Editorial:

El vuelo de Rajoy

Mariano Rajoy arranca su vuelo electoral condicionado por el peculiar sistema de designación como candidato del PP a La Moncloa, pero con suficientes márgenes de maniobra para poder diferenciarse de su predecesor, José María Aznar. Como hizo Manuel Fraga con este último en septiembre de 1989, cuando Aznar fue proclamado candidato para las elecciones de ese año, el actual presidente del PP anunció ayer a su Comité Ejecutivo Nacional -que aprobó todas sus propuestas por unanimidad- que delega en el nuevo secretario general y candidato todos los poderes que le otorgan los estatutos del partido. P...

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Mariano Rajoy arranca su vuelo electoral condicionado por el peculiar sistema de designación como candidato del PP a La Moncloa, pero con suficientes márgenes de maniobra para poder diferenciarse de su predecesor, José María Aznar. Como hizo Manuel Fraga con este último en septiembre de 1989, cuando Aznar fue proclamado candidato para las elecciones de ese año, el actual presidente del PP anunció ayer a su Comité Ejecutivo Nacional -que aprobó todas sus propuestas por unanimidad- que delega en el nuevo secretario general y candidato todos los poderes que le otorgan los estatutos del partido. Puede que no haya bicefalia, pero una cabeza seguirá vigilando a la otra.

Como portavoz del Gobierno, Rajoy ha sido en circunstancias difíciles un comunicador fiel de la voz de La Moncloa. Pero como candidato deberá mostrar su propia capacidad de articular un programa político y liderar a su partido. La decisión de que Rajoy abandone el Gobierno para ocupar la secretaría general del PP abre un espacio para que el nuevo candidato de la derecha matice continuidades y diferencias. Su viaje esta misma semana al País Vasco será una excelente ocasión para calibrar unas y otras. Su perfil personal establece algunas marcadas diferencias: nadie le ha discutido hasta ahora un talante dialogante y una gran capacidad para salir indemne de los avisperos en los que se le ha metido, propia de un buen político teflón, al que nada se le pega. Estas condiciones, excelentes para un buen segundo y en el origen de la propia designación, no es probable que pueda mantenerlas en toda su frescura como candidato. Al igual que su ironía gallega no tiene por qué ser tan buena ni jugar en su favor si no la contiene y se deja llevar por los jaleos del tendido durante la campaña.

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La prudencia con que ha sido recibida la designación desde los nacionalismos vasco y catalán indica que algo esperan de una posible victoria de Rajoy -sobre todo si no es por mayoría absoluta- en las elecciones generales de marzo, una campaña que afrontará de modo profesional, y también sin contemplaciones, como ha demostrado en repetidas ocasiones. Lo que España no puede aguantar es la estrategia de la tensión y la descalificación constante del adversario político que hemos vivido en estos años de Aznar al frente del PP, y en los últimos siete y medio del Gobierno.

Rajoy tiene una oportunidad de diferenciarse, de recuperar la idea del consenso y de abandonar la oposición a la oposición y la obsesión por el liderazgo que han caracterizado a Aznar antes y durante su paso por La Moncloa. Rajoy es un sucesor designado, en un acto personal impropio de la política europea, pero el camino que se abre ante él le ofrece la oportunidad de demostrar y proyectar sobre su partido una personalidad diferenciada de quien le ha nombrado. Su petición de que hoy la Junta Nacional del PP le designe por votación secreta no es más que un gesto, que repite otro similar de Aznar en idénticas circunstancias, pero no resta ni un ápice a la evidencia de que estamos ante una designación decidida enteramente por Aznar, tras una insólita y laudable disposición a dejar el poder.

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