Columna

Cancún: oportunidad para la OMC

En septiembre van a celebrarse dos cumbres decisivas para conocer el comportamiento futuro de la economía mundial. Pasado mañana comienza en Cancún (México) una reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que tendrá una oportunidad más para instituir las reglas sobre el comercio que van a regir a partir de ahora. Una semana más tarde, en Dubai, tendrá lugar la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), precedida de la tradicional reunión de los ministros de Finanzas del G-8, que dará carta de naturaleza a la recuperación de la coyuntura eco...

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En septiembre van a celebrarse dos cumbres decisivas para conocer el comportamiento futuro de la economía mundial. Pasado mañana comienza en Cancún (México) una reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que tendrá una oportunidad más para instituir las reglas sobre el comercio que van a regir a partir de ahora. Una semana más tarde, en Dubai, tendrá lugar la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), precedida de la tradicional reunión de los ministros de Finanzas del G-8, que dará carta de naturaleza a la recuperación de la coyuntura económica.

La asamblea del FMI y del BM se centrará en el pronóstico del corto plazo. Todos conocemos la cantidad de veces que se han equivocado o han hecho de la necesidad virtud, anunciando a bombo y platillo un final de las dificultades que no se ha dado. La de la OMC es otra cosa, ya que si no se da un acuerdo concreto entre los casi 150 países que la componen para reducir el proteccionismo (fundamentalmente el agrícola), habrá un peligroso retroceso.

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El FMI, el BM y la OMC eran el corazón del orden internacional que diseñó Keynes después de la II Guerra Mundial, aunque con una filosofía distinta de la que ahora practican. Los dos primeros funcionaron inmediatamente, no así la OMC, a cuyos estatutos se opuso EE UU, sobreviviendo sólo su capítulo cuarto bajo el nombre de Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT). La OMC es una institución muy reciente, que casi al mismo tiempo de nacer tuvo que enfrentarse a la contestación fulgurante de los llamados movimientos antiglobalización, que la paralizaron en Seattle. Para evitar esa contestación, la OMC se reunió en un lugar tan alejado de los circuitos financieros tradicionales como Doha (tan lejano como Dubai, donde ahora van los representantes del FMI y del BM), abriéndose una nueva ronda de liberalización del comercio.

Para sacar de la postración a los países pobres hay dos herramientas principales: la ayuda al desarrollo y la libertad de comercio, de modo que puedan exportar sus mercancías al resto del mundo. Excepto los economistas más extremistas de uno y otro lado, todo el mundo coincide en que ambos instrumentos -la discusión está en el grado de aplicación de uno y otro- son esenciales. ¿Por qué, a pesar de ello, suscita tanta desconfianza la OMC, un organismo cuya misión es liberalizar el comercio, lo cual favorece a los países más pobres? Si no existiese una institución como la OMC, ¿no reinaría aún más la ley de la selva en el comercio mundial? Los oponentes a la misma denuncian su voluntad de tratar a otros valores (educación, sanidad...) como una mercancía; segundo, por su extraordinaria opacidad: en Seattle se iba a aprobar el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), que concedía prioridad a los intereses de las multinacionales sobre las legislaciones de los Gobiernos, sin que apenas nadie conociese el texto del mismo ni se hubiera suscitado un debate previo.

A pesar de ello, la OMC tiene ahora otra oportunidad. El corazón de la discusión es el proteccionismo agrícola, sobre el cual hay fuego cruzado entre todas las partes en litigio: EE UU, UE, grupo de Cairn (exportadores agrícolas como Argentina, Canadá o Australia) y países en desarrollo. Si no se avanza en Cancún en este asunto, el resto de los problemas pendientes (productos farmacéuticos, alimentos transgénicos, acero...) quedarán desfigurados. En un informe reciente del BM se afirma que un "buen" acuerdo en Cancún (reducción de un 10% de los aranceles en la agricultura y hasta el 50% en las manufacturas), significaría que los ingresos mundiales podrían crecer en más de medio billón de dólares anuales, lo que contribuiría a sacar de la pobreza para el año 2015 (en el que la ONU se ha comprometido a reducir el número de pobres del mundo a la mitad) a casi 150 millones de ciudadanos.

El problema es que hay quien prefiere la liberalización de las importaciones en el mundo en desarrollo a la liberalización en casa. El ejemplo máximo de esa hipocresía (distancia entre el discurso y la realidad) es la política comercial de George W. Bush.

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