Columna

Los Borsani

Puedo escribir los versos más tristes esta noche..., comenzaría ahora, como una poeta vieja y sin consuelo. Pero acabo de oír tu joven carcajada, Joe, de ver tu dedo alzado con sarcasmo, tu tierna negativa. Todo menos cursi, me entonarías en porteño con esa gran razón que tenías siempre. ¿Y...?, qué querés, pibe, es que hoy podría escribir las palabras más tristes... Cómo decir, si no, lo que ha supuesto tu existencia para la historia musical y cultural española, cómo trasladar lo que ha sido tu ejemplo vital para los amigos y, al tiempo, cómo decir, Joe, lo que llora mi corazón. Qué sinsentid...

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Puedo escribir los versos más tristes esta noche..., comenzaría ahora, como una poeta vieja y sin consuelo. Pero acabo de oír tu joven carcajada, Joe, de ver tu dedo alzado con sarcasmo, tu tierna negativa. Todo menos cursi, me entonarías en porteño con esa gran razón que tenías siempre. ¿Y...?, qué querés, pibe, es que hoy podría escribir las palabras más tristes... Cómo decir, si no, lo que ha supuesto tu existencia para la historia musical y cultural española, cómo trasladar lo que ha sido tu ejemplo vital para los amigos y, al tiempo, cómo decir, Joe, lo que llora mi corazón. Qué sinsentido contar del horror y del mal a través de un hombre tan bello y bondadoso.

El pasado sábado Joe Borsani murió asesinado en su casa de la calle de la Cebada. Amaba su barrio, La Latina, porque a Joe le sobraba amor (necesitaba tanto amor...), pero él mismo, que conocía muy bien la ciudad porque la vida está ahí afuera y le fascinaba y la respetaba, comentaba que las calles de Madrid se están volviendo peligrosas. Nada más lejos de él que un juicio acusatorio que no señalara con precisión (con la coherente precisión de su dedo adornado de preciosas sortijas) al auténtico culpable: la injusticia social. Ni siquiera de su propio crimen hubiera tolerado Joe Borsani (que subía a su casa mendigos a comer y a ducharse: ¿quién conoce a alguien que haga eso?) que hiciéramos una lectura tendenciosa: tal era su absoluta generosidad. Por paradójico que resulte, no me cuesta imaginarle trascendiendo el odio por su asesino (esa alimaña indeseable) con una bondad ideológica cuya altura moral es difícilmente alcanzable. El sentido de esa trascendencia, casi intolerable hoy a nuestra razón, es de índole política, es decir, moral, es decir, del corazón. Y no me cuesta imaginarlo porque, como si continuara hablando, como tantas veces, por boca de su hermano (y viceversa), en ese aciago descansillo de la casa de Joe donde esperábamos a que levantaran su cadáver, Carlos Borsani, desde un dolor, ese sí, para el que no se puede encontrar palabras, fue capaz de pronunciar: "Los tratan como a bestias y los convierten en bestias".

Joe Borsani, por supuesto. Y Carlos Borsani, claro. Singulares e indistintos como sólo pueden serlo dos buenos hermanos, los Borsani llegaron a España a mediados de los setenta huyendo del terror del general Videla. No sospechaba este país, aturdido también por la oscuridad de su propia ignominia política, el regalo que le proporcionaba el drama de su hermana Argentina. Porque con ellos (y con tantos otros a los que tanto debemos también) llegaba una suerte de inédita luz, culta y moderna, cosmopolita y pop, que iluminó Madrid. Joe era una estrella de la música en América Latina. La había recorrido de gira con su grupo Los Tíos Queridos, en el que cantaba Rubi, que después fue su mujer, madre de su hija Juana e intérprete, con Los Casinos, de uno de sus temas más conocidos, Yo tenía un novio que cantaba en un conjunto beat. Era compositor, productor, actor, dramaturgo. Fue director artístico del Rockola, donde aupó, entre muchos otros, a Alaska y a Carlos Berlanga y a Nacho Canut y al Zurdo y hasta a Divine. Pero, sobre todo, Joe Borsani era cantante: su orgullo y su pasión. Hace apenas un año, ya abuelo del pequeño Nicolás de su felicidad y tras haber burlado con sabia elegancia los retos de la enfermedad, Joe ofreció en la sala El Sol un concierto con su banda Sissi que nos inundó para siempre de ganas de vivir y de alegría. No quiero flores se titula, irreductible, humilde, casi irónico el CD que deja inédito y que publicará próximamente el sello Subterfuge, con cubierta de Fabio McNamara. También puso nombre al grupo de teatro de su hermano: Carlos y el GAD (que no quiere decir Gracias A Dios, se reía Joe sin desvelar el verdadero significado de esas siglas). Con él y con los actores Tizi Cifredo y Ramón Sanz (¡qué amigos, Joe!) quiso poner en práctica "lo que nos enseñó Warhol": teniendo en cuenta el deplorable escenario del teatro en España, no es difícil imaginar qué clase de entusiasmo anima a los artistas Borsani.

Pero lo más importante de Joe Borsani es que era un hombre lleno de humor, lleno de amor, un hombre revolucionario, para el que la libertad, igualdad y fraternidad eran la definición de la verdad de su vida. Y yo (como en tu canción) quiero pintar las paredes con tu nombre, Joe.

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