FÁBULA Y POLÍTICA

Un mural hecho de tiempo

Hace ya casi un cuarto de siglo -desde 1981, según confesión propia- Carlos Fuentes se propuso poner un orden en el magma creciente de su obra, que se -le- iba desbordando al parecer por los cuatro costados. Hasta le puso un título global, El mal del tiempo, a la vez la descripción y lema de una batalla, de un combate más o menos permanente. ¿Por qué el "tiempo", es que el mal reside sólo en el tiempo, esa coordenada que enmarca las acciones humanas, inventada quizá para justificarlas, o quizá para entenderlas tan sólo, lo que ya sería algo concreto para empezar a andar? Y aún hay más: ...

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Hace ya casi un cuarto de siglo -desde 1981, según confesión propia- Carlos Fuentes se propuso poner un orden en el magma creciente de su obra, que se -le- iba desbordando al parecer por los cuatro costados. Hasta le puso un título global, El mal del tiempo, a la vez la descripción y lema de una batalla, de un combate más o menos permanente. ¿Por qué el "tiempo", es que el mal reside sólo en el tiempo, esa coordenada que enmarca las acciones humanas, inventada quizá para justificarlas, o quizá para entenderlas tan sólo, lo que ya sería algo concreto para empezar a andar? Y aún hay más: ¿por qué enfrentarse con el "tiempo" en primer lugar, siendo así que su tema principal es sobre todo el "espacio" (nuestra segunda coordenada), su espacio personal y el de su propio país, México, en el que hunde sus raíces y cuya identidad persigue sin cesar desde el principio hasta hoy, hurgando en su interior en todas sus direcciones? Frente a la célebre frase del canciller Bismarck -"la geografía es lo único permanente de la historia"-, hoy el combate es el mismo contra los dos, el espacio y el tiempo, pues una vez descubierta la era nuclear (que añadió con la relatividad de Einstein su nueva dimensión a las anteriores), el espacio y el tiempo son modificables a voluntad y se unen al final en todas nuestras catástrofes; la búsqueda de las raíces mexicanas y de su propia identidad nos la va contando la obra de Carlos Fuentes a través de las suyas, de sus propias catástrofes, mitologías, historias, anécdotas colectivas o individuales, yendo de atrás adelante y al revés, a través de toda suerte de laberintos y soledades, simultaneidades y paralelismos desde el mundo indígena y sus dioses a las raíces hispánicas o hasta esos futuros inmediatos donde al final le gusta colocarse para hablar de las miserias de nuestro presente.

En el imaginario 2020 de La Silla del Águila,Castro sigue en el poder, Condolezza Rice manda en Estados Unidos y César Aira ha conseguido el Nobel
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Carlos Fuentes (México, 1928) fue uno de los fundadores -La región más transparente (1958)- del boom narrativo latinoamericano de la segunda mitad del siglo pasado, y es ya su gran superviviente y una de las cumbres de las letras universales de hoy. Cargado de libros (más de medio centenar), honores y premios por todas partes, doctor honoris causa de Harvard y Cambridge, premios Cervantes, Príncipe de Asturias y Menéndez Pelayo y aspirando a un Nobel del que le separa la cercanía del concedido a su compatriota Octavio Paz o la dura competencia que al final le opone Vargas Llosa, Fuentes parece haber descansado en su última novela de la gran densidad de Los años con Laura Díaz (1999) y mientras medita dónde situar la misteriosa Instinto de Inez (2000) dentro de su gran saga (quizá al lado de la magnífica Aura, de 1962) ha cogido el toro por los cuernos y se ha propuesto hablar de la política mexicana más actual, en la sección décima, El tiempo político, de su saga entera, detrás de su capítulo anterior, La cabeza de la hidra (1978), que fue la novela de las aventuras de México con su petróleo desde las nacionalizaciones del presidente Cárdenas. Para empezar, le ha cambiado levemente el título, pues ha pasado de llamarse El sillón del águila a ser simplemente La Silla del Águila, sin más y sin menos -pues acuña las mayúsculas-, ya que así es como en su país se denomina nada menos que a su trono presidencial.

Se trata de una gran novela

epistolar, técnica ya clásica que nos separa de toda veleidad vanguardista, de esas que tanto han tentado -y tientan- al escritor en otras ocasiones. Aunque no del todo, porque, aunque estas 70 cartas nos sitúan en México, lo hacen en el año 2020, según esa bien rodada técnica del autor de hablar del presente desde el futuro. Un futuro en el que la eterna coartada de Castro sigue a sus 93 años en el poder en Cuba, Condoleezza Rice manda en Estados Unidos, Juan Goytisolo se ha perdido en los desiertos marroquíes y César Aira ha conseguido el primer Nobel de Literatura para Argentina, hasta los guiños tienen aquí siempre su sentido.

No todo es perfecto en esta trepidante novela última, pero el esperpento que es en ella de una contundencia espectacular, por su gran cultura universal, la maestría de su prosa, de su ritmo, la sucesión de los personajes y episodios, donde textos y cintas sonoras nos cuentan una epopeya irónica y feroz de la tragedia mexicana de siempre, lo que mientras parece una comedia más o menos ligera e irónica al principio termina en una especie de sangrienta orgía infernal. Total, que el esperpento gana al folletín por goleada. ¿Y dónde estamos dentro de la serie general, ese combate mexicano, personal y colectivo, político y artístico contra El mal del tiempo? Todavía le quedan seis novelas por publicar después de las 23 que hasta hoy tenemos ya en nuestro poder. Pues a pesar de tanto salto, tanta analepsis y prolepsis, laberintos temporales y espaciales y fragmentos de la historia universal del mundo y la humanidad, México y Carlos Fuentes siguen, gracias al cielo, cabalgando todavía hacia delante, a lomos uno del otro, aunque no sepamos todavía quién va encima y quién debajo. ¿O sí?

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