Editorial:

Aviso en Manila

La presidenta filipina anunció ayer en su mensaje sobre el estado de la nación que una comisión independiente indagará sobre las acusaciones hechas por los militares amotinados que se rindieron el domingo en Manila sin disparar un tiro, tras 19 horas de incertidumbre, a falta de apoyo popular y de sus compañeros de armas. Los cabecillas de los sublevados denunciaron que el alto mando vende armas y municiones a los rebeldes islamistas para prolongar la guerra de secesión que se ceba en el sur del país, y que son jefes castrenses los que están detrás de una reciente oleada de atentados en la reg...

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La presidenta filipina anunció ayer en su mensaje sobre el estado de la nación que una comisión independiente indagará sobre las acusaciones hechas por los militares amotinados que se rindieron el domingo en Manila sin disparar un tiro, tras 19 horas de incertidumbre, a falta de apoyo popular y de sus compañeros de armas. Los cabecillas de los sublevados denunciaron que el alto mando vende armas y municiones a los rebeldes islamistas para prolongar la guerra de secesión que se ceba en el sur del país, y que son jefes castrenses los que están detrás de una reciente oleada de atentados en la región.

Filipinas padece un grave problema de terrorismo protagonizado por varios grupos cuyo denominador común es el separatismo islámico en un país mayoritariamente católico. Los atentados sangrientos se suceden en las islas meridionales de Jolo y Mindanao. El hecho de que los insurgentes fueran miembros jóvenes de los tres ejércitos, de unidades especialmente entrenadas por EE UU para combatir la guerrilla musulmana, complica las cosas a Gloria Macapagal, cuyo control sobre las Fuerzas Armadas está más en entredicho que nunca tras la reciente fuga de la cárcel del líder de una de las organizaciones extremistas. Estados Unidos y Australia ayudan con millones de dólares al Gobierno de Manila a combatir el fundamentalismo armado, y a la jefa del Estado le ha faltado tiempo para anunciar conversaciones con el Frente Moro de Liberación, el grupo más poderoso, para intentar poner fin a tres décadas de violencia.

En cualquier caso, la singular sublevación de Manila, primera en 14 años, no es una anécdota. En el frente civil se ha saldado por el momento con la detención de un ayudante del anterior presidente, Joseph Estrada. Estaba calculada para coincidir con el mensaje sobre el estado de la nación y arruinar definitivamente cualquier veleidad secreta que Macapagal pudiera tener de presentarse a la reelección el año próximo. Muchos filipinos avizoran el comienzo de un proceso de acoso castrense similar al que se desarrolló contra Corazón Aquino a finales de los años ochenta.

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Gloria Macapagal ha asegurado que los amotinados, que han regresado a sus cuarteles en espera de juicio, serán castigados ejemplarmente. Pero nadie cree que eso sea posible en una de las democracias más débiles e inestables de Asia por parte de una presidenta cuya falta de sintonía con las Fuerzas Armadas la ha convertido prematuramente en irrelevante.

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