Columna

SOS

En el mismo instante en que en Pamplona estalla el tradicional chupinazo que inaugura los sanfermines se levanta la veda estival para el maltrato festivo de cientos de animales que serán objeto de secuestro, tortura y asesinato en otros cientos de pueblos y ciudades de nuestra ensangrentada piel de toro. Madrid levanta la veda un poco antes, con su célebre Feria de San Isidro. Ese crimen se sucede a lo largo del año, pero es en verano cuando alcanza las cotas más altas de su infamia para con los animales no humanos. En fechas de vacaciones, viajes organizados y alquiler de apartamentos en zona...

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En el mismo instante en que en Pamplona estalla el tradicional chupinazo que inaugura los sanfermines se levanta la veda estival para el maltrato festivo de cientos de animales que serán objeto de secuestro, tortura y asesinato en otros cientos de pueblos y ciudades de nuestra ensangrentada piel de toro. Madrid levanta la veda un poco antes, con su célebre Feria de San Isidro. Ese crimen se sucede a lo largo del año, pero es en verano cuando alcanza las cotas más altas de su infamia para con los animales no humanos. En fechas de vacaciones, viajes organizados y alquiler de apartamentos en zonas costeras destripadas por la especulación inmobiliaria, el abandono de perros y gatos viene a sumarse a ese holocausto del que nuestro país es vergonzoso ejemplo: 300.000 cada año. De ellos, 200.000 acabarán muertos por atropello, pues, así como las gasolineras son tradicionales puntos para tirar abuelos con Alzheimer y largarte a Benidorm, las carreteras constituyen los también tradicionales espacios para abrir una de las cinco puertas del monovolumen con cierre centralizado y elevalunas eléctrico y empujar a la cuneta al inocente que más te ama y más desconcertada e incondicionalmente esperará tu regreso. El pequeño porcentaje de ellos que no consiga ser rescatado de ese terror acabará con sus tristes huesos en las perreras municipales, donde al año (excepto muy recientemente en Cataluña: ¡visca Catalunya!) son sacrificados 75.000 (¿sacrificados? ¿A quién? ¿A los dioses? ¿Para qué? ¿Acaso para acabar con la plaga de guerras imperialistas y petrolíferas que acaban con la vida de millones de niños en el mundo? ¿Acaso para combatir el sida en África, donde las prósperas multinacionales farmacéuticas impiden que los Estados pobres fabriquen genéricos a menos de la mitad del precio que les obligan a pagar por su derecho a la salud y a la vida? ¿Acaso para acabar con los ingentes beneficios del cruel transporte de especies destinadas al consumo humano, a cuya regulación en Europa para que, al menos, sean matados en sus puntos de origen se oponen, qué mediterránea coincidencia, Italia, Grecia y, cómo no, España?).

Por fortuna, también hay humanos bondadosos, pues sólo a la bonhomía queda apelar cuando el actual sistema educativo (ese que incluye la formación católica en sus renovados programas: ¿se apoyarán en material audiovisual -aullidos de pavor, ojos desorbitados por el pánico- para enseñar cómo, en nombre de tanta Virgen y tanto santo, se ensañan los espirituales con tantos animales en nuestros orgullosos pueblos patrios?) incurre en la dejación moral de no formar a los niños en un radical respeto a los seres sintientes de cualquier especie, y cuando el actual Gobierno se niega en rotundo a incluir en el Código Penal el delito de maltrato a los animales no humanos (cuántos intereses económicos en juego, ¿eh, representantes del orden?). Carlos Rodríguez es uno de esos hombres bondadosos que, en la medida de sus posibilidades, ejerce la función que corresponde a las instituciones: difundir, en su caso, el respeto que merecen los animales de compañía y, más allá de esa obligación social, un amor por ellos que se le sale por los poros. Este veterinario, miembro del Consejo de Protección Animal y asesor de la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid (¡no podrá decir que no tiene trabajo!), acaba de publicar en Pearson/Alhambra un par de guías sobre la decisión de convivir con un animal (¿Tener o no tener mascota?) y la elección de responsabilizarse de un perro (Un perro en casa) que trascienden los meros consejos prácticos e introducen, aun en un discurso esencialmente divulgativo, ciertas consignas que deben ir calando en el imaginario colectivo. Así, Carlos Rodríguez, cuya gran baza en la defensa de los derechos animales consiste en ser un profesional de rostro reconocible en los medios de comunicación, se refiere, por ejemplo, a las razas caninas, pero se decanta por el atractivo de los chuchos; o relaciona las posibilidades del comercio, pero se decanta por la adopción en perreras y albergues. Y se manifiesta contrario al tráfico y las modas de las especies "exóticas"; y contrario a esas fiestas nacionales; y echa un rapapolvo a los políticos; y describe los beneficios de la relación interespecies; y apela, una vez más, a la educación, a la información y a la legislación. Necesitamos asesores así. Gente buena. Es un SOS.

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