Tribuna:

La democracia del miedo

Un jinete cabalga de nuevo. Ha renovado fuerzas entre las tinieblas de la guerra. Se trata del miedo y su utilización perversa como instrumento de dominio. La amenaza a la represalia se ha enseñoreado del poder y ejerce con desvergüenza para amordazar cualquier crítica. Es el estilo Bush, que tan embelesado tiene a nuestro presidente Aznar, de extender la influencia del poder americano. Así, Francia expresó su punto de vista en el Consejo de Seguridad de la ONU con especial vehemencia, contrario al suyo, y merece un castigo que pronto podría traducirse en algún tipo de penalización económica. ...

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Un jinete cabalga de nuevo. Ha renovado fuerzas entre las tinieblas de la guerra. Se trata del miedo y su utilización perversa como instrumento de dominio. La amenaza a la represalia se ha enseñoreado del poder y ejerce con desvergüenza para amordazar cualquier crítica. Es el estilo Bush, que tan embelesado tiene a nuestro presidente Aznar, de extender la influencia del poder americano. Así, Francia expresó su punto de vista en el Consejo de Seguridad de la ONU con especial vehemencia, contrario al suyo, y merece un castigo que pronto podría traducirse en algún tipo de penalización económica. Ya lo han anunciado. De esta forma, la próxima vez se lo pensará dos veces. Poco importa si con ello se daña el espíritu de libertad, en el más amplio sentido de la palabra, que debe prevalecer en los foros internacionales democráticos. Bush persigue el asentimiento ciego a sus propuestas de guerras preventivas, el aplauso unánime a sus desvaríos de grandeza, además de desviar la atención respecto a los problemas internos. Que el mundo sepa que es el único que manda.

Pero no hace falta marcharse tan lejos para notar esta tendencia a silenciar la discrepancia. Si alguien no hubiera filtrado a este periódico el proyecto de ley que venía preparando a hurtadillas el Ministerio de Defensa sobre la justicia militar, el 91 % de los españoles podríamos haber sido declarados delincuentes. El hecho ha revelado que en el mencionado ministerio mentes nada democráticas ocupan puestos del máximo nivel y trabajan en proyectos esenciales, al margen de la Constitución, sin ninguna impunidad. Unas circunstancias preocupantes.

El expediente disciplinario abierto al juez Baltasar Garzón -un hombre que ha arriesgado su vida en su lucha contra la corrupción, el narcotráfico y la defensa de los derechos humanos- por haber expresado públicamente su opinión fundamentada en contra de la posición del gobierno español en la guerra de Irak, es otro ejemplo. Como si él, además de juez, no fuera un ciudadano libre, expuesto como el resto de los españoles a los riesgos derivados de una política exterior cuestionable. Para un funcionario, una medida de este tipo supone, como mínimo, un aviso de que desde las altas instancias pueden modificar su puesto de trabajo y, con ello, su sueldo, su categoría profesional, y hasta su lugar de residencia. En fin, un recordatorio de la batería de elementos de los que disponen para amargarle la vida a discreción.

Pero tal vez, el suceso más llamativo haya sido el ataque furibundo del ministro de Justicia, un hasta entonces discreto José María Michavila, al fiscal jefe de Madrid, Mariano Fernández Bermejo, con ocasión de la puesta en marcha de los juicios rápidos, el proyecto estrella -a pesar del apresuramiento y la escasez de medios que lo acompañan- del que sólo permite que se hable si es para recibir elogios. Fernández Bermejo pensó por sí mismo -y con ello empezó a arriesgar- que la Ley de Juicios Rápidos, un asunto que le atañe profesionalmente, es inconstitucional en algunos aspectos. Luego expuso su pensamiento en público, convencido de que España es un país libre. Y ahí se perdió. La respuesta del ministro desmintió su aparente afabilidad y evidenció que no está dispuesto a encajar crítica alguna. Sorprendió con su desproporcionada aspereza. Hasta le responsabilizó de los fallos técnicos de carácter informático que impidieron que el nuevo sistema fuera efectivo el día previsto en diversos puntos de España, entre ellos la capital. Dijo: "El fiscal jefe de Madrid se ha manifestado en rebeldía y hará todo lo posible para que falle todo. Los demás harán lo posible para ganarse el sueldo aplicando la ley". Toda una amenaza, con lenguaje barriobajero, de expediente disciplinario, o de cese, y advertencia para navegantes precavidos.

La libertad de pensamiento y, sobre todo, la lógica libertad de expresión del mismo, está en la esencia de un sistema participativo. La crítica honesta siempre es constructiva. Favorece el progreso. Poder decir lo que uno piensa, incluso poder escribirlo sin temor a una represalia más o menos sutil, es saludable, fortalece al sistema, fomenta el debate y anima la creatividad intelectual. Lo otro, la democracia del miedo, la de la palabra amordazada, constituye un fraude y un camino hacia el fracaso. Y, en el peor de los casos, hacia el fascismo.

El ambiente está enrarecido. Se percibe demasiado autoritarismo, o una cierta nostalgia, por parte de algunos, del pensamiento único y la obediencia servil. Por fortuna, todavía quedan espacios de absoluta libertad. Uno es la urna. Confiemos en que no se convierta en un reducto. Nuestro voto es secreto, libre, personal, intransferible. Es bueno recordarlo y hacer uso de él. Para defender, precisamente, otros espacios de mayor libertad.

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María García Lliberós es escritora

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