Crítica:

Los perros de las palabras

Entre los escombros de la memoria, el narrador suelta a "los perros de las palabras". Lo hace con la esperanza -dice- de que "alguna de ellas, haciendo vibrar la cola de una consonante alegre", desentierre algún resto del pasado. Pero aquí y allá las palabras sacan a la superficie deshechos inservibles, frases sin dueño, recuerdos que pertenecen a otros. Sólo al cabo de una ardua e insistente búsqueda tiene a veces lugar -aunque no siempre- la deseada epifanía. Su resplandor, sin embargo, aunque deslumbrante, apenas dura un momento, y enseguida vuelve todo a empezar: el pasado en ruinas, los e...

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Entre los escombros de la memoria, el narrador suelta a "los perros de las palabras". Lo hace con la esperanza -dice- de que "alguna de ellas, haciendo vibrar la cola de una consonante alegre", desentierre algún resto del pasado. Pero aquí y allá las palabras sacan a la superficie deshechos inservibles, frases sin dueño, recuerdos que pertenecen a otros. Sólo al cabo de una ardua e insistente búsqueda tiene a veces lugar -aunque no siempre- la deseada epifanía. Su resplandor, sin embargo, aunque deslumbrante, apenas dura un momento, y enseguida vuelve todo a empezar: el pasado en ruinas, los escombros de los años, y las palabras como perros saltando de un lado a otro, dejando tras de sí un texto hecho añicos, en el que se amontonan fragmentos de frases, de imágenes, de voces, de episodios cuya yuxtaposición no alcanza a constituir un relato, cómo podría. Lejos de eso, delata más bien su irreversible naufragio. Y aún menos, por cuanto de lo que aquí se trata, en definitiva, es del contenido de una memoria que se resiste o es simplemente incapaz de construirse ella misma como relato, de modo que sus elementos permanecen inarticulados, como piezas sueltas de un incompleto rompecabezas que el lector trata esforzadamente de armar.

¿QUÉ HARÉ CUANDO TODO ARDE?

António Lobo Antunes

Traducción de Mario Merlino

Siruela. Madrid, 2003

576 páginas. 27,50 euros

Cabría definir la identidad como la dimensión épica de la memoria. Y pretender entonces que lo que Lobo Antunes se propone no es tanto reflejar la disolución de la identidad como la dificultad de fundarla allí donde la memoria no consigue alumbrar su propio relato. En esto consistiría el extraño y portentoso arte de novelar de Lobo Antunes: en el empeño de sondear el contenido de la memoria antes de que haya sido narrativamente estructurado. El empeño por hacer decir a las palabras la emoción que existía antes de ellas y que ellas mismas han contribuido a enterrar.

"Las emociones son anterio-

res a las palabras", declara el escritor portugués en el libro Conversaciones con António Lobo Antunes (Siruela, 2001), "y el reto es traducir esas emociones, intentar que las palabras signifiquen esas emociones". Ese reto exige en ocasiones desmontar toda textura discursiva y trabajar en un estadio del lenguaje en el que las conexiones no son de orden lógico ni sintáctico, sino puramente emocional. Así ocurre sobre todo en los territorios de la lírica, y es en este sentido en el que Lobo Antunes se ha referido con razón a sus propias novelas como "epopeyas líricas". Hay toda una corriente de la novela moderna que -a menudo con técnicas y recursos considerados "de vanguardia"- invade audazmente los territorios de la lírica. Dentro de esta corriente, Lobo Antunes parece empeñado en llegar más lejos que nadie, y en esta última novela lo demuestra con una radicalidad que produce a menudo desconcierto -y a ratos fatiga también, todo hay que decirlo, y hasta impaciencia-, pero que da lugar, entre páginas y más páginas de árida travesía, a pasajes de una belleza y de una intensidad asimismo desconcertantes.

El protagonista de ¿Qué haré cuando todo arde? es un joven -Paulo- cuya existencia ha quedado determinada por un padre sexualmente tránsfuga: "Un marica, un travesti, un payaso moribundo" -como se dice de él en más de una ocasión- que cuando Paulo todavía era un niño abandonó el hogar familiar para trabajar como "artista" en un sórdido local de "variedades". Esta rebuscada situación de partida da pie a Lobo Antunes a trazar, sobre un sucio y borroso trasfondo de identidades en fuga, un complicado juego de voces y perspectivas que emergen dolorosamente de una caótica superposición de nombres, de frases y escenas rotas, de motivos recurrentes que conforman la memoria arrasada de Paulo, individuo cuya identidad es tan esquiva y movible como la de su padre, o la mujer que él toma por su padre, y que trata de enhebrarse en esas voces que él mismo convoca y despierta.

El título de la novela lo toma Lobo Antunes de un verso del poeta portugués Francisco Sá de Miranda (siglo XVI) y parece aludir al crepitar de esa memoria -la de Paulo- avivada como brasas que se creían dormidas. Pero, antes que tan hermoso título, es más bien la cita de Epifanio (Contra las herejías, 26, 3) que abre el libro la que da la llave de su peculiarísima factura: "Yo soy yo y tú eres yo; donde tú estás, yo estoy y en todas las cosas me hallo disperso. Encuentres lo que encuentres es a mí a quien encuentras: y al encontrarme, te encuentras a ti mismo".

Esta "dispersión" de la iden-

tidad en los fragmentos de una memoria inarticulada explicaría la fluctuación, en la novela, de una voz narrativa en continua mutación, voz que acaparan sucesivamente los fantasmas de un pasado a los que el narrador interpela sabiéndose él mismo un fantasma: "Fantasma yo que os busco entre sombras hablándoos como hablan los muertos y respondiendo palabras mías, no vuestras, lo que espero que digan sabiendo que no lo dirían de ese modo, si pudieran contarme lo que no conozco y tal vez prefiera no conocer, lo que sucedió antes de mi nacimiento o cuando era demasiado pequeño para entender lo que había sucedido y sólo me permito inventar".

Al más-difícil-todavía que supone la escritura entera de ¿Qué haré cuando todo arde? cabría objetarle cierta complacencia en un virtuosismo estilístico que parece regocijarse con las dificultades que él mismo se impone. En su collage cubista de los suburbios lisboetas, en el certero dibujo de tantos destinos en derrota, Lobo Antunes ofrece, por otro lado, una muestra quizá algo estereotipada, aunque sofisticadísima, de lo que puede entenderse por "tremendismo lírico". La potencia que cobra aquí el adjetivo lírico es sin embargo tal, que termina por convertirse en sustantiva de un libro que reclama ser leído en efecto como un poemario. Así lo sugiere el hecho de que el texto se ofrezca en capítulos sin numerar, hasta cierto punto permutables, cada uno de los cuales -téngalo bien presente quien se adentre en este libro- exige una lectura íntegra y de un solo tirón, pues de otro modo se interrumpiría el proceso asociativo que, partiendo de una casi total opacidad de significados, suele concluir en una auténtica descarga emocional, por virtud de la cual se obra, con resultados a menudo impresionantes, el milagro de un texto literalmente encendido por su propia energía interna.

El escritor portugués António Lobo Antunes.GORKA LEJARCEGI

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