Columna

Todo el poder para Blasco

La reubicación de Rafael Blasco en el nuevo Gobierno valenciano ha pasado un tanto desapercibida en los medios de comunicación, no obstante su importancia y aún a pesar de que los temas urbanísticos ocupan el centro del debate nacional: la corrupción en la Comunidad de Madrid, en las páginas de política; y el peligro de que un estallido de la burbuja inmobiliaria desencadene una crisis económica de consecuencias incalculables, en las de economía.

Algunos factores podrían explicar el aparente desinterés con que aquí se ha informado y apenas opinado sobre la llegada de un político de tan ...

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La reubicación de Rafael Blasco en el nuevo Gobierno valenciano ha pasado un tanto desapercibida en los medios de comunicación, no obstante su importancia y aún a pesar de que los temas urbanísticos ocupan el centro del debate nacional: la corrupción en la Comunidad de Madrid, en las páginas de política; y el peligro de que un estallido de la burbuja inmobiliaria desencadene una crisis económica de consecuencias incalculables, en las de economía.

Algunos factores podrían explicar el aparente desinterés con que aquí se ha informado y apenas opinado sobre la llegada de un político de tan largo recorrido como Rafael Blasco a una cartera de la relevancia de la Conselleria de Territorio y Vivienda. Sin duda los focos estaban en otra parte. El nombramiento de Esteban González como conseller de Cultura y Educación ha tenido la virtud de acentuar el perfil centrista del primer Gobierno de Francisco Camps como presidente de la Generalitat. Ya desde antes de la campaña electoral, la oposición política y algunos medios de comunicación habían realizado críticas, especulando sobre el grado de autonomía de Camps frente a Eduardo Zaplana. Algo que se suponía tendría su correlato en un Gobierno de Camps a la medida de Zaplana. Sin embargo, la reubicación de los cuatro consellers provinientes del Consell anterior y algunos otros nombramientos como el de Gerardo Camps como titular de Economía y Hacienda, han permitido a Francisco Camps darle una impronta más personal a su gabinete, saliendo airoso ante propios y extraños de ese trance que sin duda es el primer acto de gobierno.

Como los focos estaban en la relación entre Zaplana y Camps, apenas se han percatado del nacimiento de una nueva figura, al modo de un poderoso señor de los ladrillos. Sin embargo, a la hora de comentar el nombramiento de Rafael Blasco como conseller de Territorio y Vivienda se ha destacado una circunstancia del pasado como es que ya tuviera estas mismas competencias a finales de los años ochenta, cuando formaba parte del gobierno del socialista Joan Lerma como titular de la Conselleria de Obras Públicas, Urbanismo y Transporte. Pero, más allá de la paradoja sobre la adscripción partidista de entonces y de ahora, hay un hecho más relevante, como es la absorción por el nuevo titular de la cartera de Territorio y Vivienda de las competencias sobre medio ambiente. De forma que por primera vez en la historia de la Generalitat Valenciana, un sólo hombre, Rafael Blasco, acumula absolutamente todas las competencias en materia urbanística.

Lo cual suscita un problema que va más allá de la crítica planteada por Esquerra Unida a propósito de la desaparición de la Conselleria de Medio Ambiente. Porque el asunto no es que desaparezca como tal dicha conselleria, sino que las competencias en materia medioambiental, en lugar de ser transferidas a otro departamento que pudiera ejercer un cierto contrapeso frente a quien tiene las atribuciones en urbanismo, se adscriban precisamente a dicha área. Hasta ahora, las discrepancias entre Medio Ambiente y Urbanismo podían debatirse en el pleno del Gobierno valenciano. A partir de ahora son materia exclusiva de Rafael Blasco. En un país en el que, por encima de todo, parece imponerse el monocultivo del cemento no es poco poder, con permiso de Zaplana.

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