Editorial:

Irak, en el caos

Irak sigue sumido en el caos seis semanas después de que las tropas estadounidenses entraran en Bagdad. Los servicios básicos no han sido enteramente restablecidos en los núcleos urbanos y la seguridad se ha degradado hasta el extremo de que la capital iraquí es una ciudad sin ley en la que se repiten enfrentamientos entre bandas de saqueadores y ciudadanos obligados a adoptar sistemas de autoprotección. Esta falta de seguridad hipoteca todos los aspectos básicos de la reconstrucción del país árabe. La destitución de Jay Garner demuestra que Washington reconoce el fracaso del ex general a la h...

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Irak sigue sumido en el caos seis semanas después de que las tropas estadounidenses entraran en Bagdad. Los servicios básicos no han sido enteramente restablecidos en los núcleos urbanos y la seguridad se ha degradado hasta el extremo de que la capital iraquí es una ciudad sin ley en la que se repiten enfrentamientos entre bandas de saqueadores y ciudadanos obligados a adoptar sistemas de autoprotección. Esta falta de seguridad hipoteca todos los aspectos básicos de la reconstrucción del país árabe. La destitución de Jay Garner demuestra que Washington reconoce el fracaso del ex general a la hora de cumplimentar las obligaciones de EE UU como potencia ocupante.

Paul Bremer, el nuevo virrey, ha llegado a Irak con poderes más amplios que su antecesor para adoptar decisiones sin consulta previa, incluida la orden dada a las tropas de disparar contra los saqueadores. Uno de sus primeros retos será, sin embargo, conseguir del Pentágono más soldados para garantizar el orden en las ciudades. La revisión de las atribuciones que acarrea este atípico cargo es prueba de que no existían planes suficientemente concretos para conducir la situación política tras el derrocamiento de Sadam Husein. Bush ordenó marchar sobre Irak convencido de que la población recibiría a sus soldados como libertadores, de manera que los problemas derivados del hundimiento del Estado se abordarían en un clima de cooperación. No ha sido así.

La misión de Bremer podría prolongarse un año, un plazo más realista que las especulaciones iniciales. Pero el nuevo hombre fuerte se enfrenta a la paradoja de que Washington ha asumido la necesidad de una estancia más larga cuando el tiempo ha dejado de jugar a su favor. La pasividad de las tropas ocupantes ante una situación que ellas mismas han creado ha avivado el recelo de los iraquíes, abriendo un abismo de desconfianza que afecta sobre todo a la capacidad de imponer un Gobierno interino.

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Junto con Bremer, se han incorporado a sus puestos los primeros funcionarios enviados por el Gobierno español para participar en la administración de Irak. España asume así la grave responsabilidad de involucrarse en una aventura desarrollada al margen de la legalidad internacional y ejecutada desde una arriesgada improvisación.

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