Crítica:CRÍTICAS

Dientes de leche

Tiene un sólido punto de arranque esta modesta producción terrorífica estadounidense: el sanguinario fantasma de una mujer injustamente linchada hace más de un siglo regresa para robar el último diente de leche de cada niño de un remoto pueblo a orillas del mar.

El regreso tiene una curiosidad: sólo desencadena la muerte si el niño en cuestión ve la máscara que tapa el destrozado rostro del fantasma...; un curioso ritual de paso: el niño podrá acceder a la adolescencia sólo si es capaz de sofocar su curiosidad.

Este arranque se malogra, no obstante, muy pronto a causa de:

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Tiene un sólido punto de arranque esta modesta producción terrorífica estadounidense: el sanguinario fantasma de una mujer injustamente linchada hace más de un siglo regresa para robar el último diente de leche de cada niño de un remoto pueblo a orillas del mar.

El regreso tiene una curiosidad: sólo desencadena la muerte si el niño en cuestión ve la máscara que tapa el destrozado rostro del fantasma...; un curioso ritual de paso: el niño podrá acceder a la adolescencia sólo si es capaz de sofocar su curiosidad.

Este arranque se malogra, no obstante, muy pronto a causa de:

a) Un guión incapaz de sacar jugo a una situación tan curiosa: para ser clementes, hay que decir de él que es uno de los más malos -y no el más malo- que este curtido cronista ha visto en el cine de terror en muchos años.

EN LA OSCURIDAD

Director: Jonathan Liebesman. Intérpretes: Chaney Kley, Emma Caufield, Lee Cormie, Grant Piro, Sullivan Stapleton. Género: terror. EE UU, 2003. Duración: 80 minutos.

b) Por la inhábil dirección de Mr. Liebesman, más aplicado en acabar cuanto antes su faena que en dejar algún rastro de originalidad, alguna leve huella de su trabajo en la pantalla -aunque hay que convenir que la primera aparición del espectro no hubiese estado del todo mal de haber contado con un actor solvente-.

c) Por un elenco de intérpretes de desusada impericia y sorprendente inanidad.

El resultado de En la oscuridad, de Jonathan Liebesman -lo habrá adivinado el lector-, es un producto que bordea la insignificancia, más apto para el vídeo doméstico que para una sala de cine; sólo consumible, en fin, por espectadores sin memoria del maltratado género fantástico.

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