Tribuna:

El poder de la imaginación

El lema que encabezó el gran movimiento de mayo del 68 fue el grito de "la imaginación al poder". Todos sabemos lo que el poder hizo después con la imaginación, ejercicio mental que muy a menudo la política ejercida desde el poder sustituye por el pragmatismo. Pero lo que sí existe y existió es el poder de la imaginación, como demostró a propósito de mayo del 68 Bryce Echenique con su magnífica La vida exagerada de Martín Romaña.

Bueno es que, aprovechando el descanso veraniego y antes de entrar en la galopada electoral llena de tópicos que nos espera apenas iniciado el otoño, no...

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El lema que encabezó el gran movimiento de mayo del 68 fue el grito de "la imaginación al poder". Todos sabemos lo que el poder hizo después con la imaginación, ejercicio mental que muy a menudo la política ejercida desde el poder sustituye por el pragmatismo. Pero lo que sí existe y existió es el poder de la imaginación, como demostró a propósito de mayo del 68 Bryce Echenique con su magnífica La vida exagerada de Martín Romaña.

Bueno es que, aprovechando el descanso veraniego y antes de entrar en la galopada electoral llena de tópicos que nos espera apenas iniciado el otoño, nos sumerjamos en el mar de la imaginación escrita. Y nada mejor que asaltar las innumerables propuestas que nos ofrecen desde sus estanterías todas las librerías.

Yo me permito aconsejar tres, con todo el riesgo que comporta dejar de lado tantos títulos sugerentes. Me refiero a El mal de Montano, de Enrique Vila-Matas, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusset, y Sangre a borbotones, de Rafael Reig. Tres libros dispares pero que tienen en común poner en evidencia el poder de la imaginación y que son, además, francamente divertidos.

El mal de Montano, hay que advertirlo, es un enfermedad contagiosa y la lectura del libro o te descubre que ya estabas contaminado o te incorpora como nuevo socio al club de los que padecen este mal. Vila-Matas invierte diabólicamente el inicio del evangelio de San Juan, y nos dice que en principio fue la carne y la carne se hizo palabra y edificó nuestro mundo, un mundo en expansión creativa constante que encadena millares de constelaciones formadas por frases entrelazadas, sustraídas del anonimato concediéndoles una paternidad siempre incierta. Lástima que en este bosque haya olvidado a Antoine Gauthier, que dijo que "leer no es crear, pero es una invitación a hacerlo".

Pablo Tusset consigue hacerse presente cada mañana cuando pedimos un cruasán con el temor de que su tamaño crezca hasta envolvernos en una aventura barcelonesa, en la que las palabras son en sí mismas la aventura y las calles nos acogen en su curso como úteros de los que hay que salir camino de la vida. Una vida en que los acontecimientos se enlazan en un ritmo vertiginoso pero en la que ni lo aparentemente absurdo resulta gratuito, abarcando con ironía todos los tópicos de la realidad, pero obsequiándonos al final de la lectura con un aleteo de esperanza, la esperanza de que otro mundo es posible si triunfa la imaginación.

Y la pirotecnia del poder de la imaginación nos la pone al alcance de nuestros ojos Rafael Reig, con su Sangre a borbotones. En este caso el paisaje lo ofrece Madrid, pero no el Madrid de los Austrias, o el Madrid de la movida nostálgica del alcalde que pasaba sus horas escribiendo ingeniosos bandos, sino un Madrid de un futuro previsible, en el que, como esqueletos antidiluvianos, se han sumergido en la Castellana las carcasas de los coches, una Castellana que ha sido convertida en un canal cómodamente navegable. Pero lo único cómodo que tiene la novela es navegar por el canal, porque el resto de la realidad imaginativa es una sucesión de problemas surgidos de las tramas criminales en la capital del Estado, que manchan de sangre los dedos del lector cada vez que pasa una página. Su complejidad, además de dejar como elemental la inextricable obra de Dashiell Hammett y sumergirnos en un entrañable Madrid, nos identifica con el sagaz detective Carlos Clot y nos lleva a resolver misterios, que no sólo viven en el mundo de la creación sino que se atreven a penetrar y a crear imprudentemente su propia aventura en el mundo de la llamada realidad objetiva.

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Todos o casi todos, a excepción de los sufridos sustitutos que en algunos casos resultan más valiosos que los titulares habituales, vamos a disfrutar de esto que se llaman vacaciones, un periodo en el que a menudo hay que fingir que se está pasando muy bien. En estos casos, es recomendable no olvidar que de la misma forma que a los protagonistas de Casablanca siempre les quedaba París, también a nosotros nos queda el poder de la imaginación, en espera de que algún día la imaginación también llegue al poder.

Antoni Gutiérrez Díaz es miembro de ICV.

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