Reportaje:REPORTAJE

El incierto futuro del joven Asad

Siria corre el peligro de convertirse en la primera víctima colateral de la guerra en Irak. La actitud desafiante de su presidente, Bachar al Asad, liderando el nacionalismo árabe y criticando la invasión capitaneada por EE UU, ha provocado la ira de la Casa Blanca, y especialmente del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que acusa al Gobierno de Damasco de dar apoyo al terrorismo internacional, cobijar a dirigentes del desaparecido régimen de Sadam y esconder un supuesto arsenal de armas de destrucción masiva.

Las paradojas de la historia están jugando una mala pasada a la Republica...

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Siria corre el peligro de convertirse en la primera víctima colateral de la guerra en Irak. La actitud desafiante de su presidente, Bachar al Asad, liderando el nacionalismo árabe y criticando la invasión capitaneada por EE UU, ha provocado la ira de la Casa Blanca, y especialmente del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que acusa al Gobierno de Damasco de dar apoyo al terrorismo internacional, cobijar a dirigentes del desaparecido régimen de Sadam y esconder un supuesto arsenal de armas de destrucción masiva.

Las paradojas de la historia están jugando una mala pasada a la Republica Popular Siria. Mientras que en 1991 su modesta cooperación a la alianza occidental que liberó Kuwait la convirtió en un país ganador, recibiendo como premio el derecho a ser borrado de la lista de los "países que apoyan el terrorismo internacional", ahora, 12 años después, su actitud crítica ante las fuerzas aliadas le han situado de nuevo en la lista negra, o el llamado eje del mal.

Los desmentidos del régimen de Damasco a las acusaciones de EE UU y el apoyo de Francia, el Reino Unido y otros países árabes a la posición de Siria no han logrado mitigar la tensión
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"Hemos optado por estar al lado de la legitimidad representada por la ONU. Formamos parte del consenso internacional que ha dicho no a la agresión contra Irak, no al bombardeo de las ciudades, a la matanza de civiles inocentes, a la destrucción de las casas, de las centrales eléctricas o de las estaciones de agua", había repetido desde los primeros días de la guerra la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Siria, Bouzeina Schaban, una de las estrellas fulgurantes del régimen de Damasco, traductora al inglés de la obra del fallecido presidente Hafez al Asad, con el que colaboró estrechamente en los últimos años, y que se rumorea como la nueva jefa de la diplomacia siria.

Discursos desafiantes

El discurso de Schaban ante la prensa internacional reflejaba fielmente el sentimiento del joven presidente Bachar el Asad, quien días antes, en unas desafiantes declaraciones al diario libanés Al Safir, había anunciado la "resistencia popular árabe", que, en su opinión, iba hacer fracasar la ofensiva de EE UU y el Reino Unido e impedir que controlaran Irak. El discurso de Schaban recogía también la opinión de la calle siria y del pueblo árabe en general, que había convertido la "lucha del pueblo iraquí, en nuestra propia lucha; su dolor, nuestro dolor, y sus muertos, nuestros muertos".

Siria se vanagloriaba públicamente de haber adoptado una posición clara, sin las ambigüedades de otros países árabes, como Jordania, Egipto o Arabia Saudí, donde la posición de los respectivos Gobiernos, apoyando más o menos indirectamente a Estados Unidos, había diferido del sentimiento generalizado de una población que permanecía imantada a la pantalla de la televisión Al Jazira, siguiendo entre lágrimas, minuto a minuto, como si fuera un serial, las vicisitudes de la primera retransmisión en la historia y en directo de una guerra.

El castigo no ha tardado en llegar. Damasco (cuatro millones de habitantes), hasta hace poco una ciudad tranquila, se estremece ahora ante el temor de las represalias de Estados Unidos, que ha venido lanzando sobre este país no menos de ocho acusaciones graves: haber armado militarmente al régimen de Sadam, permitir el paso de combatientes árabes a favor de Irak, almacenar armas de destrucción masiva procedente de arsenales iraquíes, dar refugio a los responsables políticos de Irak, asilar a los científicos responsables de las armas químicas iraquíes, desarrollar armas químicas en territorio sirio, proteger a 10 movimientos radicales palestinos y dirigir la guerrilla islamista libanesa de Hezbolá.

Los desmentidos oficiales del régimen de Damasco a las acusaciones de EE UU, y el apoyo de Francia, Reino Unido y otros países árabes a la posición de Siria, no han logrado mitigar la tensión. La Casa Blanca no ha retirado ni una sola de las imputaciones, y, aunque no ha aportado pruebas, ha amenazado con una oleada de sanciones si no cambia de actitud. Por ahora sólo ha dado marcha atrás sobre las insinuaciones de una intervención militar.

"La situación no es nueva, las relaciones entre Siria y EE UU siempre han sido esquizofrénicas", diagnostican diplomáticos occidentales de Damasco, mientras recuerdan el último episodio de tensión surgido hace dos años cuando defensores de la causa palestina escalaron el muro de la residencia del embajador norteamericano, entraron en sus habitaciones privadas, quemaron su biblioteca y acorralaron a su mujer, que tuvo que encerrarse en el lavabo.

Siria se hizo perdonar, sin embargo, meses más tarde aquel desagradable incidente, facilitando información a la CIA que le permitió identificar y localizar a muchos miembros de la organización terrorista Al Qaeda, que participaron en el atentado contra las Torres Gemelas. Hoy, los observadores internacionales aseguran que el precio a pagar por su error político podría ser mucho más elevado; la retirada de su apoyo a la guerrilla islamista libanesa de Hezbolá, que actúa desde hace más de 20 años en el sur de Líbano y el exilio de dirigentes de los 10 grupos radicales palestinos acogidos en Damasco.

Los proyectos políticos de liberalización que para Siria ambicionaba Bachar al Asad, 37 años, corren el peligro de desmoronarse si no encuentra una rápida salida a las tensiones que le enfrentan a EE UU. Es la prueba de fuego más importante con la que se enfrenta el presidente desde que se hizo cargo del poder en junio de 2000, al sustituir, también en el partido Baaz, a su padre, Hafez al Asad, un experto de la cuerda floja en sus tensiones con Washington.

A Bachar al Asad también le acorralan los sectores inmovilistas del Baaz, el partido hegemónico del país, desde hace más de 40 años. Son estos mismos sectores los que le impiden modernizar el país, retrasando la implantación de la banca privada, a pesar de que está legalizada. También se niegan a difundir cifras de desempleo alegando una mentira oficialmente indiscutible: en Siria nunca ha habido paro.

"Siria no ha cambiado tanto. Continúa anclada en muchas de las viejas estructuras estalinistas", musitan los sectores críticos, como si temieran la aparición de los agentes de la poderosísima muhabarat -un entramado de servicios secretos-, que en los últimos meses ha vuelto a mostrarse activa.

Unas mujeres portan pancartas con la foto de Bachar al Asad, en una protesta en Damasco contra la guerra en Irak.AP

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