Columna

El panocho

En la hoja parroquial que dirige un señor de Cartagena leí hace unos días, con regocijo, una artículo suyo en el que pone a caldo al conseller González Pons, y a quien lanza esta advertencia: "Esteban González Pons ya puede ir quitándose de la cabeza conseguir el famoso consenso entre quienes creen que el valenciano es la misma lengua que el catalán y quienes pensamos lo contrario. No es posible que se llegue a un acuerdo porque no existe". ¡Vaya por Dios! Ahora nos viene este cartagenero moreno, ¡todavía a estas alturas!, cantándonos el viejo bolero de que "el valenciano no es lo mismo...

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En la hoja parroquial que dirige un señor de Cartagena leí hace unos días, con regocijo, una artículo suyo en el que pone a caldo al conseller González Pons, y a quien lanza esta advertencia: "Esteban González Pons ya puede ir quitándose de la cabeza conseguir el famoso consenso entre quienes creen que el valenciano es la misma lengua que el catalán y quienes pensamos lo contrario. No es posible que se llegue a un acuerdo porque no existe". ¡Vaya por Dios! Ahora nos viene este cartagenero moreno, ¡todavía a estas alturas!, cantándonos el viejo bolero de que "el valenciano no es lo mismo que el catalán". Aquí, lo único que se puede afirmar, sin temor a caer en el ridículo, es que el valenciano no es lo mismo que el panocho, parla murciana que el director del boletín parroquial debe conocer bien.

Pero nuestro cartagenero pertenece al grupo de quienes no quieren que el valenciano sea lo mismo que el catalán. Pertenece a esa cofradía de los que tratan, inventándose una ortografia aberrante, justificar la diferencia entre el valenciano y el catalán. Ortografía sobre la que no acaban de ponerse de acuerdo, como se está viendo estos días, en si ha de ser con acentos o sin acentos. Y ahí los tenemos echándose los trastos a la cabeza por unas tildes de más o de menos. Esfuerzo inútil: nadie medianamente sensato que quiera escribir una obra literaria y que la misma sea tenida en cuenta por lectores y crítica, se va a meter en esos berenjenales ortográficos. Porque, en definitiva, el resultado de todos estos experimentos no conduce sino a convertir el valenciano en una especie de panocho. Y el valenciano es algo más que una parla para andar por casa. El valenciano es otra cosa: una lengua culta y con una brillante historia. El director de esta hoja parroquial sin apenas parroquia, puede seguir cantando sus boleros lingüísticos, más pasados de moda que el corte de pelo a lo garçon, o repicando las campanas convocando a su feligresía. Ya apenas quedan fieles que acudan a esa parroquia a escuchar la palabra del evangelio apócrifo. Incluso su señora esposa ha abandonado la militancia activa. ¡Qué le vamos a hacer!

fburguera@inves.es

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