Tribuna:OPINIÓN | Apuntes

El necesario cambio en el modelo universitario

Algunos afirman que el problema más grave de la universidad española es su pobre financiación. No hay duda que la escasez de recursos es un mal endémico de nuestras universidades. Sin embargo, el problema más profundo que tiene la universidad española es la ineficacia de su modelo educativo. Es un modelo profundamente obsoleto. La educación que se proporciona en las universidades responde en buena medida a un modelo de sociedad y a una organización del trabajo más cercanas al siglo XIX que a nuestra época.

Esta situación tiene su explicación. Cuando se crea la universidad moderna a prin...

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Algunos afirman que el problema más grave de la universidad española es su pobre financiación. No hay duda que la escasez de recursos es un mal endémico de nuestras universidades. Sin embargo, el problema más profundo que tiene la universidad española es la ineficacia de su modelo educativo. Es un modelo profundamente obsoleto. La educación que se proporciona en las universidades responde en buena medida a un modelo de sociedad y a una organización del trabajo más cercanas al siglo XIX que a nuestra época.

Esta situación tiene su explicación. Cuando se crea la universidad moderna a principios del XIX, su objetivo era formar los cuadros del nuevo estado liberal con profesiones muy bien definidas, escasamente intercomunicadas y sin previsibles cambios en los conocimientos a lo largo de la vida profesional. El sistema universitario que se creó daba respuesta a esas necesidades: las carreras tenían una clara orientación profesional (se estudiaba para ser "ingeniero de tal" o "historiador"). El profesor, actor principal del proceso educativo, trataba de transmitir a los estudiantes "el estado del arte" de la correspondiente disciplina. Era necesario que el alumno acumulase todo el conocimiento que va a necesitar a lo largo de su vida profesional. Una vez acabados sus estudios, obtenido el título profesional, el graduado encontrará un trabajo estable en el que apenas tenía que abordar nuevos problemas.

Ese contexto hace bastante tiempo que dejó de existir, pero el sistema universitario español parece que no es plenamente consciente del cambio. Sigue pensando en profesiones "bien definidas" (algunas ciertamente todavía existen: un médico, por ejemplo) cuando la mayoría de los graduados actuales se emplean en puestos de trabajo poco específicos, en donde la adaptabilidad y la flexibilidad son las características más necesarias. Se sigue pensando que los estudiantes deben acumular muchos conocimientos, aunque lo más probable es que no los necesiten nunca porque ya habrán caducado en el momento de utilizarlos. No se presta ninguna atención a la formación en competencias metodológicas o sociales, justo aquellas que le permitirán adaptarse a nuevas situaciones profesionales en entornos cambiantes. La capacidad para seguir aprendiendo autónomamente a lo largo de toda la vida es una necesidad del nuevo mercado laboral, pero es anulada por profesores que repiten lecciones aburridas, que en muchos casos son la única fuente de información para los estudiantes. Algo tan esencial como la capacidad analítica o las habilidades comunicativas apenas se promueven en un sistema en el que un "profesor parlante" repite a sus alumnos teorías y más teorías sin dejar lugar a la discusión. Las competencias que realmente son necesarias no importan para muchos profesores. Lo importante es que los alumnos sepan mucho, cuantas más teorías, teoremas o modelos, tanto mejor. No se sabe bien para qué, pero eso es lo que ellos aprendieron, y eso es los que tienen que aprender sus alumnos.

Estos problemas no son específicos de España. La mayoría de los sistemas universitarios europeos adolecen de estos defectos. La necesidad de cambiar esta situación estaba detrás de la declaración de Bolonia de 1999 en la que los ministros de educación europeos señalaban la necesidad de mejorar la empleabilidad de los graduados. España se ha incorporado con retraso al proceso de profundas reformas que recorre los países europeos, en parte debido al inoportuno ruido generado por la LOU. No es tan grave el retraso como el qué los cambios se hagan finalmente bien. La transformación no puede ser un simple cambio de planes de estudio o un cambio del sistema de contabilizar los deberes de alumnos o profesores. Hay que cambiar profundamente el modelo educativo: hay que olvidar un sistema de enseñanza basado exclusivamente en los conocimientos que transmiten los profesores para crear un entorno de aprendizaje en el que los estudiantes aprendan a aprender, a conocer las técnicas para poder seguir aprendiendo el resto de su vida, a adquirir competencias profesionales amplias que les permitan adaptarse a trabajos diferentes en situaciones diversas. La universidad debe ser un centro de formación en competencias (y no en profesiones) adaptadas con flexibilidad a las demandas y necesidades reales de la sociedad.

¿Es este cambio posible? Lo es, pero es difícil que tenga éxito. Fundamentalmente, porque la actitud conservadora del profesorado no es, en general, propicia. Hay otras razones, como una cierta y justificada desconfianza en el apoyo que se puede esperar de las autoridades públicas a estas reformas (¿dónde están los recursos para emprenderlas?). El peligro de inmovilidad por parte de unos y otros es grave. Como alguien dijo, "en las universidades, en los ministerios y en los cementerios es difícil hacer reformas,... en parte por la misma razón". La única posibilidad de éxito sería una decidida operación de sensibilización de los agentes que han de llevar adelante el cambio (fundamentalmente los profesores) y un fuerte apoyo de las autoridades educativas (los gobiernos regionales). Esperemos que esto suceda. Lo que está en juego es importante: incorporarnos a la llamada sociedad del conocimiento o quedarnos en meros comparsas de las sociedades avanzadas.

José-Ginés Mora es profesor en la Universidad Politécnica y miembro del Comité Directivo de la Red Europea para la Garantía de la Calidad Universitaria de la UE

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