Crítica:

Cuba a pie de obra

Porque los cuentos no venden -o vete a saber por qué otro peregrino motivo- se nos dice que los cuentos de Carne de perro, la última entrega del Ciclo de Centro Habana, que se inició con la aplaudida Trilogía sucia de La Habana (1998), son una novela, cuando en seguida advertirá el lector que en realidad son relatos, apresurados y desinhibidos relatos sobre la Cuba sórdida y decadente del otoño del castrismo. Quienes disfrutaron con las historias descarnadas de la Trilogía, de El Rey de La Habana, Animal tropical o El insaciable hombre araña, seguirán ...

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Porque los cuentos no venden -o vete a saber por qué otro peregrino motivo- se nos dice que los cuentos de Carne de perro, la última entrega del Ciclo de Centro Habana, que se inició con la aplaudida Trilogía sucia de La Habana (1998), son una novela, cuando en seguida advertirá el lector que en realidad son relatos, apresurados y desinhibidos relatos sobre la Cuba sórdida y decadente del otoño del castrismo. Quienes disfrutaron con las historias descarnadas de la Trilogía, de El Rey de La Habana, Animal tropical o El insaciable hombre araña, seguirán haciéndolo con estas nuevas estampas de una Cuba de fotomatón, pervertida por su Revolución y prostituida por su aislamiento. Gutiérrez apura con esta entrega el filón de una literatura apicarada e inmisericorde, que retrata un pueblo de náufragos navegando a la deriva en su isla caribeña, consolándose con tabaco, sexo y ron de un futuro tan incierto como aciago: "¿Cosas muy bonitas? -dice el narrador en Nada de amor- Coño, menos mal. Yo creía que todo era mierda, líos y jodienda".

CARNE DE PERRO

Pedro Juan Gutiérrez

Anagrama. Barcelona, 2003

148 páginas. 12 euros

Se ha dicho hasta la saciedad que Gutiérrez es un heredero del realismo sucio de Carver o Ford. No parece que haya tal. Es cierto que su prosa es lacónica y breve su fraseo, pero nada más. No hay elipsis ni estrategias textuales con el silencio. Tampoco existe metafísica en Gutiérrez, pues su reino pertenece, al contrario, a lo físico, a lo terrenal llevado hasta la escatología. Algunas de sus páginas, en cambio, parecen fotografías de Sebastião Salgado coloreadas por un estilo descarado y rijoso. Ambos artistas subordinan su obra a la reivindicación y la protesta por la proliferación de la injusticia social, y Gutiérrez recorre Cuba a pie de obra para sumergirnos en la música de su canción desesperada: sexo desaforado con mulatas jineteras, enfermos desahuciados, apagones en La Habana vieja y los baldíos esfuerzos por evadirse y no pensar en la crudeza que, en manifiesta paradoja, alimenta su obra: "Bebí un poco más. Intenté no pensar. Es muy importante. No pensar. Lo intento muchas veces al día". Como dice Ovidio de sí mismo, el narrador cubano es también "un poeta para los pobres. Como no puedo dar regalos, doy palabras".

El propio Pedro Juan Gutiérrez ha confesado haber escrito el ciclo que ahora concluye de un tirón, como un extraño exabrupto que luchaba por salir y estamparse en el papel. Ya salió, y habrá que ver ahora por qué derroteros continuará la literatura del autor, agotadas sus viscerales fuentes habaneras. Y es que los logros que encuentre el lector en Carne de perro estaban ya todos en sus libros anteriores, de los que el título que nos ocupa no parece ser más que una aplicada secuela.

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