grandes mentiras que se inventan para hacer daño. Luego, lo escriben, se lo copian unos a otros y queda escrito.

Mi dimisión no fue una dimisión improvisada. Yo ya se lo había planteado a Felipe en dos ocasiones anteriormente. En la tercera, él me decía: "No sé si llevas razón, aunque, si tú quieres seguir, no hay ningún problema, en absoluto... Pero si tú lo planteas ya...".

Tuvimos una conversación larga, muy larga, el 8 de enero de 1991, en la que mantuve mi voluntad de dimisión de manera irrebatible. Después, alguno de los "renovadores" ha llegado a escribir, en libros, que fue un cese. ¡Tiene tela! Yo conservo muchas cartas de Felipe, y en ninguna carta dice que me cesa. Tengo muchas cartas y las conservo. Conservo todas las cartas, también las de Pepe Bono. Tengo unas cartas muy sustanciosas de aquella época.

Lo que sí creo es que Felipe, al margen de su gratitud política y del valor que siempre ha otorgado a mi lealtad -esto me consta-, llegó un momento en que, sin ninguna duda, se sentía más cómodo sin mí. Porque yo era la piedrecita en el zapato. Había mucha gente que lo halagaba y lo halagaba, y todo era magnífico. Mientras que yo le decía: "¡Esto no lo veo y esto no lo veo!". Llega un momento en que hay tanto halago que te conviertes, sin quererlo, un poco en el Pepito Grillo, en la conciencia, y eso no le gusta a nadie. Tener a alguien así al lado es incomodísimo. Yo no lo quiero para mí, desde luego. Finalmente, decir que él se sentía "incómodo conmigo" quizá sea muy fuerte, pero que se sentía "más cómodo sin mí", yo creo que sí puede decirse.

En 1993 surgen otras diferencias en el partido con motivo de la campaña electoral. Felipe conformó un Comité de Estrategia para afrontar las elecciones. El comité lo dirigía, en principio, Ramón Jáuregui. Pero yo estaba también en él. Yo era el director de la campaña. Celebramos una reunión: cada uno de los miembros de ese comité no tenía mucha idea de estos temas, dice lo que cree conveniente y, después, hablé yo. Y, naturalmente, Ramón Jáuregui, que era el responsable, dijo: "Bueno, mira, esto se ha acabado: éste se encarga de la campaña y nosotros nos vamos". Pero es que era evidente que los demás no tenían conocimiento de estos temas y yo tenía todo el conocimiento y mucha experiencia. Y ahí se acabó la colaboración de Jáureguí en la campaña.

Luego llegaría a ese comité José María Maravall, pero la campaña la dirigí yo. Es verdad que Maravall estuvo asesorando a Fefipe en el primer debate televisivo con Aznar. Sí, estuvo asesorando, y fue un desastre rotundo. En el segundo lo asesoré yo, y salió bien, ésa es la verdad.

Alfonso Guerra levanta la mano de Felipe González, tras la victoria del PSOE en las elecciones generales de octubre de 1982.COVER

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