Editorial:

Aznar y Rajoy; y Zapatero

Ante la zarabanda que se había iniciado en torno al nombre del sucesor de Aznar, La Moncloa tuvo ayer interés en cortar por lo sano confirmando que era Mariano Rajoy el elegido. Decisión prudente para evitar que el juego de adivinanzas llegara demasiado lejos, aunque al reaccionar de esa manera venía a reconocer La Moncloa, es decir, Aznar, que la decisión ya estaba tomada y que el papel de los órganos de dirección por los que aún debe pasar la propuesta se limitará a su convalidación.

¿Por qué Rajoy? Conociendo el estilo de Aznar, era poco probable una decisión sorprendente. Desde hace...

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Ante la zarabanda que se había iniciado en torno al nombre del sucesor de Aznar, La Moncloa tuvo ayer interés en cortar por lo sano confirmando que era Mariano Rajoy el elegido. Decisión prudente para evitar que el juego de adivinanzas llegara demasiado lejos, aunque al reaccionar de esa manera venía a reconocer La Moncloa, es decir, Aznar, que la decisión ya estaba tomada y que el papel de los órganos de dirección por los que aún debe pasar la propuesta se limitará a su convalidación.

¿Por qué Rajoy? Conociendo el estilo de Aznar, era poco probable una decisión sorprendente. Desde hace meses venía señalando como una característica de su forma de gobernar la previsibilidad; que él no era un frívolo que actuase a impulsos de ocurrencias o corazonadas. Eso lo dejaba para sus rivales, a quienes no deja de reprochárselo. Excluía, por tanto, a candidatos que podrían ser de su agrado personal pero que no estaban en la línea lógica de sucesión. Por lo mismo, los tres vicesecretarios del PP, dos de los cuales son además vicepresidentes, eran los candidatos obvios. Entre ellos ha elegido a quien aparentemente es el mejor candidato electoral.

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Simplificando, podría decirse que Mayor Oreja era un candidato que contaba con mucho apoyo (así lo indicaban las encuestas), y también con mucho rechazo; Rato contaba con bastante apoyo, y también con bastante rechazo, y Rajoy, con bastante apoyo y poco rechazo. Esto convierte a este último en el mejor candidato a La Moncloa de los tres -porque no sólo se elige por afinidad, sino por eliminación-, y además en alguien con posibilidad de alcanzar acuerdos con otras fuerzas (los nacionalistas catalanes, por ejemplo) en caso de victoria sin mayoría absoluta.

El criterio electoral no era el único, pero sí el decisivo. El gesto de Aznar de no volver a presentarse puede ser considerado sublime por sus seguidores si su sucesor gana, pero ridículo si pierde, o gana pero no puede formar Gobierno. De ahí su interés en supeditar otros posibles criterios -como la identificación personal o el deseo de que el sucesor no le haga sombra- a su eficacia para garantizar la continuidad del PP en el poder. Rajoy ya era el siguiente en el escalafón como vicepresidente primero. Ahora dejará el Gobierno, pero asumirá la secretaría general del Partido, de acuerdo con las previsiones de Aznar de evitar cualquier bicefalia.

En el aspecto ideológico es posible que Mayor Oreja encarnase mejor lo que Aznar considera su legado: su política en relación a la cuestión territorial (o sea, nacionalista), incluyendo su derivación terrorista en el País Vasco. Por añadidura, esas dos cuestiones conforman el campo en el que Aznar se propone dar su última batalla como gobernante (y, según su querencia, como oposición de la oposición). Pero no puede decirse que Rajoy sea un novicio en esas materias. Ya fue el encargado de la ponencia autonómica en un congreso del PP, y luego ha sido ministro de Administraciones Públicas (es decir, de Autonomías) y del Interior. Visto desde hoy, no parece casual que, tras una larga incomunicación, fuera Rajoy quien se entrevistase con Zapatero, a finales de julio, para intentar un compromiso de los dos grandes partidos nacionales contra la aventura soberanista de Ibarretxe.

El curso densamente electoral que ahora se inicia pondrá a prueba la apuesta de Aznar, pero también la de José Luis Rodríguez Zapatero. Ayer consiguió la unanimidad de los barones territoriales del partido en torno a un documento sobre política autonómica que defiende la idea de fortalecimiento del modelo mediante su reforma. Hasta ahora esa cuestión había tendido a plantearse en función de si servirían o no para favorecer la integración de los nacionalistas. Pero es defendible la idea de que mejorar la eficacia del sistema económico, adaptándolo a nuevas situaciones, es deseable en todo caso, porque fortalece la coherencia del Estado autonómico.

El PP sostiene que, una vez finalizada la transferencia de competencias en Educación y Sanidad, el mapa queda completado, y que reabrir el debate sobre los estatutos tendría efectos desestabilizadores. Ambos partidos han defendido en el pasado la postura inversa, lo que permite relativizar el dramatismo con que, sobre todo Aznar, plantean el debate.

Tal vez la sustitución de Aznar por alguien de talante mucho más moderado como Rajoy permita canalizar ese debate por terrenos más propensos al consenso -sin el que no puede haber reforma del Senado- y rebajar la agresividad que domina desde hace meses la política española. Ojalá.

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