Crítica:

Extraña belleza

Las hijas de Sara sorprende desde el inicio, pues el paisaje se lee turbio y emborronado por un viento que trae arena. Así, el lector pasará las páginas del libro escuchando el rechinar de tierra de desierto dentro de la casa solitaria. Partículas que se depositan en el suelo y se adhieren a la piel. Es el aire seco de África. Guardián de polvo que vigila la inquietante relación familiar de Julia y Rose con su padre Henry Drayton, un piloto inglés que adiestró a sus hijas en la disciplina de no temer. Miedo contra el miedo. Y Julia se recuerda atada a la silla, oyendo durante horas pala...

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Las hijas de Sara sorprende desde el inicio, pues el paisaje se lee turbio y emborronado por un viento que trae arena. Así, el lector pasará las páginas del libro escuchando el rechinar de tierra de desierto dentro de la casa solitaria. Partículas que se depositan en el suelo y se adhieren a la piel. Es el aire seco de África. Guardián de polvo que vigila la inquietante relación familiar de Julia y Rose con su padre Henry Drayton, un piloto inglés que adiestró a sus hijas en la disciplina de no temer. Miedo contra el miedo. Y Julia se recuerda atada a la silla, oyendo durante horas palabras odiosas para vencer al pánico del futuro.

Adiestramiento inútil que destruye la infancia y hermana el miedo y el rencor desde los cuatro, los cinco años. Así se crece. Silba el viento mientras Sabina se mece en el porche con la mirada perdida. Sabina es la madre. Eso es lo que sucedió. Ahora las hijas son dos mujeres que habitan con el anciano padre la casa. La misma morada de la niñez y el mismo áspero aire de África.

LAS HIJAS DE SARA

Pilar Adón

Alianza. Madrid, 2003

238 páginas. 12 euros

Pilar Adón (Madrid, 1971) escribe sobre el negro presente y el escaso porvenir de sus personajes, y lo hace con firmeza y una letra lírica que no suaviza sino que acentúa la dureza de lo que se narra. Vuelan dardos de tinieblas directos al blanco de la memoria de la madre, única fuente de esperanza. "Por la mañana podríamos ir a París", dice Julia en un recuerdo de las tres, y el lector percibe el germen de rebelión, el deseo de escupir sobre un odio no nombrado, indefinido, materia sentimental hecha de los despojos de una infancia arrebatada. No titubea Adón cuando señala puertas y ventanas cerradas para el pensamiento de la huida. Describe con solvencia ese territorio de palabras que las mujeres protagonistas tejen y convierten en prisión. Red que las hace incapaces de emprender el viaje. Tampoco duda la autora cuando lleva al lector a callejear por esa ciudad, tan próxima a la casa, que no es sino otra muralla sin puente levadizo.

Hay mucho pesimismo

en Las hijas de Sara, pues la memoria atemorizada que reverdece se convierte en una carga pesada, y la especial y ambiciosa prosa de Adón no se acobarda al mostrar la herida abierta de una humillante educación sentimental que trueca el escarnio por el abrazo fraterno. También está el rencor vano y perverso que ahoga la voluntad de deshacer ataduras. Presten atención a esta autora, a quien se debe Todavía la luz, El hombre de espaldas y el libro infantil, Objetivo: el flautista de Estambul. Una cosa más, Las hijas de Sara posee una extraña y nada efímera belleza.

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