Análisis:

Visiones de Europa

"¿Existe una ficción europea?", se preguntaba hace unos años el gran escritor holandés Cees Nooteboom. Viendo el festival, uno intuye que la ficción europea debe de ser eso: estilismo engominado, androginia psicodélica, cirugía estética, dinamismo discotequero para todos los públicos, toques étnicos, mestizaje hortera y una adicción a esa demoscopia telefónica que tanto permite votar la canción más pegadiza del festival como para echar a un vividor de un reality show. En lo idiomático, el continente parece haber renunciado a su variedad y apuesta por una anglofonía de listón bajo. Se pe...

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"¿Existe una ficción europea?", se preguntaba hace unos años el gran escritor holandés Cees Nooteboom. Viendo el festival, uno intuye que la ficción europea debe de ser eso: estilismo engominado, androginia psicodélica, cirugía estética, dinamismo discotequero para todos los públicos, toques étnicos, mestizaje hortera y una adicción a esa demoscopia telefónica que tanto permite votar la canción más pegadiza del festival como para echar a un vividor de un reality show. En lo idiomático, el continente parece haber renunciado a su variedad y apuesta por una anglofonía de listón bajo. Se permiten, eso sí, ciertas extravagancias: ese Alf Poier, que aportó su relectura neo-punk del himno cervecero. O el polémico dúo ruso, que se mantuvo hasta el final en el pelotón de cabeza con una estridente propuesta. Del aspecto musical, me pareció que Holanda, Suecia y Croacia presentaron una fórmula más festivalera que la ganadora, tan solvente como la melancólica simplicidad de la canción noruega, digna heredera de Paul McCartney o del gran Gilbert O'Sullivan. Al igual que Beth, tendrán que esperar a una próxima ocasión para ganar. La vitalidad turca, quien sabe si apoyada por su exilio telefónico, pudo con todos.

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