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Si hoy es martes, toca premio

Hace un par de noches se ha vuelto a premiar Los lunes al sol como mejor película española del pasado año. Organizaba el sarao el excelente programa televisivo Versión española, que para elegir al ganador asegura basarse en la votación de sus espectadores como tantos otros premios de este tipo. Cómo no, el acto discurrió en una bullanguera discoteca que al calor de la alegría reinante hizo su agosto vendiendo copas mientras descomponía los tímpanos de los sufridos invitados. Como siempre ocurre, allí no había quien se enterara de lo que se decía. Cayetana Guillén Cuervo, c...

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Hace un par de noches se ha vuelto a premiar Los lunes al sol como mejor película española del pasado año. Organizaba el sarao el excelente programa televisivo Versión española, que para elegir al ganador asegura basarse en la votación de sus espectadores como tantos otros premios de este tipo. Cómo no, el acto discurrió en una bullanguera discoteca que al calor de la alegría reinante hizo su agosto vendiendo copas mientras descomponía los tímpanos de los sufridos invitados. Como siempre ocurre, allí no había quien se enterara de lo que se decía. Cayetana Guillén Cuervo, como anfitriona, daba explicaciones y citaba los patrocinios (que en la prensa se definen siempre como "una conocida marca", aquí la cerveza Mahou), Julio Medem comentaba los méritos del ganador y éste, finalmente, murmuraba agradecimientos. Al final, la foto de familia, con premiados, ejecutivos y estrellas, ante el logo de quien había convocado lo que ahora se llama un evento.

Los lunes al sol ha recibido ya tantos premios desde que comenzara su triunfal andadura hace nueve meses en el Festival de San Sebastián (Concha de Oro del Jurado presidido por Wim Wenders), que hemos perdido la cuenta. Hasta Fernando León de Aranoa y Javier Bardem, a quienes pregunté en el fiestongo de la tele, estaban desbordados: "Ni idea, chico. Todos, supongo". Todos los premios. Y puede que aún les queden los de algunas revistas del corazón o similares, asociaciones médicas o veterinarias, otros programas de radio y televisión, discotecas de moda y parques de atracciones, que tengan previsto dar sus propios premios a la mejor película española o extranjera, o a cualquier aspecto del cine que consideren llamativo. Desde que alguien descubrió que dar premios es una forma de hacerse publicidad, hemos llegado al punto de saturación, y las convocatorias nos salen por las orejas. No digamos ya a Fernando León de Aranoa, cineasta combativo, que al agradecer los premios se suele comprometer con las reivindicaciones más urgentes. El chapapote, la guerra, el desalojo de los okupas de un madrileño teatro popular...

Que no se entienda este comentario como crítica a Versión española, aquí más comodín que encausado (sus responsables suelen ser tan susceptibles en esto como admirados son en su buen trabajo en antena), pero ya lo dijo Fernando Fernán-Gómez cuando hace unos pocos años le tocó a él ser el hombre de moda: "Creo que todos esos honores, todos esos premios, aunque recaigan en la misma persona, por ser tantos, se desvalorizan ellos mismos".

Hay premios honoríficos y otros de mayor enjundia. El director Gonzalo Suárez, con su humor siempre inesperado, agradeció una Concha del Festival de San Sebastián porque por fin le habían dado un premio que le sería de utilidad: le venía bien como cenicero. Dicen que, por su parte, Francis Ford Coppola vendió su Concha porque en aquellos tiempos era realmente de oro macizo. A fin de cuentas, los premios que tienen más sentido son los que, como el de EGEDA, también entregado hace unos días, incluyen una aportación en metálico. Los de festivales pueden ayudar a la promoción de las películas premiadas, aunque ni mucho menos son una carta marcada. Con motivo del último Cannes, la revista Fotogramas ha publicado el resultado en taquilla de sus Palmas de Oro, que no es para tirar cohetes. Los premios honoríficos a toda una carrera se suceden también con tanta celeridad, que ni los homenajeados saben a veces de qué se trata. Al menos, así le ocurrió a Anthony Hopkins en San Sebastián, contento porque se lo entregara su amigo Antonio Banderas (que ¡ay! no ha obtenido el Tony para el que era finalista por su actual trabajo en Broadway), pero inocente del significado que el premio tenía para los organizadores.

A veces, como también cuenta Fernán-Gómez en sus memorias, esos premios pueden repartirse sin demasiado fundamento. A él mismo le dieron en una ocasión un homenaje en el Festival de Huelva, y cuando al regreso leyó el libro que sobre sus méritos habían escrito, vio que le reprochaban tal cantidad de desaciertos que llegó a pensar: "Estoy de acuerdo con casi todas esas censuras, pero lo que no comprendo es cómo no encontraron otro profesional más merecedor del homenaje".

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